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ANTOLOGÍA: SOFÍA ALVARADO CORTÉS

SOFÍA ALVARADO CORTÉS (México, 1986). Es escritora, docente y promotora cultural. Estudió Lengua y literaturas hispánicas en la UMSH, así como algunos Diplomados en creación literaria, cine y análisis de textos por la BUAP, la UMSH y el INBAL. Ha sido publicada por Escritoras mexicanas, Yo soy nosotras, Blanco móvil, ADN Cultura, Norte/Sur, Posada Almayer, así como en diversas antologías, revistas y periódicos impresos y digitales.  Ha fundado colectivos para la promotoría cultural, enfocados principalmente en el cine y la literatura. Fue becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en la especialidad de cuento. Actualmente es parte de Les Comala, toca la jarana, da talleres de narrativa para mujeres y viaja.


Amanece oliva
verde terroso
cuarteto de viento
marcha fúnebre
que mancha el día
de mis cuerdas.
Se desplazan las palabras
se desprenden los objetos de la casa
y he de recordar los ciruelos
y los patios antiguos
como premoniciones que van hacia el pasado.
Amanece triste el día
pareciera que he de morir pronto
en brazos que no son míos
entono himnos de polvo
y mares de poesía incompletos.
Las cortinas bajas
los árboles hablándome en otras lenguas
la música canta en tonos amarillos,
amanece triste,
oliva, verde terroso,
marcha fúnebre.


A los pescadores
los matan con la vista abierta hacia el cielo,
cuatro casquillos como escamas en el pecho.
Les nacen peces en las manos
y flores rojas en las sienes,
un oleaje de cardúmenes en la cabeza.
¿Por qué nadie pinta esto?
No vende, responden los turistas.
Los hechos los redactan en la nota roja,
pequeña porque espanta:
eran las seis pe eme,
frente a la playa Principal.
Decimos pescadores, muerte, playa,
míreme, señor,
(cadáver),
míreme,
(cuerpos),
pínteme,
(sangre)
míreme,
(balazos)
dibújeme
a la luz del día, en el malecón.
Se me quedó la vida entre la arena y el paraíso,
disculpe las molestias.
(Acotamos: no hay ningún señor aquí,
las aguas enmudecen).
Le ofrecemos unas palmeritas
y el atardecer, dice alguien a lo lejos,
con mar de fondo y la voz atravesada de espanto.
Los señores del gobierno se toman la foto en la enramada siguiente,
hay que cuidar la imagen, los votos de la gente,
y sonríen felices, encantadores abajo de sus camisas blancas bien planchadas.
A los pescadores los matan de frente al océano,
con los sueños sueltos entre la Rosa María, Flor II y La Bamba.
Los matan y no acontecen.
Nadie les pinta la mirada,
la luz naranja del atardecer reflejada,
llena de sal y de silencio. 


¿Será que el verbo morir es parecido al verbo cantar?
¿que el canto viene
de la voz que se vacía?
¿Será que la voz última se nos retuerce dentro
como serpiente marina,
como una investidura de escamas?
¿Cuál será mi traje?
¿Quién seré yo después de vaciarme?
¿Cantaré?


Adentro, el poema es mar abierto,
oleaje de un sueño donde mi abuela
era ciega y yo un pez que le abría,
como un ojo,
las aguas del mundo.


Los oídos de mi madre han quedado rotos
en la espesura del agua
recorren esteros y lagunas
para encontrarse como un muerto azul en el Pacífico.
Caen de vacío en vacío
aguzados hasta el fondo
sin palabra, sin sonido.
La cabeza de mi madre es una escafandra
otro abismo de locura al que sujetarse
en el que volar hacia abajo
hasta quedarse sin voz
sin delirio
con una mueca de confusión 
en los ojos.


Para terminar, quiero decir que, si el poema pudiera,
como ya lo decía Adrienne Rich,
ser una cosa,
un vestido, por ejemplo,
un zapato,
resistir el paso del tiempo más que la palabra,
si pudiera el poema ser océano,
o mármol
o una galaxia,
responder preguntas
ser, en suma, todo,
inicio y término de lo que existe,
tal vez traspasar el muro de la abstracción,
llegar al silencio
sentarse a escuchar hasta el cansancio aquella música,
nada nos sobraría,
nada nos faltara.

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