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PIERO DE BENEDICTIS: «CUANTA MÁS MUERTE Y DESGRACIA HUBO, MÁS PERDONABA LA GENTE»

Por Joan Camilo Bolaños.

Fotografía por Sísifo Pictures.

Para la izquierda de América Latina fue un mito comparable con el Che Guevara, pero los caminos de Piero de Benedictis no estaban en la militancia política, sino en el arte. Por eso no entendía nada cuando tuvo que huir de Argentina para que su nombre no engrosara las cifras de desaparecidos por la dictadura militar de Videla.

Pese a ello, nunca tuvo rencor. Mientras los extremistas pedían “paredón, paredón, a todos los milicos que vendieron la Nación”, Piero cantaba “Olvidemos la venganza / recordemos qué pasó/ si hay justicia que ajusticien / con nuestra Constitución”. Y es que para él se “está con la vida o con la muerte”.

Piero Antonio Franco de Benedictis nació el 19 de abril de 1945 en Galípoli (Italia). Sin embargo, al final de la Segunda Guerra Mundial todos se iban adonde podían; así que él y su familia se mudaron a Buenos Aires cuando tenía 3 años, lugar en el que ha transcurrido la mayor parte de su vida.

Nunca buscó la carrera musical, sino que ella lo fue encontrando. Cuando empezó nunca creyó que ese fuera el camino al que dedicaría gran parte de su vida. “Hasta que un día me atajan en la puerta de un club y me dicen ‘está lleno’. ‘¿Quién viene? ¿Palito Ortega?’. ‘No, nadie, estás vos solo’. Y había más de mil personas, y era un lugar chiquitito. Hasta ahí yo jugaba y me divertía. Ahí me agarró una cosa muy fuerte y les dije que su actitud me había hecho cambiar la mía. Yo quería estudiar medicina, pero ahora me lo tomaría en serio y sería como un periodista contando cosas y casos para ser lo más independiente posible. Eso dije en ese momento y me acuerdo perfectamente”, afirma Piero.

Su relación con Colombia ha estado llena de altibajos. Vino de gira tras el éxito de ‘Mi viejo’. Sin embargo, en épocas del estado de sitio se le prohibió la entrada al país. No obstante, nunca ha estado lejos de Colombia e incluso estuvo en la defensa del proceso de paz de La Habana.

Nunca se altera. Su voz es pausada y transmite tranquilidad espiritual. Siempre sonríe. Viste de jeans, camisa azul manga larga, zapatos deportivos y una cadena de oro. Toma café, con mucha leche, mientras responde nuestras preguntas. Al final muestra con orgullo un vídeo en su celular en el que aparece una de sus nietas que “canta naturalmente, como si hablara, sin esforzarse”. Conversamos con él sobre su trayectoria, su relación con los militares, su papel en la paz de Colombia y sus anécdotas, algunas de las cuales incluye su biografía ‘Piero, mi querido Piero’, escrita por la periodista Maureén Maya.

¿Cómo fue la etapa en el seminario?

Yo cantaba con todos, pero en el seminario vivía. Yo quería estudiar piano, teclado, acordeón. Me aburría mucho porque me hacían hacer mucho ejercicio. Hasta que vi en el patio del seminario uno que tocaba la guitarra y eso me abrió la cabeza. Me di por enfermo porque no podía darle tiempo a otra cosa diferente: me dio un ataque de guitarra —Igual le pasó a Juliano, mi hijo, hace algunos meses. Yo me acuerdo de que tenía una madera con seis hilos y hacía digitación de noche para no hacer ruido y no joder a los pacientes o a los que estaban ahí cerca. Eran como ataques de enamoramiento.

¿Quiénes fueron sus referentes musicales?

Yo había llegado a Domenico Modugno en Italia, que tiene canciones muy hermosas. De golpe, me agarraron Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui. Cuando los escuché, me cambiaron la cabeza, me dieron vuelta y me tiraron el tablero a la mierda. Ahí arranqué de otro lado. Eso es algo que les agradeceré toda la vida. Hasta ese momento deambulaba para hacer canciones y estaba inconforme, pues no me satisfacían internamente.

¿Cómo fue grabar su primer disco?

