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PARADOXUS LUPORUM EN OPUS 27

Por Paula Corzo.

Fotografías de Nata Morales.

La noche del miércoles 11 de Enero, Opus 27 se vistió de un aura pluricultural: una mezcla guaneuropea dirigida por las particulares voces de Paradoxus Luporum y Ángel Parra. La calidez humana sobrecogió por la cantidad de asistentes a la cita, quienes llegaron puntualmente a las 7:30 p.m. La tertulia melodiosa inició oficialmente con la voz de una de las agrupaciones con más auge en la escena del rock bumangués.

Ángel Parra (vocalista de Tres y Yo) dio comienzo a su repertorio con el estilo característico de su voz. El cantautor santandereano interpretó con dulzura canciones como “Instrucciones para un cantautor enamorado” y “Ojo por ojo”, temas propios de su carrera como solista; sin dejar atrás en su performance clásicos de Tres y Yo, conocidos tanto en su formato rock (“Mientras giro”), como en ese estilo particular y emblemático de nuestra tierra, sellado en sus álbumes En Casa Vol 1 y 2 (“Vida malparida”, en su versión explicita). Cerca de las 8:40 p.m. se despidió de la tarima, no sin antes agradecer a la audiencia.

«No hubo reparos en invadir el suelo todo, las escaleras, los barandales, cada pequeño adoquín.»

El escenario fue inmediatamente dispuesto para Paradoxus Luporum, quien comenzó a afinar la guitarra cedida por el bumangués. Se llenaron los puertos, no hubo reparos en invadir el suelo todo, las escaleras, los barandales, cada pequeño adoquín. El público no quería esperar más. Su prontuario musical abrió con “Libre” y “Mi vereda”, un par de canciones que no salen de su conocido aura social, y que buscan develar pensamientos y principios propios del autor mediante tonadas románticas, un tanto melancólicas y etéreas; haciendo, a su vez, un llamado al despertar propio, único de cada individuo.

Siguieron canciones de un impacto más agresivo, en tonada y rasgueo, con letras atizantes, como “A mí también”, “Gente”, “Miles de lobos” y “No me eduquéis”, cantadas y aclamadas por los asistentes. En palabras del cantautor «se fue tocando lo que en el momento iba saliendo», o bien lo que sus espectadores pedían, pues fue muy complaciente con el público.

«El acento particular de la s, la c y la z tuvo todo el rato la fuerza del viejo continente y logró contagiar con su magia a la audiencia juvenil de la bonita.»

El lugar nunca dejó de sentirse lleno, ni al principio, ni en el medio, ni cuando la despedida de Paradoxus era avisada e inminente. Las voces, la oscuridad, las luces verdes y rojas, con toque de revolución, de conciencia, de intimidad y sobrecogimiento; siempre se hicieron sentir. La visita de este hombre a uno de los bares, ubicado en y preferido por la comunidad universitaria, cultural y alternativa, venció el esquema de la noche solitaria en pleno corazón de la semana, con unos oyentes vivos que canturreaban sus letrillas tímidamente, pero con la pujanza suficiente para ser percibidos. El acento particular de la s, la c y la z tuvo todo el rato la fuerza del viejo continente y logró contagiar con su magia a la audiencia juvenil de la bonita.

La presentación del hombre y las sensuales curvas de la guitarra, continuó con arias como “Conflicto interno”, “Cercanos”, “Sonreír” (dedicado especial y dulcemente por el cantautor a su compañera), “Desde mi tumba”, “Muerte a la anarquía”, “El cementerio”, “No es caos” y “Petirrojo”, todas recopiladas en el álbum que lleva el nombre de la última mencionada y que fue bautizado así, en palabras propias de Paradoxus, en memoria a un ave de esta especie en particular que su familia consentía por su personalidad amigable, pero que en un trágica visita fue cazado accidentalmente por un familiar aficionado a esta actividad.

«Abandonar la violencia, empezar a vivir y promulgar la tolerancia, que es uno de los mejores caminos para el descubrir del mundo exterior.»

La velada, trastocada por el acelerador característico del español y también por la potencia de la voz que dejaba notar, en cada vocablo, el arraigo portado en la garganta basado en la causa noble de una revolución consciente, prosiguió a lo largo de casi hora y media, con cada una de esas sílabas llenas de sentido que lograban cruzar el tímpano y pedían, a modo introspectivo, abandonar la violencia, empezar a vivir y promulgar la tolerancia, que es uno de los mejores caminos para el descubrir del mundo exterior, y aún más importante, el universo que todos somos por dentro.

La despedida fue dada como un ritual, a las 10:10 p.m., por uno de sus temas más estimados “Te quiero libre”, que empezó sintiéndose como una baja a las revoluciones acumuladas hasta el momento: sutil, suave, parecido al beso que das a una chica que recién conoces y ya aprecias, parecido al abrazo que das al amigo que conoces de hace tiempo pero que por un buen rato no veías; para subir a la cumbre de la composición, de manera inesperada, y estallar en un punto determinado, finalizando como una sacudida de emociones que relampaguean por todo el ser. La mejor forma de despedir tan profunda y amena noche musical.

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