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ANTIPATÍA Y XENOFOBIA

Por Gregorio C.
Imagen tomada de www.saveahater.accem.es

Pocas veces la vida nos da la oportunidad de saltar la brecha de la desigualdad económica y situarnos, no del otro lado de la misma, sino en una especie de frontera intermedia y flotante, desde donde nos complace el sufrimiento ajeno, precisamente, porque no es el nuestro. Esto es justo lo que pasa con las migraciones ilegales, cuando los extranjeros pobres (porque los ricos vienen, nos usan desde su ingenuidad mal pretendida y luego se van) engrosan las listas de desempleo y atiborran las calles de las principales ciudades del país, con la cara larga y el estómago contraído por el hambre, extendiendo la mano para pedir un poco de misericordia. ¡Y cuánto nos complace comprar nuestra conciencia con una moneda, aligerando luego el paso como si así pudiésemos escapar efectivamente del fantasma de las corrupciones pasadas que nos pisa los talones!

Según cifras de Migración Colombia, para el año 2020 más de 1 millón 825 mil venezolanos estarían radicados en el país. Cifras que representan un crecimiento cercano al 3% con respecto a diciembre del 2019, de los cuales 1 millón 25 mil serían migrantes irregulares, muchos de ellos detenidos en el tránsito a otros países de Latinoamérica debido a la pandemia. Esta avalancha de caminantes ensombrecidos, que atraviesan las ciudades con el destino atado a sus espaldas, ha generado en muchos compatriotas la idea de que el inmigrante es siempre el responsable de los males que nos aquejan, lo perverso y lo ruin que deteriora la pretendida tranquilidad del día a día, y todo tiende a resumirse en comentarios despectivos que señalan el lugar de procedencia de ese otro (el bárbaro o el vándalo), aquél del que solo podrá librarnos la mano dura del nacionalismo más mojigato, el mismo que exclama que los buenos somos más (más indolentes, si acaso). Y esto se repite en las calles, en el transporte público, al interior de los comercios, cada día, en toda la ciudad, en todas las ciudades (como un mantra, cargado de antipatía y xenofobia), especialmente en este momento histórico en el que la emergencia sanitaria provocada por el Covid 19 no ha hecho más que exacerbar ese desprecio, alimentándolo con el miedo al otro, a todos los otros, a los que están allí afuera.

Al final, no solo no saldremos de la pandemia con un renovado espíritu de confraternidad, como lo había pronosticado un optimista Slavoj Žižek hace unos meses, sino que estamos ad portas de un conflicto civil en el que, con toda la seguridad, seremos los imbéciles (los pobres, la clase media, casi todos) quienes llevaremos la peor parte.

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