ANTOLOGÍA: DAMIÁN SALGUERO BASTIDAS

DAMIÁN SALGUERO BASTIDAS. 199X. Popayán.
LA GRAN DEPRESIÓN DEL BUDA
I
Maitreya, mírame por favor, hoy Pedro se ha puesto de nuevo loco construyendo una avenida infestada de hombres pobres que solo conocen el desarraigo y el exilio. Que caminan descalzos los Andes palpado con la planta de los pies la oscura sonrisa de las masacres olvidadas.
Tu voz Maitreya, de nuevo ha venido a despertarme. Mi cuerpo arde. Cada nervio se pone atento al susurro del amanecer para prepararse a las nuevas guerras que han impuesto los días.
Cansado del tiempo, Pedro ha soñado tener las puertas del cielo en su lengua. Ha soñado con María y ha lamido mil veces sus ojos para abrir el gigante océano que ella tiene en su hipotálamo.
Nadie sabe lo de nadie, gentes sin sombra caminan al filo de los barrancos, oscureciendo los páramos. El otro y yo nos miramos fijamente. Han linchado un cardumen de hombres que se extraviaron en los cerros y de ellos solo queda una patria histórica que se desvanece con la brisa de las lagunas.
César, por dios, ¿recuerdas a Tomás tomar café viendo los largos cafetales de esta tierra sembrada de cadáveres y llorar en silencio, porque sabía que labrar la tierra es sinónimo de revivir los muertos? César… te he nombrado tantas veces esta noche que temo que tu nombre se vuelva lápida, que tú mismo te transformes en esa brutal luz verde que acelera los corazones.
Te rezo Maitreya, en un altar florido, alisando mis huesos para tejer esta memoria sin salida, y digo, Viviana, muchacha, estoy alcoholizado, no puedo ver mis tendones recogerse, no puedo ver la inmensidad de tus ojos tragando la luz de la luna y escupiendo semillas de girasoles por toda la casa.
Estoy cansando de rezar, de los hombres violentos que atraviesan los semáforos orquestando el fin del mundo con una sonrisa sacada de un afiche publicitario.
Viviana, hoy quisiera estar en las altas cumbres colombianas muriendo en las flores que crecen en tu pecho, en el ardor que significa la vida, en la sonrisa feliz de miles de niños destinados a transformarse en asesinos.
Paula sonríe, asomando sus líricos miedos para trazar la danza del mar en las esquinas. César ve a Tomás de nuevo reventando el sol. En mi altar están estas terribles ganas de morir pero Viviana ha reído con todas las ganas y las paredes de esta calle se han puesto a bailar.
Iré a los mares chilenos, a las tierras del fuego, a nadar contra natura. Acariciar los últimos glaciales. Y confesarle al largo invierno que lo amo.
Paula mientras tanto, con su voz de golondrina me lee:
Que el suicidio sea con frecuencia congruente con el propio interés y con el deber hacia nosotros mismos, no lo puede poner nadie en cuestión que reconozca que la edad, la enfermedad o el infortunio convierten la vida en una carga y en algo peor que la aniquilación… en determinadas circunstancias el suicidio es un acto de responsabilidad moral… supongamos que ya no está en mi poder velar por el interés de la sociedad, supongamos que soy una carga para ella, en tales circunstancias mi renuncia a la vida no solo será inocente, sino loable.
Engelhardt HT: «Los fundamentos de la bioética». Barcelona: Paidos; 1995, p. 391.
Beso el sol que se pudre en su lengua. Comprendo que fui un hombre hecho de plástico. Mares de plástico han bautizado esta era infinita. Maitreya por favor responde mi danza, nada puede hacer que la vida se detenga, excepto tu golpe de edificio sobre nuestros dientes de cal.
Anido sobre este temblor en los labios, sobre las tejas donde los gatos han muerto noche a noche envenenados y al amanecer se levantan para buscar trabajo en las risas sinceras de los desdichados. Es hora, abandonar la vida para darle paso a la vida. Sacrificar los tiempos para resucitar en la ardiente hambre que propone esta época. Viviana prepara el café. Ella es puro verbo. Es verdad. Alejandra mira la luna para ver crecer en los cráteres nidos de amapolas que bailarán todas las eras viendo la sonrisa de Alejandra dibujada en la luz. Piedra sobre piedra, campesinos han abandonado los árboles, paralizados en las esquinas, mirando el rencor hacerse cielo, pidiendo olvido han caminado por los Andes. Miles de hombres oscurecen el páramo.
