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FESTIVAL DE LA TIGRA – PIEDECUESTA RUGE (3RA PARTE)

Por Paula Corzo.

Fotografías de Manuel Abril y Mariana Reyes.

La cita empezó puntualmente en el Centro Cultural Daniel Mantilla Obregozo. Los encargados de abrir el show fueron un dueto de amigos: Carlos Andrés Quintero y Juan Pablo Cediel, provenientes de tierras cercanas (Zapatoca y San Gil), que por primera vez, y después de muchos años, lograban compartir un mismo escenario, impulsados por una misma pasión; razón por la cual se sentían muy agradecidos con Edson Velandia (gestor del festival) al haberles otorgado tal oportunidad.

Abrieron con “Optimista”, que tras ser interpretada de forma cómplice, despertaba la sensación de estar oyendo a un piano y un requinto enamorados. Prosiguió “Chorro”, donde el solo de teclas guapachoso te hacía sentir metido en una realidad virtual, como si fuese un videojuego sobre la belleza y sabor del territorio Guane. Para entrar en calor, este dúo se dio garra con un tema llamado “El Sabrocito”, parecido a lo que bailarías en medio de una pradera andina mientras cae el sol, y los cielos se funden con la niebla en las montañas altas frente a tus ojos.

«Demostraron el talento que tienen y la dedicación de muchos años a una expresión artística tan noble y tan mágica como la música.»

Las sonrisas de estos jóvenes, en medio de las tonadas, contagiaban ese gozo propio de la belleza de nuestra tierra. Para ser amables con los terrenos vecinos, este par hizo un homenaje a Ricardo Sandoval (venezolano) al tocar “El Cruzao”, donde demostraron el talento que tienen y la dedicación de muchos años a una expresión artística tan noble y tan mágica como la música.

“Desairada” fue el tema que siguió por parte de este dueto, que haciendo un juego de sombras muy llamativo, nos permitieron apreciar la rapidez de las manos que daba vida a la razón de tal melodía; y la música siguió con “Los dos”, un delicioso bambuco muy apreciado por el auditorio, dejándose dirigir ante un paseo mental que nos regalaron estos dos talentosos jóvenes. El cierre de su ancestral repertorio estuvo a cargo de un ritmo extranjero, “El vuelo de la mosca” desde Brasil, con la cual sellaron la amalgama de esta primera intervención.

«Combinaban matices ligeramente agresivos con ondas bajas que se arremolinaban en el ombligo y terminaban ondulando en la cabeza.»

El turno en la terraza era para Navegante Tiempo Espacio, que con sus sonidos suaves fue guiando al público (a pesar de la resaca del día previo) hacia la introspección, con el sol cayendo inclemente sobre las caras, y las nubes difuminándose por el azulado y ahora más rojizo cielo. Mas no hubo reparos por parte de los espectadores al hallarse en el suelo, en las escaleras, en los andenes aledaños al lugar, con tal de escuchar las melodías sutiles, y como diríamos coloquialmente, “viajadas”.

Los acordes de post-rock de esta banda siguieron: un trío donde padre e hijo, en la misma tarima y a cargo de las cuerdas, combinaban matices ligeramente agresivos con ondas bajas que se arremolinaban en el ombligo y terminaban ondulando en la cabeza. El sol terminó de caer y las gafas oscuras de los asistentes con él, pues ahora el auditorio especulaba con una visita extranjera bastante particular, y propiamente hablando, encantadora en escena.

«La intrépida intervención de Edson Velandia (vestido galantemente de burro) llenó de jocosidad el ambiente.»

