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FAHRENHEIT 451 O LA SOCIEDAD EN CENIZAS

Fahrenheit-451-book-cover-Ray-Bradbury

Por John Gómez.

Tomado de Círculo Internacional de Escritores.

Vivimos una vida rápida, señalada por elementos intrascendentes que hacen parte de nuestro ser cotidiano. En este no hay espacio para aquello que pronto deja de ser novedad, pues los grandes medios de comunicación se encargan de señalarnos, a diario, todo aquello que está de moda, lo que marca tendencia; y los intereses del ayer son desechados así con asombrosa premura.

La nuestra es una pequeña distopía, soñada hace muchos años por autores como Huxley, Orwell o Bradbury. Fueron ellos quienes, con increíble precisión, describieron sociedades entregadas por completo al consumo y la comodidad (Brave new world, 1932), o dictaduras del miedo y del olvido (Nineteen Eighty-Four, 1949) que lograron anticiparse más de media década al futuro. Sin embargo, la más fiel descripción de nuestra sociedad actual es la que podemos encontrar en la obra de Ray Bradbury, Fahrenheit 451 (1953). En esta, seguimos la historia de Montag -un bombero encargado de quemar libros por orden del gobierno-, cuya vida cambia drásticamente al conocer a Clarisse, una chica adolescente que afirma tener diecisiete años y estar loca, pues su tío dice que ambas cosas siempre van juntas. La descripción del contexto social en el que vive Montag, sus colegas, su esposa, y las peligrosas ideas que le van pervirtiendo luego de conocer a Clarisse, hacen de Fahrenheit 451 una novela única, horripilantemente actual a pesar de haber sido escrita hace tanto tiempo; pues en ella damos un vistazo a una ciudad en la que nadie lee, una ciudad en la que la cultura, el diálogo, o el simple hecho de volver el rostro al cielo para probar el buen sabor de la lluvia, se asumen como
cuestiones sin sentido, improductivas e incluso peligrosas. Pero, ¿cuál es el origen de la historia detrás de Fahrenheit 451? Bradbury lo señala en un prólogo a su novela, escrito en 1993:

«Hitler había quemado libros en Alemania en 1934, y se hablaba de los cerilleros y yesqueros de Stalin. Y además, mucho antes, hubo una caza de brujas en Salem en 1680, en la que mi diez veces tatarabuela Mary Bradbury fue condenada pero escapó a la hoguera (…) Era inevitable que acabara oyendo o leyendo sobre los tres incendios de la biblioteca de Alejandría; dos accidentales, y el otro intencionado. Tenía nueve años cuando me enteré y me eché a llorar.» (1)

Al respecto, el poeta alemán Heinrich Heine afirmaría alguna vez que “donde se queman libros, se terminan quemando también personas”; y al dar una mirada al pasado y ver las consecuencias del nazismo en Europa, o los estragos que dejó atrás la Unión Soviética (así como otros totalitarismos), vemos que tenía toda la razón. Sin embargo, no es esta la tragedia que se expresa en la novela, pues el estado de ignorancia en el que los bomberos de Bradbury han ayudado a mantener a la gente (ignorancia que termina convirtiéndose en la justificación del patriotismo bélico de esos Estados Unidos de América, que tanto se parecen a nuestra propia nación, y que tanto han superado a la ficción de los años cincuenta), no es nada comparado con la ignorancia a la que los personajes del libro se abalanzan, valiéndose de las tecnologías y los medios de comunicación; o como les llamaría el autor, los “parientes”: aquellos que habitan cada sala de cada casa y que, desde las pantallas gigantes, hablan constantemente, sin propósito alguno.

«(…) No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe. Si el baloncesto y el fútbol inundan el mundo a través de la MTV, no se necesitan Beattys que prendan fuego al kerosén o persigan al lector. Si la enseñanza primaria se disuelve y desaparece a través de las grietas y de la ventilación de la clase, ¿quién, después de un tiempo, lo sabrá, o a quién le importará?» (2)

Bradbury sabía, de algún modo, lo que el futuro le deparaba a esta sociedad digital, y ahí está la grandeza de su obra. Sin embargo, como él mismo lo expresa al final de la novela, no todo está perdido. Aún es posible salir allá afuera y conocer a otros que, como nosotros, buscan escapar de la alienación cotidiana; pues tenemos bibliotecas en el alma y en ellas guardamos las historias de los hombres. Sin embargo, de nada nos sirven esas historias si nos dejan impasibles, si no conducen a la acción. Lo importante de aquellas es el permitirnos el reconocimiento del otro, aquél ser humano que salta de las páginas y nos revela, de algún modo, que no somos edificios aislados. Así es como el misterio del arte cobra sentido: cuando echa raíces en lo humano. Y yo creo que fue ese, realmente, el legado del autor. No tiene sentido ser el tipo más listo de una sociedad en cenizas. La construcción siempre debe darse con los otros.

«Montag corrió. Yo fui detrás. Ésta es la novela de Montag. Le agradezco que la escribiera para mí.» (3)

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