Mi primer disco fue un simple, una cumbia en italiano. Estaba de moda la cumbia en Argentina. Yo tocaba en mis bailes y cuando terminaba me iba a tocar gratis con un maestro que se llamaba Ardolino, que era muy bueno con el acordeón y los teclados. Eran nueve y sonaban como si fueran veinte. Ahí fuimos empezando. Cuando queríamos grabar no sabía de qué se trataba, pues no tenía canciones. Cuando muestro todas las canciones posibles a mí no me gustaban, hasta que le digo al director musical “tengo esta que no sé qué es, pero es interesante porque cuando terminan los bailes y la tocamos se prenden todos”. Y bueno, la cosa es que salió ‘Alla cara cara nonna’ y estuvo 3 meses de primera en ventas. Cuando cae me ofrecen que cante en una propaganda de vajillas como un regalo para el día de la madre con la misma música. Sale el ‘jingle’ y me preguntó mi representante cuánto les pedíamos. Aunque nunca había tenido auto, a mí me gustaba uno que costaba doscientos veintidós mil pesos. Entonces, eso les pedí. Me dijo que estaba loco porque yo era nuevo. Sin embargo, me llamó la misma tarde y me dijo: “Piero, ¡dijeron que sí!”. A partir de ahí no fue buscar la carrera, sino que la carrera me buscó a mí siempre.

¿Cómo compone sus canciones?

Son muy obvias, son juegos que se remiten a la adolescencia, el cine, la matinée, la plaza y la primera novia y agarrarle la mano. Lo que uno busca está amontonado en la canción. Hubo un tiempo largo que con José Tcherkaski, mi coautor, nos sentábamos de 12 a 8 y componíamos todos los días. Allí aparecían todas esas historias. Yo le tiraba la bronca a José porque era muy pesimista, mientras yo era el optimista. Entonces, yo quería cambiar la palabra ‘muerte’ por la ‘vida’, y él, lo contrario.

¿Cómo fue lidiar con las dictaduras y el deseo de cambio de la época?

Intentábamos acudir a la picardía. En la Facultad de Medicina grabamos ‘Los Americanos’ y un montón de canciones que eran contestatarias en las que el malo de la película era el General Longanía, que era presidente. Era el lobo feroz. La cuestión es que al lado de los que vinieron después ese era Bambi. Fueron muchas situaciones que marcaban las cosas.

Se me ocurrió recién ‘La sinfonía en la mar’, que no existía, pero el gobierno me prohibía todos los discos, así que debía cantar algo que no fuera conflictivo. Aparecen unas canciones que cantaba Alejandro Mayol, un cura amigo mío, que embelesaba a todo su público. Mientras las grabábamos, compuse ‘La sinfonía’. Para mí es un disco muy especial y se lo debo a los militares, pues me obligaron a hacer otras cosas.

¿Qué representó su exilio?

Yo era un exiliado bastante particular porque tenía siempre los medios y podía moverme para donde quisiera, mientras que mis compañeros argentinos debían empezar de menos diez. Me fui para Italia, pero había problemas con las Brigadas Rojas, una anarquía medio rara. Un día estaba comiendo con abogados amigos míos y les veo el revólver guardado, y les pregunto: “¿y qué? ¿Estás con la mafia, boludo? ¿Qué te pasa?”. Me decían que vivían en los castillos romanos, en donde yo quería vivir, y allí asaltaban todas las semanas. Así que pensé que venía de la guerra y no quería volver a ella. Por eso me fui a España.

Entonces, me compré un molino de más de cien años y no la pasé mal. Siempre decía, medio en chiste y medio en serio, que le agradecíamos a los militares cuando la pasábamos bien por algo. Cada uno va por donde puede y yo aproveché ahí para leer lo que me gustaba: tratar de meditar y buscar espacio para conformarme. Mi objetivo era dejar todo y reelegir cada cosa en la que quería seguir. De hecho, la guitarra no la toqué sino hasta dos años después, cuando volví al Uruguay para ver a mi hijo.