II
He sido aniquilado. No hay mayor sonrisa que el miedo mirando el horizonte. Alejandra con las manos repletas de lagunas me acaricia. Un grupo de perros ha derribado las nubes para ver dentro de ellas toneladas de carbono armando holocaustos. Cada ausencia justifica estas ansías de mirar el camino y sembrar árboles infinitos que puedan contar nuestra historia, que digan:
Nunca seré el genio abandonando la escuela, nunca yo, quizá todos los días cargaré un tarro de gasolina para quemar los cementerios y ver arder las lágrimas de los que han sido amados. Qué inútil este poema. Qué inútil el fuego sobre los muertos, las líneas que trazan puentes e inevitablemente oscurecen el día. Somos árboles quemando las iglesias de los hombres. Hemos prestado nuestros brazos largos a los suicidas para que su baile no se detenga. Aquí están los corazones sembrados, Siddhartha ha visto los ojos de Alejandra y en ellos ha visto los ojos de algún hombre que ha amado el profundo camino de las hojas. Cafetales envueltos en el polvo del sol, verbos que ríen bajo las rojas estrellas que caen al suelo. Revestidos por la lluvia nuestra corteza ha decidido podrirse y caer dignamente, ser soldados que nunca conocieron el amor. Lirios del día han llorado y luego edificado un camino de aniquilación en los que cantan bellas muchachas armonías que hacen que el sol quiera volver a nacer en los dientes de nuestras fuertes niñas campesinas.
Los largos caminos de los árboles al ver a Juan dormir bajo la sombra han decidido cantar todos los muertos de este país.
III
Arturo, Jim, Paul gente que ha soñado y de repente encuentra la frontera de la vida como un cortante filo de angustia. Lo imposible. Sigmund dice que el hombre que sueña es porque no está satisfecho de la realidad. Arnoldo dice, el arte es un vehículo de ida a la locura y vuelta a la realidad. No te quedes en la locura, regresa Arturo, regresa que Maitreya te espera con una sonrisa abierta, con un café cargado, con sus manos de bruma para borrar las fronteras, Isabel y Javier están a nuestro lado enterrando los años, surgiendo de la clara selva para transformar el mundo.
Regresen todos los que no pudieron volver, que vuelvan los viejos que soñaron y no pudieron regresar a este mundo de balas y jardines de plomo. Largas calles y buses y adoloridos hombres paralizados en los semáforos ven el rostro de Arturo siendo de nuevo el mismo hombre naciendo de las heridas de los vidrios.
Hombres con su cruz de hierro al rojo sobre sus hombros beben cerveza para aliviarse un poco y reír dentro de lo posible de la vida. Olvidamos nuestra herencia de masacre. Es inevitable levantarse de nuevo, ver la cara de Arturo recibiendo la eucaristía del sol y luego su sonrisa diciendo adiós.
V
Millones y billones de muertos
tantos como estrellas hay en todas las galaxias
Las obras sin número que hacemos de ellos
en el polvo olvidado del polvo en que se han convertido.
Diario de Muerte. Enrique Lihn
Vamos, no te deprimas muchacho, afuera vemos el sol cantar como si cargara la peste sobre su piel. Afuera los autos se precipitan contra los puentes, vemos hogueras, vemos miles de gallinazos perforando los átomos, gallinazos posarse en los ojos de los que se han colgado de los puentes. Los atracadores han matado a miles por monedas de lata, afuera todos son felices y Siddhartha recita a pleno pulmón en las plazas del mundo los poemas de Jorge Alejandro Vargas:
Ah, no, es que este poema había sido para rogarle a nuestro padre Sol con alegría: “vuelve una vez más, tatalláy” y para confesarle: “es espléndido vernos orinar en el centro histórico mientras nos celebramos porque, carajo, nos estamos celebrando hasta los huesos que sabemos serán polvo, porque, carajo, somos animales de esta tierra y porque, carajo, el orín nos hermana y si lo que digo es mentira, el que esté libre de pecado que lance la primera piedra y que se me sepulte a pedradas como si fuera una bruja o mejor, que se me ate a un árbol, desnudo, y se me fleche, para que la belleza del cuerpo en general encienda las revoluciones futuras que llevarán a lxs homosexualxs y a las mujeres a dirigir este planeta desde el amor: a nuestro padre sol y a nuestra madre luna y a nuestros alimentos”
Govinda, hermoso, ven, acércate a este muchacho y muéstrale el lado ácido del sol. Muéstrale las altas cumbres Andinas, las montañas y las serranías bañadas de las selvas donde la única ley es el homicidio, y la revolución de las hormigas.
Muchacho, afuera el mundo arde como nunca, pero todos estamos felices. Gente armada dispara sin saber, autos chocan contra los postes y los cuerpos se estrellan contra los andenes, pero la vida sigue sonriendo, esperando a que tus sueños se realicen. Este cielo andino nunca imaginó un imperio tan grande como es el imperio de la felicidad.
Dipankara, José, Jim, que alegría verlos vivos y sonrientes, alejándose de las calles y de esos animales que tatúan los cadáveres. Jaurías de ratas por las calles mordiendo las esquirlas del dióxido de carbono. Muchacho, tu tristeza se debe a que este mundo está lleno de laberintos neuroquímicos y nos hemos perdido tanto que vemos el horizonte como una inmensa recta de amor. Los veintiocho budas, todos ebrios cantan la última canción de Víctor, afuera el crimen edifica la felicidad. Todos contentos nos pegamos los pipazos de basuco para celebrar lo que nos queda de vida y sentir la muerte como el último vértigo del vacío.
Muchacho, flor de encierro, afuera han cavado minas donde extraen piedras para fabricar este artefacto de tedio, todos siendo figuras de cera, caminan bajo el sol, mientras que tú y yo, nos tatuamos los infinitos nombres del encierro.
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