ANTOLOGÍA: MARTHA CECILIA ORTIZ QUIJANO

MARTHA CECILIA ORTIZ QUIJANO. Poeta nacida en Tumaco, Nariño, aunque desde muy temprana edad habita Cali. Politóloga de profesión. Ha sido invitada a diferentes festivales en Colombia y el exterior. Sus poemas han sido publicados en antologías y revistas de Colombia e Hispanoamérica. Entre sus publicaciones se cuentan, en el 2014, “Trébol de Cuatro Hojas” (Coautora). En el 2014 hizo parte del tomo II de la Antología “Poesía Colombiana del Siglo XX Escrita por Mujeres” (Apidama Editores). En el 2020 publicó la antología personal “Desde la Otra Orilla” (Editorial Seshat). También, en el 2020, fue una de las ganadoras de “Poética del Aislamiento” (Gobernación del Quindío, El Espectador y Cuadernos Negros Editorial). En el 2021 fue una de los ganadores para la Antología de poesía erótica “Cuerpos Habitados”, de Editorial Exilio. En este mismo año, su poesía fue incluida en la Antología “Desde la Luz Preguntan por Nosotros”, Editada por la Fundación Pablo Neruda, de Chile, y en el libro sobre Cali «Territorio Literario», editado por Sial Pigmalión de España y Univalle Editorial de Cali, Colombia.
Nocturno
La muerte
cruza el umbral de mi habitación,
se desliza entre mis sábanas
me mira fijamente a los ojos,
dándome las buenas noches
antes, de irse a dormir.
Monólogo
La vejez mecía mi corazón
como mece una loca a un niño muerto.
Milosz.
Sentada en esta mecedora
a orillas de la carretera,
veo desfilar el tren y la vida.
Un suspiro perdido entre escombros
de un tiempo remoto
se filtra por las rendijas de mi existencia
y me acontece como el brutal reflejo
de un cuchillo asesino en la mirada.
La ciudad
A todos los caídos en Siloé de Cali
Mi canto,
tiene sonidos tristes
se agudiza con la tarde.
Notas fúnebres
que embargan los ojos de los que pueblan esta ciudad.
Rostros de viudez, de orfandad,
comprimen el aire.
Muertos en las esquinas,
fronteras invisibles en caminos empedrados
se extiende por toda la ladera.
Muertos como hormigas
han marchado en caravana por las callejuelas.
Estas cuadras de casas disformes
ahogan la risa de los niños en la alborada.
Fuego cruzado al sol de mediodía.
Cada rincón de esta ciudad
guarda los misterios del poniente,
la sangre que emana de la tarde.
El río
El río
morada de peces y muertos.
Cuerpos desmembrados:
una pierna,
la cabeza atorada entre un acantilado
un tronco hecho canoa.
Debajo de su lengua no lleva óbolos
algas se atoran entre sus dientes.
Ni siquiera Caronte transportador de almas
los acompaña en su último viaje.
Los cuerpos sin rumbo
viajan río abajo.
El agua les irá borrando cualquier huella
todo rastro de quienes fueron.
Algunos serán arrastrados hasta la orilla
otros…
divagaran en sus profundidades
hasta el fin de los días.
He regresado a casa, papá
Papá, he recorrido otra vez nuestra casa
hecha de palafitos, tablas de madera y zinc,
la de ocho habitaciones
y pasillo largo,
tus manos la edificaron
sin descanso.
De nuevo mis hermanos
en la mesa con tenedores y cuchillos,
algarabía.
Mamá en la cocina,
la comida justo a la seis.
Las risas de tus hijos aún resuenan con el litoral/
y el humo que viene desde la carbonera
dejan en las paredes su marca,
desde la azotea
veo a los pescadores regresar de su jornada
antes que el bajamar se aleje con la tarde,
ha descubierto tus raíces de manglar,
esas, que también son mías.
Ya no soy esa chiquilla inquieta
que revoloteaba con la ligereza de lo etéreo,
la del arcoíris en sus ojos lluvia
la muchacha de cabellos de alambres
que no llegaste a conocer,
te busca a hurtadillas.
En tu lecho de enfermo
en la prisión de tu cama,
con tus ojos del tamaño del mundo
me miras, sin musitar palabra
-silencios compartidos-
La ausencia toda
en un instante de eternidad.
¡Ay, cómo quisiera que la muerte no te hubiera
arropado con su manto!
He regresado Papá, en mis sueños
a tu casa,
que los embates del tiempo,
derribaron.
Raúl al límite
A Raúl Gómez Jattin
¿No sé cuál fue tu último pensamiento
antes de dejar esta tierra, Raúl?
Nuestros caminos nunca se cruzaron.
En el minuto que le robo a la noche,
-te escribo-
El filo de tu lápiz, igual que tus palabras
tus ojos de tempestades fueron la flecha,
la sombra del viento, tu figura ligera.
sin ataduras ni condena.
Te imagino en una mecedora elevando tu corazón insurrecto.
Ningún hospital logró encarcelar tus versos,
tus pies más allá de la comarca,
desde la aldea
hasta los confines de tu locura.
En ese río Sinú de tus amores dejaste
tus soledades cada día,
ese río: luna y reflejo.
En tu reino de poeta, entre la penumbra
te imagino
bailar con los zancudos.
En la hora del sueño Lola, tu madre
acaricia tu cara de niño huérfano.
De tus bolsillos rotos no cayeron monedas
poemas, en esa mañana de mayo.
Las granadillas se hicieron estrellas
entre tus manos
luz en la vigilia en esta hora del vuelo hacia la muerte.
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