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ANTOLOGÍA: CARMEN ALICIA PÉREZ

CARMEN ALICIA PÉREZ. Nació en Cereté, Colombia, el 31 de octubre de 1992. Licenciada en lengua castellana de la Universidad de Córdoba, especialista en gerencia de proyectos, poeta y gestora cultural.  Fue miembro activo de talleres literarios, adscritos a Relata. Se ha desempeñado como docente en el área de lengua castellana, tallerista en literatura, promotora de lectura y escritura, y organizadora de eventos culturales. Textos de su autoría han sido publicados en medios impresos y virtuales, de carácter local, nacional e internacional.

Ha participado en varios recitales poéticos de carácter local e internacional, en formato virtual y presencial. Finalista en el concurso nacional de poesía Casa Silva, “la palabra, espejo sonoro” (2019) Ganadora del  primer concurso internacional de poesía “Manuel Zapata Olivella” XVIII Parlamento Internacional de Escritores Cartagena de Indias 2020 – VI Parlamento Joven. Escritora del libro Silencio en el espejo (Editorial Torcaza. Sincelejo, 2020)


Corazón de lámpara

A Derly, la que ofreció su corazón…

Cuelga un corazón de las manos de una madre, 
 se escurre entre los dedos 
 represado en el latido de la oscura selva,
 carne hinchada,  agrietada.
¿Para qué gritar un dolor, si no hay oídos que puedan recibirlo? 
De noche una mujer lamenta los muertos,
de día ofrece un pedazo de pan para los hambrientos,
arrastra consigo un costal de heridas 
que cose con la impaciencia de una niña,
 lo arroja al río con la furia de años
cuando la sed de  otros la espera.
Hay una voz en las profundidades 
que soporta el peso de muchas voces,
en lo más recóndito…
perturba los sueños de los que no tienen paz,
aún después de la muerte…
encuentra oídos para descansar,
corazón de lámpara en las puertas de los lisiados.  


Música del hombre 


Ahora tienes el mundo y un camino.
Héctor Rojas Herazo.

Música de huesos que se rozan
gota de agua en hoja seca 
chasquido que anuncia otra lluvia 
                                            que no es mía.
Así, el estrépito de unos huesos corroídos 
quizás anuncie el nacimiento de un hombre 
                                        que sea más que ruido.
Entre ruido y ruido, como el brillo de un machete en la espesura,
aparece la poesía de la música,  camino negado a los ciegos.
En medio de la incertidumbre, de la vastedad del trayecto
el silencio encapsula una música antigua, 
                                                    lumbrera en el poema de las sombras,
para escucharla, el poeta envejece sus oídos,
                                                traduce con sus dedos alguna verdad
verdad que a veces duele, cansa, reconforta o estremece 
verdad que le indica al poeta que en cada latido, 
en cada pájaro que toca con su pico la ventana, 
en cada cuerpo sediento que se profana en otro, 
hay una gama de sonidos que configuran la música del hombre,
en medio de esa melodía compleja y antiquísima, la poesía germina.


Ceguera

Los ciegos deslizan sus manos por los bordes de las formas
desatar un nudo, implica tensar una cuerda que ya no es lisa
para ellos el agua es la misma en todos los tiempos
¿Por qué cuestionar el origen histórico de las cosas, 
si todos provenimos de aguas distintas?
Nadie cree en la metamorfosis de la gota que brilla en el pasto
Los ciegos se adentran en las profundidades de las cuevas
Con la certeza de seguir caminando, en la ceguera
Despertar no es una opción, aunque de golpe,
La luz de un espejo, les vibre los párpados.


El peso de la niña

Se aferra como araña 
de un hilo de su propia red 
entrar en la profundidad del estanque
                            es encontrarse con el miedo de lo perdido.
El agua pesa, se vuelve tierra,
por momentos, los pies se ocultan en el sedimento 
y el cuerpo parece una alga gigante sobresaliente en el verdín.
De pronto llueve y hace sed,
el hilo es elástico y soporta el peso de la niña.
La telaraña se ha convertido en cobija, oasis.
En esa pequeña cueva de hilos, 
se reencuentra a solas con el vientre,  
una flor aparece en el verdín, la niña ya no pesa.


Ausencia

He habitado el silencio de la casa
en el tiempo destinado para los silencios.
Me he asentado en ella como sombra líquida.
En cada superficie hay un abismo lleno de sonidos;
en cada rendija, indicios de otras vidas, de otras formas.
¿Podrá una casa desprenderse del peso de agrietarse,
si en sus cimientos no hubo tierra suficiente 
                                para saciar toda la humedad?
Ahora soy una enorme grieta en la pared del patio.
Allí me hundo de a poco con las risas de los niños,
las raíces de los árboles frutales,
el peso de las sombras de sus habitantes…
La casa no sueña, aunque exhala un olor característico 
y se impone en los sueños de los olvidados.
Yo he soñado el olvido de esa casa,
el susurro de la puerta, clamando ser tocada…
O quizás sea yo, adulto solitario a los afueras de un funeral, 
anhelando de la casa el abrazo eterno de los años idos, 
                                aunque en el recinto, solo haya ausencia.

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