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ANTOLOGÍA: JOHN F. GALINDO

JOHN F. GALINDO (Bucaramanga, Colombia, 1978). Poeta y escritor. En 2017 publicó el libro No hace falta que te digan que te quites. Con Lavar la culpa obtuvo el Premio de Poesía Tomás Vargas Osorio en 2018. En 2019 le fue otorgada la Beca Bicentenario de Creación por la novela Aviones que se estrellan contra todo. En 2020 recibió el premio del XXX Festival Internacional de Poesía de Medellín. Ha formado parte de diversas antologías. Ha publicado Ventanas de otros días (2007), Karaoke Demon (2008) L (2012), No hace falta que te digan que te quites (2017), Aviones que se estrellan contra todo (2019) y Dios estiércol (2021).


Un perezoso mejora el 67% de cualquier poema

Una vez vi un documental sobre cómo los perezosos
duran horas dormidos sobre un árbol
y al despertar confunden su propio brazo con una rama,
intentan colgarse de él y mueren.
El perezoso es un dios en su lentitud
en su inmensa parsimonia se esconde de sí mismo
entre las algas que cubren su áspero cuerpo
se oculta del mundo  con solo cerrar sus ojos
Su boca un círculo, una fuente bautismal
que se abre para decir nada
en el silencio hay un filo.
No se arrodilla,  no se humilla,
nadie le  perfora el costado.
Ofreciendo su hígado a los pájaros del bosque
huye sin moverse por las ramas de sus brazos
como en un juego — bien jugado.
Inmerso en la desgracia luminosa,
se eleva como un cohete salvaje,
mientras el mundo abajo arde
se extingue-se enluta-se endeuda
él  desfila desnudo coronado  de hojas,
casi inmortal
Cantan sobre su  cuerpo, los chinches y las garrapatas
las águilas y las serpientes
Sus tobillos verdes tatuados con estrellas
 su verdad aumentará su leyenda.
Le  ayudará a arrastrar aire hacia nuestros
 pulmones cansados de tanto hacer
De su decadencia florecerá la charada violenta-el menor esfuerzo
¿Pero quién cantará de él? ¿Quién cantará su bienaventuranza?
El ojo irreverente, el párpado apagado.
Porque él, su propio mensajero
ha masticado una y otra vez todo mensaje
se ha ido-ha caído del árbol  a dos metros por minuto,
 a través del delicado cristal de la sombra que proyecta
mientras cae
a vagar eternamente
en busca de la perfección


Una piscina olímpica llena de lágrimas

El otro día leí que en una colina en Pennsylvania
hay un campo que contiene rocas
nadie sabe cómo terminaron allí
pero eso no importa
porque esas rocas hacen un sonido cuando las golpeas
y cuando están solas emiten un tono que los oídos humanos
no pueden escuchar
leí eso y pensé en ti

la última sandía que nos comimos juntos no era de este mundo
te fuiste escupiendo las semilla al cielo
y gritando ¡Yahuuu! mientras cabalgabas ese raudo córcel

y luego surfeaste las olas que venían del norte y te esfumaste
flotando bocabajo en la piscina con seis orificios de bala en el cuerpo
no sé si eso en verdad haya pasado pero me gusta imaginarte
respirando por la herida
con el humo denso de la noche saliendo por tu piel
y tu piel jugando a ser un vaquero somnoliento en busca del amor
aquel mapa dormido
esa araña gigante que sabe calcular con destreza las probabilides de la espera
lo único que aprendí de ti fue  hacerme el muerto
cuando alguien toca el timbre
por lo demás la vida misma se ha encargado de gritarme cosas:
-somos más feos que antes
-no te he incluído en mi testamento
-nada llega

me gusta creer que quizá haya una montaña alta o un acantilado cercano que no descarte la posibilidad de que aquellas rocas raras hayan caído por deslizamiento de tierra, me gusta creer que cabalgas una de esas piedras
que ruedas y ruedas y ruedas y ruedas
y no llegas
porque llegar quizá no sea nada
tal vez la vida con música también sea un error

tal vez nadar


Nazco. Crezco. Veo alguna película de Bruce Willis. Voy al mercado, compro un helado, quiero una casa, me gusta más comer que dormir, me quedo sin trabajo, tengo una colección de cactus, me requisa un tombo, ¿necesita cariño tu perro? ¿quieres que te limpie el baño? ¿que asesine al presidente?, ¿que robe el banco de esperma más cercano? Hay un fuerte olor a gas y sin embargo, la vida apesta menos aquí afuera.

