ANTOLOGÍA: DANIEL COLLAZOS

DANIEL COLLAZOS. Cali, 1996. Licenciado en Literatura de la Universidad del Valle. Escritor, animador e ilustrador. Ganador de las convocatorias de Estímulos Culturales de la Alcaldía de Cali en los años 2020, 2021 y 2022; ganador del Concurso Nacional de Microcuentos de Ciencia Ficción MicroCiFi Medellín 2022; Ganador del certamen de filminutos Urbenautas Takeshima 2021 y 2022; primer lugar del XIX Concurso Nacional de Poesía Eduardo Carranza 2020; XI Premio Caminos de la Libertad para Jóvenes 2020 en la categoría Video (México); Premio Jorge Isaacs en las categorías Narrativa visual en 2018 con Estado fallido, Novela en 2020 con La invasión y segundo lugar en la categoría Novela gráfica con A través del Darién; primer lugar del I Concurso de Cuento Corto de Dagua 2021; segundo lugar del I Concurso de Cuento Fundeagro 2020; segundo lugar del XXX Concurso Nacional de Cuento de la Universidad del Externado de Colombia 2017; tercer lugar del III Concurso de Cuento Corto de la División de Bibliotecas de la Universidad del Valle 2017; mención de honor en el Concurso Internacional de Caricatura Grupo Salinas 2022 (México) y mención de honor en el Concurso Nacional de Cuento El Brasil de los Sueños. Finalista del VIII Concurso Mirabilia de Cuentos de Ciencia Ficción 2020, V Concurso Nacional de Cuento del Festival de Literatura de Pereira, II Concurso de Cuento Andrés Caicedo y XXXI Concurso Nacional de Minicuento Rodrigo Díaz Castañeda. En el 2020 realizó el cortometraje animado “Huérfano”, el cual fue seleccionado en festivales cinematográficos de México, Perú, Estados Unidos, Grecia, Italia y Colombia.
CIGARRA
Abro mi pecho a las estrellas.
Abandono la cáscara frágil con mis alas diáfanas
y floto entre cañas dulces y cantos de cigarras.
Vuelo en círculos bajo la noche humilde,
orbitando siempre la gravedad del recuerdo.
Entierro mis uñas en la tierra fría
y saco de ella pedazos de un cuerpo más frío.
Visto botas y ropas camufladas.
Soy y no soy ese muerto.
Miro alrededor y entiendo que los cantos no son cantos sino lamentos.
Y me lamento yo también bajo la noche terrible.
Abandono la tierra abonada de llantos e inocentes.
Lloro tanto, que debo recostarme sobre un árbol del cansancio.
Lloro tanto, que siento explotar de indignación mis pulmones.
Lloro tanto, que es imposible que nadie me escuche, que nadie me encuentre.
Y sólo ahora, tras toda una vida en el campo,
puedo decir por qué nunca callan las cigarras.
XIX Premio Nacional de Poesía Eduardo Carranza 2021
NN
Escucho sobre mí un coro de graznidos fúnebres.
¿Son los ángeles que vienen por mi cuerpo?
Me aferro a la hierba con mis dedos,
escondido entre musgos e insectos bajo tierra.
Temo esa muerte después de la muerte que es el olvido
y que ya nadie recuerde mi nombre ni quién he sido.
Con mis ojos siempre abiertos veo volar los días y las noches,
las estrellas muertas que sobreviven en el cielo como recuerdos.
El tiempo implacable pulverizará mis huesos,
mis cabellos largos que se robó el viento,
las uñas pálidas que siguieron creciendo,
y aun así conservo el anhelo de ser encontrado algún día,
que alguien descubra al fin quién soy y por qué estoy muerto.
Mención de honor en el IV Concurso Mil Poemas por la Paz del Mundo 2022
METAMORFOSIS
Vienes al río atraído por el canto de ninfas y aves del mediodía.
Lienzo y pinturas listas para imitar la naturaleza cual impresionista.
Anhelas encontrar bajo el agua el oro del Rin, como compuso Wagner:
viejos tesoros indígenas nunca rescatados,
que ante los ojos adecuados brillarían como luciérnagas entre la noche.
Lentamente, sumerges los pies entre el agua diáfana y las piedras redondas.
Deslizas los dedos sobre la superficie líquida navegada por flores y orquídeas.
De repente, el eclipse.
Las aves que viste son gallinazos graznando en círculos perfectos.
El agua que te envuelve es densa y sanguinaria.
Sobre ella no flotan flores sino cadáveres anónimos e hinchados,
arrojados al cauce por una guerra detestable.
No más piedras prehistóricas, sino el naufragio de cientos de huesos y calaveras.
Y en el fondo, enterrado entre el fango, no las monedas doradas que buscabas,
sino toneles plásticos llenos de billetes pudriéndose desde hace tanto.
Cuando el eclipse termina, la naturaleza y el río son los mismos,
mientras tú, como diría Heráclito, ves un mundo distinto.
Ahora parecen absurdas las mitologías germanas y grecolatinas.
