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ANTOLOGÍA: HELLMAN PARDO

HELLMAN PARDO. Bogotá, Colombia. Entre sus reconocimientos se encuentran los premios nacionales Eduardo Cote Lamus, Festival de Poesía de Medellín y el Premio de Libro de Poesía Ciudad de Bogotá en 2020. Sus libros más recientes: He escrito todo mi desamparo (2019) y Física del estado sólido (2021). Es editor de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida (www.laraizinvertida.com).


Cancilleres y arzobispos

El único sabio que aparece en este poemario
es aquel que engañó al rey Shihram con los granos de trigo.
Un grano multiplicado para cada casilla del tablero de ajedrez.

Si hablamos de ajedrez, hay que hablar de José Raúl Capablanca,
                 el invencible campeón cubano
al que no le bastó con el peón
                 [abandona el huerto demasiado rápido],
o con el caballo
                 [su galope no deja escuchar
                 el razonamiento de los hombres],
o con el alfil
                 [pequeño cardenal sin báculo ni iglesia],
o con el rey
                 [¿quién no está fastidiado de los reyes?],
o con la torre
                 [custodia el lodo de la retaguardia],
o con la dama
                 [por su movimiento, todos pierden la cabeza],
para hacer de esa minúscula guerra
el mayor de los espectáculos.

El joven ajedrecista creó dos nuevas piezas,
                 el canciller y el arzobispo.
El canciller es la ficha política del rey decapitado,
un gobernante apocalíptico que avanza por el tablero
sobre una carreta sin ruedas.
                 El arzobispo,
un limosnero que arruina a todos los feligreses.
En medio de su enajenación,
Capablanca también propuso cambiar la mesa de juego
                 por un chinchorro.
Le era necesario reclinar sus estrategias.

No hay duda,
el único sabio que aparece en este poemario
es aquel que engañó al rey Shihram con los granos de trigo.


Pesos y Medidas

Para la Oficina Internacional de Pesos y Medidas
un metro es la trayectoria que recorre la luz en el vacío.

Para Birmania la unidad de metro no existe.
Sus habitantes miden todo con cuatro dedos juntos.

Para los gringos
un metro son treintainueve,treintaisiete pulgadas
                en una escalera sin peldaños.

Para Carlos Oquendo de Amat
un metro son cinco veces la misma poesía.


Ruido

El ruido, dijo Eduardo Chirinos, no es la antítesis del silencio.
El ruido es lo que el baúl asediado de polvo propaga cuando,
                después de años, 
                es abierto.

Recuerdo esta oración
porque encontré la libreta de quinto semestre
                de ingeniería electrónica en el cuarto de San Alejo
[o el cuarto de San Antim El Ibérico, si eres rumano]
donde están escritos algunos comentarios
del profesor Crispín Bonaparte cuando impartía
la más enigmática de las disciplinas:
                ruido.
Hay un ruido, decía, que nunca puede eliminarse.
Es el llamado ruido blanco. Ese ruido, continuó,
                es la voz del mundo.
El profesor Crispín Bonaparte, sin saberlo,
fundó en esa frase la poética del grito.
Si la voz del mundo se niega a desaparecer
                y es simplemente un ruido
según el poeta Johann Wolfgang von Goethe,
entonces toda turbulencia es la destrucción
                de un animal extinto.

Eduardo Chirinos tenía razón.
La libreta que tengo en mis manos no es un baúl
                pero igual propaga,
como una rendija entre dos azulejos,
                el sonido.


Fisión

En el arruinado taller de carpintería
del Instituto Kaiser Wilhelm
que se caía a pedazos, madero contra madero,
comenzó la lenta fractura de los átomos.

Lise Meitner, entre el hambre y las conjeturas,
logró hacer que los núcleos pesados de la materia
estallaran en un microscopio cuántico
como si fueran cabezas de calamares gigantes
frente a una escuadrilla de fusileros.

Todo se dividía médula contra médula,
                también el hambre y las conjeturas.

Otto,
el núcleo del uranio podría ser como una gota temblorosa,
susceptible de fragmentarse a la mínima provocación.

Otto Hahn,
que no entendía la palabra átomo o la palabra uranio
escritas en la vieja carpintería con las paredes deformadas
                tan solo respondió:
Haz lo tuyo, querida Lise.

Y Lise hizo lo suyo, y continuó desmoronando el átomo
en diminutos glóbulos sin forma.

Otto recibiría el Premio Nobel unos años después
sin conocer la palabra átomo o la palabra uranio
                y dijo en su discurso que
Fue difícil colaborar con una judía
que ahora vive en el exilio.

El hambre, las conjeturas, los talleres de carpintería.


La desorientación de las bacterias

De niña, Eve observaba la desorientación de las bacterias
                en el microscopio varsoviano de Marie Curie.
Las bacterias, caminantes de un reino chino,
parecían decirle que andaban extraviadas    
                en esa irradiación artificial,
que ya era suficiente nacer en la ceguera.

Para Eve,
la química era una peste que corroía los muros del laboratorio.
Veía escalpelos por todas partes:
en la casa de muñecas,
                en el sanitario,
en el alfeizar de las ventanas por donde,
                al asomarse,
cantaban la Marsellesa tristes soldados de plomo.

Por aquel entonces,
la radioactividad era un tubo de ensayo
                en los bolsillos de Marie Curie;
para Eve,
una campana en desuso que llamaba a la intemperie.


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