ANTOLOGÍA: JOHANNA MARCELA ROZO ENCISO

JOHANNA MARCELA ROZO ENCISO. Normalista Superior. Licenciada en Humanidades y Lengua Castellana. Especialista en Pedagogía de la Lengua y la Literatura. Contadora Pública. Gestora cultural. Productora y locutora de programas radiales. Obtuvo cuatro premios del Ministerio de Cultura y Fundalectura por la Tertulia Literaria El Túnel, en el 2004, 2005 y 2006. Segundo puesto en la categoría de poesía en el V CONCURSO LITERARIO BONAVENTURIANO DE POESÍA Y CUENTO, CALI, 2009. Mención de honor en el X CONCURSO LITERARIO BONAVENTURIANO DE POESÍA Y CUENTO, CALI 2014. Mención de honor en el Concurso de Poesía y Cuento Relata 2014.
Ganó en el 2010 el premio de Tertulias del Bicentenario del Ministerio de Cultura y la embajada de España con el proyecto Rayuela. Ha publicado los libros de poesía Al otro lado del Asfalto (2007), 15 poemas Rosados para Violeta (2013) y Puedo Morir Todos los Días (2020). Poemas suyos aparecen en antologías nacionales en Caldas, Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena, entre otras; Cada grieta en el cuerpo, antología de mujeres poetas de Norte de Santander, 2020; Antología Desde la luz preguntan por nosotros – Panorama de poesía colombiana contemporánea, Fundación Pablo Neruda (2021); y en antologías internacionales en Perú y Argentina.
Colaboradora semanal en el espacio periodístico Red y acción donde publica reseñas literarias. Escribe para la Revista Ágora. Evaluadora del Concurso de cuento RCN en el 2015. Directora del taller de escritura creativa Rayuela adscrito RELATA TALLERES DE ESCRITURA CREATIVA, del Ministerio de Cultura, desde el 2009.Correctora de Estilo de la Revista de Investigación PSE de la Facultad de Artes y Humanidades. Es docente del programa de Comunicación Social desde el 2015.
AUTOBIOGRAFÍA
Voy por el mundo sin ser una crisálida
camino con esfuerzo por que no tengo raíces para cimentarme en la tierra.
La herencia de mis abuelos solo tiene recuerdos
en blanco y negro, pero no me pertenecen.
Vengo de todas partes, de la bota, del rancho, del río, del pez, del vientre, de ti, siempre de ti.
Intento desembocar en la palabra, única creación que me hace volver a mi forma humana
para alejarme de la felina que sigue arañando en el fondo.
DIOS NO CREE EN MÍ
El dios que no cree en mí
es el único que me ocupa.
Ese que blasfema
cuando no pronuncia mi nombre.
Ese dios que guarda celosamente y
en la misma mano
la compasión y la crueldad.
Ese dios al que escupo
cada que recuerdo su arrogancia
y al que también adoro en secreto.
Al que olvidó mi rostro desde hace muchos años.
A ese dios malvado hoy le digo:
¡Aquí estoy!
dios de los pecados
dios de los arrepentidos y los mojigatos dios de los hipócritas
de los que niegan
que quieren mirarte a los ojos
y se resisten a increparte por tanta indolencia.
Cuándo vas a quitarme la soga de la garganta.
Cuándo vas a quitarle
a tu propio hijo la lanza del destino
que aún duele en el costado derecho.
Cuándo vas a compadecerte de mi alma tan escasa, tan yerta.
Cuándo vas a llevarme a tu lado dios de los escépticos
a ese viaje perpetuo y sagrado para descansar un poco
en las puertas del paraíso.
DE LAS FORMAS DE LA MUERTE
A Tirso Vélez, Edwin López y Gersón Gallardo.
Asesinados en Cúcuta en el 2003.
Uno
(aunque hablar de uno suene extraño)
debería nacer muerto
e ir naciendo a medida que se crece
en mil partos sin cesárea.
Nacer con muerte de infarto
antes de los cinco años
sin saber de las arrugas del rostro
y de las canas dispersas en el cráneo.
Uno
debería ir aprendiendo de la parca que te mira
para sostenerse del latido
y a los diez años irse reponiendo del cáncer en el alma
cicatrizar sin la menor intención las heridas del amor a los veinte
para que a los treinta el beso haga menos daño.
Uno
debería estar enfermo de deseo en los sesenta
para morir de vida
y también de amor, única forma digna de entrar al sepulcro.
ESTIRPES
Somos (lo he dicho muchas veces)
un amasijo de pesadumbres
traídas de nuestras estirpes
puedo sentir a veces la inquietud de mi abuelo
caminado lejos de la tierra labrada,
la muerte en el lodo del tío mayor, huyendo de la caída que lo alcanzó
la incertidumbre post mortem de la abuela por sus hijos ahora huérfanos.
Me aqueja el frío y la vejez de mis manos empieza a notarse
tengo marcas de guerra sin haber ido un día al reclutamiento
siento el desarraigo y no he pasado una noche fuera de casa
y entiendo entonces que la desesperación se hereda con la luz del nacimiento.
PUEDO MORIR TODOS LOS DÍAS
Insisto en escribir para no morir de soledad
Veo como soy una unidad indivisible con la palabra
La misma que me ahoga, que me incita a la tristeza
que me alcahuetea el hastío.
Tengo el infortunio de creer en cada letra que pronuncio
y me ahogo en las noches con los silencios que dejo morir en mí.
No apelo a nada ni a la entereza de espíritu ni a la justicia divina.
Caigo sin tormentos en lo único que sé de memoria:
todo es palabra o sed.
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