Ezequiel Borra empezó su repertorio con algo propio, “Casi que”, y sin más que una guitarra, sacudió suavemente la llenura expectante del recinto. Para compartir música querida por el cantautor y no solo sus propias letras, nos deleitó con una composición del Uruguayo Eduardo Mateo, “Lo dedo negro”, muy bien interpretada por el argentino y muy bien recibida por el público santandereano y nacional, reunidos bajo el mismo techo. La reluciente personalidad del artista continuó manifestándose, y con ella, canciones propias como “Orgullosa” y “Lo peor”, donde la intrépida intervención de Edson Velandia (vestido galantemente de burro) llenó de jocosidad el ambiente al incluir parte de su famoso tema “La Guarapera” entre las líneas de la composición del argentino.

La imprevista visita del piedecuestano acabó al terminar la melodía, pero Borra continuó deleitándonos con su voz y los sonidos de la guitarra que lo acompañaba, además de las divertidas formas con las se valía de su boca para imitar una que otra percusión. Fue entonces el turno de temas como “Blues de la guitarra”, en principio una sátira al Ave María, en contexto toda una protesta de la curvilínea por ser o no tocada; y “El antihit”, lírica llena de sarcasmo, criticando a su vez la popularidad del mercado musical y la poca versatilidad del comercio en este sentido, acompañados por un ritmo pegajoso y un estribillo redundante y fácil de memorizar, que puso a cantar a todo el auditorio.

«La creatividad del cantante argentino era evidente: su hálito: llamativo en escena; sus letras: llenas de verdad.»

Para este punto la creatividad del cantante argentino era evidente: su hálito: llamativo en escena; sus letras: llenas de verdad, de gracia y de frescura, poniendo su esencia y su sello en cada interpretación. Así pues, continuó con canciones como “Zonámbulos”: un llamado a desconectarse de esas distracciones de la realidad, ese mundo virtual en el que vivimos cada vez más y que nos adormece ante temáticas más importantes, relevantes y actuales; porque si bien los avances tecnológicos presentan muchos beneficios, se pueden volver ellos mismos un arma de doble filo si el usuario no sabe darle el manejo adecuado a tan poderosa herramienta.

Para terminar, el cantante glosó para nosotros otras tres canciones, inspiradas por esas dudas existenciales que todos tenemos a veces, pero que siendo emocionalmente inteligentes, solo representan un camino para autodefinir un rumbo o un principio: aprender a moldearnos; de la manera en que más nos sintamos a gusto con nosotros mismos y con los demás, “Que sé yo”; por la propia tierra de donde proviene el hombre, y lo particular a lo que solo quien nace en cada sitio sabe hallarle al lugar, “Las callecitas de mi vereda”; y por los sentimientos que nos cobijan frente a las personas que apreciamos y que se han vuelto de una forma u otra importantes para nosotros, “Madre”.

«El público enloqueció en furor y baile, gozo, rumba y rugido, disfrutando la energía poderosa que derrochaba la agrupación.»

El sabor del Colectivo Gallo Fino volvería a guiarnos puertas afuera, esta vez hacía un sabor cumbiambero, propio de las tierras de este poderoso festival, pues el Colectivo Social La Panela aguardaba con toda su energía y el sabor puestos fervientemente en su música y letras.

Interpretaron vigorosamente arias propias de la agrupación, y en las cuales incluyeron allegados a su música, amigos, como lo fueron tres integrantes de la orquesta Lokumbia, quienes aderezaron, con dos bombos extra y un par de platillos, el sonido, de por sí ya intenso, de tremendo parche piedecuestano. Sin embargo, la complacencia de cada una de las agrupaciones que se presentaron a lo largo de este magnánimo festival fue siempre así, latente, razón por la cual no dejaron fuera de su repertorio clásicos de clásicos de la cumbia peruana pero bajo el propio estilo del colectivo, tales como “Cariñito”, y también clásicos de clásicos de la propia cumbia colombiana como la magistral obra de José Barros “El Alegre Pescador”, con las cuales el público enloqueció en furor y baile, gozo, rumba y rugido, disfrutando la energía poderosa que derrochaba la agrupación; y la forma en que respondía el público fiel llenaba toda la manzana, de vapor hacía el cielo nocturno, y de un sentir cálido como de playa.