Y su relación con los militares nunca fue la mejor…

Hubo momentos en que uno siempre se cuidaba de decir o de insinuar para que no te pegaran o no te prohibieran. Era soslayadamente meterse donde no se podía. Hasta que un día dijimos que íbamos a hablar claro. Allí vino: “Libertad era un asunto/ mal manejado por tres. / Libertad era almirante/ general o brigadier”. Más claro echarle agua, ya no había nada de subterfugios, ni lo escondo debajo de la manga. Ahí se pudrió todo mientras se estaba pudriendo todo de por sí.

Años después, cuando vuelvo a la Argentina, vino Caetano Veloso a Obra Sanitaria. Yo soy amigo de él y me fui a verlo. Estaba repleto, y también había milicos por todos lados. Estábamos acomodándonos con mi hijo y me llama a cantar. Para mí era como si me llamara Gardel. Me voy y se me ocurre ‘Estamos bien’, una canción de Cantilo. Entonces, sale uno de por allá arriba y responde: “no estamos nada bien aquí”. Y los otros estaban puteando cada vez más fuerte. Así que les digo: “Paren un momento. Ustedes, los que están ahí de la policía para allá, ¿no estamos bien en este momento? ¿O qué te tengo que regalar?”. Cuando le fui a devolver la guitarra, Caetano estaba llorando mal.

Cuénteme de su acercamiento con la espiritualidad

Siempre me vendían la meditación con un gurú atrás. Sin embargo, yo sólo quería meditar, no quería un gurú. Eso no tiene dueño. Poco a poco, fui leyendo a varios que tenían la espiritualidad, no la religión. Después corona todo eso conocer a Indra Devi, quien fue amiga de Gandhi. Con ella hicimos muchas cosas, íbamos todos los años a la India y Egipto. Fue una maestra de la coherencia, caminaba y te enseñaba cosas.

¿Cómo llegó a Colombia?

Acá pegó la cumbia ‘Alla cara cara nonna’. Nos enteramos después. Íbamos a Venezuela, pero no veníamos a Colombia. Hasta que llegó ‘Mi viejo’. Esta canción se mete por todos los países y nos permite recorrer toda Latinoamérica. Realmente, fue instantáneo. Se armó enseguida toda una cosa que nadie la esperaba y fue muy fuerte. Cuando llegué acá era otro aire, era distinto. Me encantó la gente, lo que básicamente te mueve cuando vas a un lugar. Creo que merece un presente y un futuro mejor en cuanto a que la gente pueda soltarse con su creatividad, con su fuerza, energía y sus valores, no que eso esté cortado con un carrobomba ni montones de violencias.

Me tocó acompañar todo ese proceso de paz hasta ahora más que nunca, con todas las negociaciones. Meterme en la cárcel de Bellavista en Medellín, hablar con el ELN. De golpe, me di cuenta de que ellos también quieren sumarse a la paz. Sin embargo, la gente no lo sabe porque no lo dicen. Entonces, piensan que si tienen guerrilleros armados y desarmados las cosas siguen igual. Y así me metí con todos los actores: los que estaban en Cuba, los presidentes. Yo sigo buscando por ese lado.

¿Por qué le prohibieron la entrada a nuestro país?

Me invitaron los chicos de la Universidad de los Andes para que fuera a un teatrito de cuatrocientas personas y fueron siete mil quinientas y en el libro está. Fue hermoso y muy fuerte, pero muy tranquilo para una época en la que había mucho lío con los estudiantes. Entonces, vienen los de la Nacional y me dicen que me voy con la gente de plata y no con ellos, que eran el pueblo. Ahí les respondo que son un pueblo dormido, pues ellos vinieron antes y nadie los mandó. Allí me piden disculpas y que vaya a cantarles a la Nacional al día siguiente. Ahí se empieza a meter el DAS y no dejan que las quince mil personas me escuchen. Pasa un día y me preguntan los de la Javeriana, los curas siempre llegando tarde pero como tenían poder pudieron conseguir el permiso.

Viene el General Ordóñez y me va a ver al ‘Unicornio’, un lugar muy caro en donde yo cantaba en la noche. Yo agarro a unas amigas azafatas que habíamos invitado ese día y les digo que lo pongan contento. Después termino mi presentación y le pregunto al General si le parecía tan terrorista lo que hacía yo. Así que le propongo ir a un lugar abierto y grande para que pudieran ir todos los estudiantes que quisieran con mostrar el carné, y me dijo que era una gran idea.