La hermana de mi papá estaba en la cocina, sus manos en las caderas, vestida con lo que llamaba “Ropa de estar”, viendo una línea de hormigas cruzar detrás del grifo del lavaplatos cuando dijo, “a partir de ahora les declaro la guerra”.
 Hay hilos en la terrible distancia. Están contra el azul.
Los árboles continuamente reciben sus propias sombras.
Nunca he amado tanto al aire como cuando me levanto de la cama sin bostezar, y pienso en las hormigas muertas, en la algarabía que hay afuera y que es tan solo otra forma de esquivar la muerte.
Alguien envía un mensaje de amor desde un teléfono con la pantalla rota y en su lento trasegar una piedra rompe el cristal en donde refleja sus zapatos gastados de tanto andar.
Qué cortos siempre los días sin importancia
y qué largos los silencios de los familiares rancios a los que se mira de lejos  mientras disparan sus vergüenzas y rezan y olvidan a la velocidad del rayo Nazco, crezco y la vida me ofrece un diluvio
un disparo
una paliza
otra costra en mitad del alma
Afuera hay un fuerte olor a gas y sin embargo,                                                                                  es aquí y ahora                    que la luz se abre
Que otro volcán ruge dentro y disipa el miedo que alguna vez fue circular y cuya forma todavía  puede verse desde el cielo por donde una fila infinita de hormigas camina formando un alfabeto salvaje, en donde una bandada de pájaros guardianes picotea una lluvia fría
detrás del visible retoñar de la muerte


El capitalismo se ha comido a mi perro       

Con el propósito de lamentarme, pongo aquí el ejemplo de una oración                                     escrita sobre la tirilla de la compra

que

mide 426 kilómetros de largo -la distancia exacta entre este yo y mi yo que ya no existe-              y que está escrita en un lenguaje futuro por un lado y por el otro conserva una carta de despedida firmada por mi perro

que

habita ahora las entrañas de ese monstruo que patrulla nuestras calles                                 por las noches y asesina las esquinas y las sombras

acabo de realizar la típica compra de un hombre obsesionado con la muerte
nada poseemos ni aquí ni en ninguna parte
—porque el azar nos lo ha quitado todo—
salvo el poder de decir yo
salvo el poder de incendiar el yo

rendirse en el pasillo de los lácteos
levantarse contra el ladrido oscuro del mercado
abandonar toda idea de alabanza

cuanto más real es el deseo de justicia, más violenta es la rebelión del alma     tan solo comparable a un cuerpo vivo que se quema con el fuego


El abrazo de antes de lo que sea

Los caminos del señor están en Google
La lluvia se abre como una cuchilla allí
entre los diez mil pasos diarios que contabiliza mi teléfono
y que abandono mientras trato de ignorarlo todo
de verlo todo
Avanzo a casa de mi vieja, compro libros que jamás leeré:
Una breve historia de la indignación
El noble arte de amargarse la vida
Las obras completas de Emily Dickinson

Cada vez que visito a mi madre en busca de un abrazo
Dios extiende sus piernas peludas y estornuda sobre la mesita de centro
y se apodera del control mientras me transformo en aquella mujer
que devolvió la llamada después de morir
su vida solitaria a mi alrededor no como un páramo
sino como un torpe cuerpo que sueña con revolcarse sobre los barrizales

como en una danza de transformación
que se apaga cuando atravieso la sala y reclamo mi lugar en el sofá
o invoco con mi débil llanto a las palabras que insisten en bailar

                                                                     sobre la inteligencia y la voluntad
como un todo en perpetuo movimiento
sin variación
en un salón oscuro en donde rigen las leyes de la Necesidad
(en las que mi madre es un sonido y Dios un dolor en el costado)
una aplicación que me vigila y sigue mis pasos como si fuera necesario

Abrazar es vaciarse
abdicar sobre los cuerpos que se cruzan como libros ordenados por olvidos
la muerte pisa sobre lo trapeado
sobre los despojos de una fiesta de millones de años en esta casa
esa resolución explícita a huir de la alegría mientras recoges la basura y te das prisa
El agua se aprende por la sed
reprimir un bostezo
ignorar el ritmo
                 saber que el viaje más importante es no tener que ir a ninguna parte

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