Y en tu arte ya no hay espacio para la mímesis bucólica y la fantasía.
Sobre el reflejo triste del río, te reconoces y bautizas hijo de esta tierra perdida.
A LA DERIVA
Soy un fantasma a quien nadie puede escuchar.
Con una sábana a cuestas, floto por el mundo como si estuviera vacío
a pesar de estar lleno de palabras.
¿De qué sirve el lenguaje si nadie puede comprenderme?
Murmurando este monólogo infinito,
siembro mis frases y mis ideas en este mundo estéril de soledad y silencio.
Voy por las casas tirando las cosas al suelo,
abriendo las puertas en la madrugada,
jugando con los animales domésticos,
apareciendo en el reflejo de los espejos,
encendiendo y apagando las luces en código morse,
buscando inútilmente alguien a quien contarle mis historias, mis recuerdos.
He traspasado las paredes y las personas
sin inmutarlas, sin tocarlas, sin poder llegar a sus entrañas.
He tratado de hablar en sueños,
inventando imágenes, situaciones, escenarios,
como si fuera un director de cine ya olvidado.
He probado poner todo lo que siento en una tabla ouija,
señalando letra por letra la tristeza de mi alma,
arrojando con furia impotencia la bola de cristal y la mesa.
Llevo tanto tiempo queriendo hablar,
que ya he olvidado qué tenía por decir.
Quizá quería contar mi muerte
y en realidad soy un obrero que cayó desde lo alto de un edificio,
un motociclista que iba sin casco,
un joven al que la policía encontró mal parqueado,
un hombre al que le prometieron un trabajo sencillo y lucrativo,
una mujer casada con un hombre violento,
una anciana abandonada en un asilo,
un pequeño que no sabía cruzar la calle,
una joven que no volvió a casa,
el hincha perdido de un equipo de fútbol,
un militar que ansiaba volver con su familia,
una estudiante en una marcha,
un campesino obligado a estar en la guerrilla,
una mujer que se resistió a un hurto,
un ladrón al que descubrieron in fraganti,
una ambientalista que cuidaba la montaña,
un líder social al que silenciaron a balazos,
un homosexual al que se la tenían montada,
una mujer trans que soñaba con cambiar el mundo,
un negro al que sorprendieron corriendo,
una indígena defendiendo su territorio,
un político honesto que no quiso venderse,
una comerciante que no pagó la vacuna,
un nene al que le enseñaron a matar en una moto,
un viejo atrapado por un virus extranjero,
una enferma a la que no atendieron a tiempo,
un mendigo que ensuciaba el paisaje,
una niña que quería abortar para seguir siendo una niña,
un deprimido al que nadie pudo ayudar,
una inmigrante que no aguantó más el hambre,
una madre soltera que pidió un préstamo informal,
un deportista al que nunca le pagaron una pensión,
una poeta con el corazón roto.
En fin, pude ser cualquiera o ninguno,
como si no encontráramos nuevas formas de matarnos o morirnos todos los días.
¿Y si quiero decir dónde está mi cuerpo,
que mira desde lo profundo un cielo hecho de tierra y flores como estrellas,
donde me visitan de vez en cuando los familiares y los amigos que no recuerdo;
o que se ha vuelto cenizas y vuela por el aire,
confundido entre las arenas del desierto y las nubes cambiantes;
o que permanece en el jarrón de una estantería,
junto a la foto de un rostro anónimo y unas rosas marchitas;
o que se encuentra confundido entre tantos otros,
sin nombre y sin duelo en lo más oscuro de una fosa común
o navegando entre las aguas de un río cenagoso?
Floto por el mundo con ganas de hablar sin saber qué decir,
escuchando conversaciones ajenas,
leyendo los letreros de las calles y los libros abiertos de las bibliotecas,
recorriendo caminos que siempre me llevan al mismo sitio,
dejándome arrastrar por los callejones y las avenidas
a fiestas a las que no me han invitado,
donde la vida y el mundo siguen, inmutables.
¿Estamos condenados a ser eso: menos que nada?
Floto por el mundo, mudo, inútil,
deseando la vida de otros,
añorando vivencias que tal vez nunca tuve,
queriendo una voz con el único propósito de intentar explicar mi propio vacío.
Soy un fantasma.
Si nadie me escucha,
si nadie me recuerda,
entonces fui y ya no soy nada.
SOY UNA MUJER
Soy una mujer.
Debo decirlo una y otra vez porque afuera no parece cierto
y me contradicen las voces que me gritan.
Soy una mujer,
me repito mil veces a mí misma.
Y me cuestionan las voces que me orbitan.
¿Soy una mujer?
Me hacen dudar las voces que me habitan.
Y reflejada frente al espejo no encuentro más que miedo.
Y desvelada a medianoche no encuentro más que odio.
¡Soy una mujer!
Grito al mundo interior y al exterior.
Y se burlan de mí las voces que me parasitan.
Soy una mujer,
repito tambaleante sobre la cornisa.
Soy una mujer…
Aunque algunas veces quisiera simplemente no ser.
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