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ANTOLOGÍA: ALEJO MORALES

ALEJO MORALES. (Bogotá, 1993). Estudiante de Historia en la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín. Ganador del Concurso Universitario Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia con el poemario Abandonados en la puerta de la historia. Publicó la antología Labios que están por abrirse con la Universidad Externado (2021). Sus poemas han aparecido en diferentes antologías,así como en publicaciones impresas y digitales. Ama las colombinas de lulo, contar las nubes rosadas que hay en el cielo cuando atardece, matar con abrazos las tusas de sus amigos, y quiere que lo entierren en una torta de tiramisú gigante con canciones de Paramore o de Novos Baianos de fondo.


Veo una bala creciendo en la garganta de mi hermano

una bala de apenas 3 cm
que reluce
como un diente de oro
Todas las mañanas mi hermano
le saca brillo con su canto
Todas las mañanas
con el mismo dedo
mide su temperatura y el diámetro del desgarro
Yo le digo que le ponga nombre
o se le va infectar
yo le digo que todo agujero es más bello
cuando parece una mordida
Su bala es sensible como un ojo
y detecta con facilidad
los depósitos de agua
que sus pulmones recogen como lavanderas
cuando están por ahogarse
Mi hermano y su bala
son un cuerpo siamés
¿Puedes ver quién ahoga a quién?
Mi hermano la quiere como un auto
y su cuerpo es el estacionamiento más dulce
que podrás encontrar en este país
Como desconocemos su origen
hay quienes dicen
que los policías las dirigen a control remoto
los senadores aseguran que con ella se firman tratados de paz
se escriben odas a los políticos
y frases de enamorados en la superficie de los árboles
Mi hermano escribe con ella el evangelio de su locura
para él es una hija de metal
que abraza su manzana de Adán con una ternura sagrada
[porque no hay manzana más dulce que la que puede sangrar, ¿verdad?]
Mi hermano la ama con certeza sólida
y aunque le diga que es una baya venenosa
y su consumo está prohibido al menos en tres países
él no quiere ver como bala
aumenta de tamaño, resplandece como planeta puntiagudo
tose un líquido rojo y espeso
hasta que su cuello
se vuelve rápidamente
el área de una explosión
el sitio donde un país se funda
Mi hermano es una república de ganglios inflamados
y bala es la sádica emperatriz
que la gobierna
para destruirla

2

Toda bala conserva en su interior una pulpa dulce, me dices
una pulpa que vale la pena conocer
con cada músculo de la garganta
Intento bromear y te digo que bala en arameo quiere decir
protuberancia encendida
y toda perforación
significa
ciudad santa
pisada accidentalmente por dios
te ríes
tus rodillas tintinean
mi cuerpo es la dirección de la bala, su destino eres tú,
me dices
mientras la bala estalla dentro de ti
con su alabanza ardiente
que aplaude y mata
mata mientras los policías aplauden
la bala es una patrulla que grita, su grito la incendia
y borra la mancha muscular que eres, hermano
quizá ahora brilles como pieza de oro
en la garganta de una reina
En Cali
la imagen de mi hermano acostado
sobre su cama de huesos y arterias abiertas
se convirtió en mi herida
en la silueta de un globo ardiendo
que una generación de rodillas
ante su propio dolor
sostiene
En Cali
cada bala
sueña con moler, barrenar, descoser
una entraña suave
que la haga ver como una estrella
un verano coagulado
la punta quebrada de una iglesia
en la que los niños oran:

Solo cuando estemos sordos y azules
nuestra bala nos enterrará
dentro de ella


Teoría reduccionista número 7242

La historia del universo
puede reducirse
a una piedra espacial
vista bajo un microscopio.
Una piedra que seguramente conservaría
bajo mi almohada y le rezaría
antes de acostarme.
Mi padre dijo:
Tu madre es una aglomeración de copos de nieve
delineados por leyes físicas
que el ser humano no será capaz de analizar.
Mi madre dijo:
Los puños de tu padre solo existen en tu imaginación
y en las obras de Hemingway.
Me gusta pensar que una encarnación de Alejandro Magno
fue el cura que me bautizó,
el cura que escribió la fecha de mi muerte
detrás de mí oreja izquierda.
Quisiera encontrar a ese cura
y decirle
que aprendí a hablar
pronunciando nombres de ciudades santas
y Nínive sonaba como esa mujer
de la que podría enamorarme.
La historia del universo
puede reducirse
al desfigurado mundo de una manzana polaca.
Quisiera decirle una palabra hermosa que la cubra de miel,
mientras estudio el cambio climático en el cabello de mi madre,
y suavizo el carácter vengativo de su dios
adormeciendo el temblor de sus dedos
con leche de pasiflora.
Mi hermana dijo:
Quiero decirle buenas noches al calamar de fresa
que oficia en mi cerebro.
Yo dije:
pondré a secar tu risa en una cuerda de guitarra.
Ella se enfadó
y me bombardeó con peluches rosados
hasta que la luna se desconectó de su propio brillo.
La historia del universo
puede reducirse a una afirmación corporal
cuando toco a la mujer que amo
cuando le digo:
El mundo va a acabarse antes que el arroz con pollo,
y juro por cada pulgar de mi cuerpo
que hay un evangelio escrito
siguiendo los movimientos de tus caderas.
La historia del universo
puede reducirse
al paisaje lechoso que es mi madre,
al bulto de fresas asadas extraídas de su cuello.
Mírame, madre
quiero ser como Edipo,
quiero arrancarme los ojos porque no quiero verme.
Mírame, madre
esto que me arde dentro del cuerpo
es mi verdadero nombre,
y como sabrás
no tengo más herencia que la forma de mis oídos
actualizándose
con los de mi padre.


Funeral de las urracas

El año en que comencé a escribir este poema me compré una guitarra. El verano devoró una población de urracas, y dentro de mi cuerpo la abuela terminó de morir. Su oreja derecha se desprendió como un pétalo sobre la mano de mi madre. No lloré. Mi audición disminuyó cuando intenté tocar la guitarra. Mi sentido del tiempo se quebró. Al otro día desperté como si me hubieran asesinado, pero el canto de las urracas me mantuvo en pie. Dicen, que bailar la muerte de un ser querido es pecado. ¿Pero dónde estuvo Dios, cuando soldaron a su único hijo a un hombre negro crecido de la madera del manzano? Las urracas no tienen más religión que el canto. Silban para olvidar que han nacido. Y ponen sus alas sobre la acera ardiente, en señal de luto. El año en que comencé a escribir este poema no dormí, pensando que la ira de Dios destruiría mis oídos. No dormí, imaginando que mi madre me señalaría. Un dedo en señal de desaprobación basta para herir el corazón de un niño. Su cuerpo abierto como una biblia en mitad de la sala, bastaría para que mi boca dejara de moverse. El año en que comencé a escribir este poema, lo supe. El oído envejece —incluso décadas— antes que la piel.


De cómo después de la terapia soy un espacio bombardeado

¿Qué color tiene la desesperación en tu cuerpo?
¿Qué pliegue de tu cerebro se ilumina al recordarlo?
¿Con qué animal relacionarías
la mancha formada en tu ropa interior aquel día?

Nunca supe si la voz del terapeuta
me hablaba dentro o fuera de mi cabeza.
Ni la razón por la que mi lenguaje
se mantuvo en estado sólido
durante al menos tres años.
¿Cuántos chistes pueden hacerse en ese tiempo?
¿Cuántas emociones como climas
habrán atravesado este espacio insonorizado?
Pedí permiso para cortarme el labio,
para separarlo en dos hemisferios
e intentar arribar a la parte no destruida.
La parte que recuerda el sonido de los tomates
endulzando la boca de mis hijos,
y no el puño cerrado que me dejó
como una carretera destapada.

Olvidé la forma de sentarme,
la forma correcta de suplicar,
de permitir que la música arrastrara mis caderas
de decir buenas noches.

Cuando él salió de mi cuerpo
yo quedé empapada,
como si hubiera sobrevivido a la fuerza de un arroyo
hecho de dulce de guayaba y vidrio fundido.
Apenas él empujó su segunda lengua entre mis dientes
las sílabas que implican negación
detonaron en mi boca.
Apenas sus dedos arrancaron la puerta
me derramé
me hice radiación
dejé de sentir.

Solo los zorros clavan el hocico sin previo aviso.
Solo los zorros mastican el huerto
hasta llenarse las encías de raíces.

Yo tuve un huerto.
Ahora solo existe un fleco de viento frío,
que gira sobre sí mismo
hasta desaparecer.

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