Quedamos así y yo tenía el papel con membrete porque la izquierda me decía que yo era como el Che Guevara o mejor. Nosotros teníamos sábado y domingo en Medellín y el lunes tocábamos en El Salitre para todos. Así que vinieron los muchachos de la Universidad de Antioquia y, dado que ya tenía permiso, me pidieron que también les cantara. Armamos el escenario, me fui a dormir y cuando me desperté estaba todo lleno de policías. Les pregunto qué pasa y me cuentan que están por orden de Inteligencia y que no podía cantar. A pesar de que el General Ordóñez me había dado permiso para cantar, un coronel no lo permitió.

Me llevaron al DAS y me dijeron que me tenía que ir porque estaba haciendo mucho lío, que estás enfermo o algo así. Sin embargo, les respondí que yo estaba muy bien de salud. Después de todo, le dije al coronel que debía probar con otro oficio. Así que me hicieron irme. Ya en el aeropuerto agarré el papel membretado y escribí: “yo creí que la palabra ‘diálogo’ estaba antes que la palabra ‘represión’. Yo creí que un general valía más que un coronel”. Pasaron unos meses y me volvieron a contratar y cuando volví me hicieron salir en el tercer avión a Lima. Allí me buscó el embajador de Panamá de parte del General Torrijos para que cantara todas las canciones que me prohibían, y él mismo me presentó.

¿Cómo han sido esos testimonios de las víctimas que ha acompañado?

Muy fuertes. En estos días me llamó la atención en Duitama cómo me contaban su historia: “yo tenía mi papá, que le gustaban tus canciones” y todos me compartían su tragedia. Y qué sé yo, son muy difíciles. Por ejemplo, cuando mataron a José Antequera le dediqué el concierto y años después nos invitaron a su casa y sus familiares me contaron que cuando sucedió esto quedaron a un lado y lo único que los consoló fue mi dedicatoria. Siempre estuvo pegado ese afecto. La realidad era muerte y destrucción. Uno va acompañando ese dolor o tratando de ser útil para que tenga una vuelta.

¿Qué sintió tras la victoria del No en el plebiscito?

Nos entristecimos. Pero ellos no entendían nada. El ‘No’ fue el más sorprendido y no estaban preparados para su victoria. Si hubiera ganado el ‘Sí’, ellos hubieran provocado, como lo hacen ahora. Hay mucha vuelta, pero también estamos en un momento en que, como nunca, está de manifiesto que se quiere la paz. Más que nunca, debemos ponernos las pilas para conseguirla. No se trata de verla por televisión a ver cómo va el partido, tenemos que trabajar por conseguirla. Cuanta más muerte y desgracia hubo, más perdonaba la gente. El que está en la oficina y no se embarra se cree que todo es caótico. Y acá lo que hay es un negocio contra un ideal.

Cuénteme del libro

Yo ya había hecho un par de libros con José Tcherkaski. Con Maureén nos conocemos hace un tiempo y ella fue arrancando. Ella armó todas las cosas. La cuestión es que cuando empezamos aparecieron un montón de anécdotas. Entonces, comenzamos a juntar y había mucha tela para cortar y el libro fue creciendo.

¿Qué anécdotas?

Por ejemplo, con Mercedes Sosa. ‘Soy pan, soy paz, soy más’ ya se lo había dado en Madrid. Se fue a París, se enamoró de la canción y cuando la iba a grabar se le perdió. No salió en ese disco. Cuando vuelve a la Argentina en el Teatro Ópera, me dice “Piero, perdoname. Yo los cagué a pedos a todos y nadie me ayuda”.

Después estuve mucho con Indra Dehvi, mi guía espiritual. La Negra un día me dice: “Esa petisita con la que andás vos, ¿por qué no la traés un día?”. Llegué a la casa de Mercedes con Indra y comenzamos a charlar. Tanto se entusiasmó la ‘Negra’ que quiso hacer una parada de cabeza, que para cualquiera de nosotros tenemos que ir de a poco. Imaginate a la Negra toda grandota. Hay un montón de cosas muy lindas y fuertes. Realmente, fue un privilegio ser su amigo.

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