«Velandia y la Tigra se abrió paso entre unos espectadores apretujados y sin señal de preocuparse por ello.»

La despedida fue propia, con su clásico “Somos la Panela”. Ahora solo quedaba recuperar energías para el último show que tendría lugar allí mismo, en la plataforma externa, y que volvía palpable la ansiedad, en un público que no quiso moverse nunca del lugar para no perder la comodidad de su sitio y poder apreciar de cerca lo que faltaba por llegar.

Fue así como Velandia y la Tigra se abrió paso entre unos espectadores apretujados y sin señal de preocuparse por ello, con canciones como “La morgue”, “La gloria del monte” y “La Nevera”, donde hubo participación especial de un colega de la banda que puso a bailar a Edson y su guitarra con brincos y movimientos de cadera muy bien aderezados, lo suficientemente seductores para inocular en todos los mismas garbos y goces del baile improvisado, bajo un sonido poco convencional pero no por ello falto de gracia.

«Edson agradeció, con lista en mano, a cada una de las personas que ayudaron e hicieron posible que Piedecuesta rugiera como rugió.»

Para lo que era el derroche al que estábamos acostumbrados ya por parte de este montaje salvaje y explosivo de La Tigra, no tuvo comparación el momento en el que Edson invitó los vientos de una de las agrupaciones que se presentaron el día anterior (AcidYesit), pues no fue sino que la trompeta de Pardo retumbara en nuestros oídos para que “El Siete Manes” nos estallara por completo en alma y cuerpo, y nos pusiera a declamar una de las características letras de este genial compositor.

En medio de esta flamante descarga de energía Edson agradeció, con lista en mano, a cada una de las personas que ayudaron e hicieron posible que Piedecuesta rugiera como rugió en este maravilloso comienzo del 2017, con la primera edición de un festival que promete romperla año tras año, y no solo a favor de un público sediento de alegría, música y nuevas experiencias, sino también en miras de proyectar a los músicos de la tierra que merecen que se siga cultivando la parte cultural, la parte alternativa, los espacios, los apoyos, y que no se pierda el avance de tanto talento local y nacional solo por la excusa de que faltan las herramientas, porque las herramientas están ahí pero hay que hacer la labor de concretarlas, usarlas correctamente y de modo constructivo, fraguando hacía futuro siempre con mejoras y aprendizajes (que a todos nos sirven y nos cultivan), bien sea como artistas o ya bien como espectadores.

«Sin duda, gozaron de inicio a desenlace con el rugir de toda una tigra hecha festival.»

“Chuvak”, “Jaime Garzón”, “La Cuña” y “Naranjas” fueron algunas de las canciones interpretadas por la banda, siempre remontándose a sus orígenes, con Henry Rincón en la batería, la trompeta de Jorge el León Pardo, el bajo de Daniel Bayona, y en circunstancias especiales como esta, la colaboración de un colega muy cercano a Edson (voz y guitarra) en los teclados: nada más y anda menos que Juancho Valencia de Puerto Candelaria.

Fueron cerca de 15 temas que pusieron a temblar el suelo por la cantidad de pies conglomerados frente al show refulgente de cierre, y los clásicos de esta banda no se hicieron esperar para cerrar con toda su repertorio, como “La Guarapera” “Balada” y “Maestro”, con la que se despidieron potentemente, creando un pogo arremolinado en tan limitado espacio pero que no fue limitante suficiente para retener la dinamita que estos personajes dejaron impregnados en cada uno de los asistentes, que sin duda, gozaron de inicio a desenlace con el rugir de toda una tigra hecha festival.

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Un comentario sobre "FESTIVAL DE LA TIGRA – PIEDECUESTA RUGE (3RA PARTE)" Deja un comentario

  1. Gracias por la crónica….QUE FESTIVAL…. Y Empezar a descontar los dias para escuchar el rugir de la tigra en la bella Piedecuesta..

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