LA FICCIÓN COMO CONSTITUYENTE DE LA REALIDAD

Por Gerson (Dugen) López.
Imagen tomada de wikipedia.org.
El ojo de un fotógrafo tiene una intencionalidad. Lo que capta la cámara es un encuadre o limitación de una escena en la que se pretende narrar una historia, sentimiento o sensación; en últimas, es la interpretación del ojo mediada por un lente. Un cuadro, aunque sea un retrato, un bodegón o un paisaje, implica también la selección y encuadre de una escena al igual que la selección y fabricación de colores, etc. La composición musical no dista mucho de lo anterior, pues se requiere, igualmente, una selección de instrumentos, ritmos, temáticas, y así sucesivamente. Lo mismo para cualquier tipo de arte.
En cualquiera de los casos, se habla de la fabricación, elaboración o expresión en la que el artista recurre a la imaginación, ideación, estructuración y formación de una idea (que luego será materializada con una técnica mediante el uso de alguna herramienta). En ese sentido, aunque el artística intente reflejar una realidad, esta está supeditada a una interpretación. Entonces se puede hablar de una ficción; por ahora se podría decir que son mundos creados a partir de un mundo seleccionado. Eso, por un lado, pero adicionalmente, está implícita la mirada (o el oído, cuerpo, razonamiento, etc.) del espectador.
Frente a la obra de arte, el espectador realiza un primer ejercicio sensitivo, es decir, el impacto que tiene la obra sobre él y un intento por comprender de manera global la temática y sentido de dicha obra. Esta sensibilidad está mediada por sus propias experiencias, su personalidad, gustos, conocimientos, entre otros. Entonces, casi simultáneamente, se genera una reflexión y profundización (o razonamiento) del contenido de la obra. Ello converge en una nueva interpretación, la cual puede ser vivencial, teórica o ambas. Es decir, se genera una dualidad en la que el espectador absorbe una ficción, la trae a su propia realidad y así mismo genera otra ficción (que, a su vez, puede conectarse con otras ficciones). Sería como un constante manoseo de la temática o contenido de la obra. No obstante, eso no erradica la intencionalidad del artista, ni el tema abordado o el contenido expuesto. Pero, precisamente, es por ello que en algunos casos se manifiestan malinterpretaciones y desviaciones fuera del foco central de la obra.
Ello puede remitir a la noción de visión efectiva propuesta por John Fowles o a la interpretación del cuerpo de Nietzsche, en el que la naturaleza no se presenta de manera objetiva, sino filtrada por un entramado de experiencias presenciales. Además, si el conocimiento del mundo está permeado por una directa o indirecta interpretación de la persona, esta experiencia es aún más radical con una obra de arte. Ahora bien, referente a la lectura, suele suceder que una persona tienda a transferir esa realidad a la propia o, lo que en cierto sentido es lo mismo, tienda a reflejar su realidad con esa ficcionalidad del texto. Así pues, es recurrente, por ejemplo, que una persona de amplia lectura esté impulsada a tener una cosmovisión mediada por sus conocimientos y lecturas. Esto implica que, como dice Paul Valery, las personas “perciben más según un léxico que de acuerdo con su retina”.
En ese orden de ideas, toda obra de arte (hablado radicalmente) es una ficción. De tomarse esta afirmación como algo verídico e irrefutable, podría decirse que el nombre del género ficción no debería existir. No obstante, retomando la radicalización de la afirmación, lo que se denomina realidad también sería una ficción, por tanto, se desdibujarían los límites entre ambas. Entonces, para no caer en ese círculo vicioso, el dilema se puede desanudar admitiendo que el término ficción es un concepto aplicable para un tipo específico de género, en este caso, literario. Aun así, dentro de los géneros literarios, queda entre dicho hasta qué punto una obra es ficción (pues de por sí, todas los son) y cuales pertenecen a otro tipo de género.
Entonces ¿cómo se puede identificar o diferenciar? Una respuesta a ello sería superficial y fácil de debatir por diversas razones. No obstante, a la hora de afrontar una narración de ficción, no se requiere mucho esfuerzo para identificarla. Pero la pregunta sigue vigente, pues los parámetros no se pueden definir por la simple intuición. Sin embargo, valdría transformar en pregunta esta afirmación: ¿los parámetros no pueden ser definidos por la intuición? Llegado a este punto, en cierto sentido, se podría afirmar que sí, pues al enfrentarse a un texto de ficción, el lector comprende la distancia existente entre un relato de ficción y la realidad colectiva.
Existe una intuición en la que la cognición comprende que ello, difícilmente, podría no darse jamás o que dista mucho de lo posible en cuanto a lo espacial o lo temporal o que no hace parte del conocimiento oficial. Esto último se puede discutir apelando a la idea de un eurocentrismo del conocimiento, el cual ha abarcado los grandes relatos, dando una aprobación y desaprobación a determinados conocimientos, tal como sucedió (o sucede) con los relatos indígenas, femeninos, latinoamericanos, entre otros. Por estos motivos, los mitos y leyendas no son considerados como una parte esencial de la realidad. Pero no es necesario apelar a tal discurso. Basta con retomar la idea de ficción como una intuición de la imposibilidad de existencia.
Pero ello no deja de lado un hecho: que el lector comprende el referente a una posibilidad del comportamiento humano o de ciertos acontecimientos (ya sean catastróficos, tecnológicos, apocalípticos, extrasensoriales, etc.) Es decir, a pesar de lo ilógico que pueda parecer un contexto, el lector reconoce la lógica humana impresa en los personajes (al fin y al cabo, es escrito por un ser humano). En términos de Jesús Maestro, la ficción carece de existencia operatoria; es decir, se fundamenta en entidades que no tienen un valor operatorio sino estructural dentro de la obra literaria. Así pues, se podría hablar de una realidad subsistente. Por tanto, la ficción forma parte de la realidad, porque la realidad es una construcción humana al igual que la ficción es una construcción humana dentro de la realidad.
Jesús Maestro insiste que, después al tener contacto con una obra de arte, no se abandona la realidad, sino que se transita por una dimensión denominada realidad, porque la operatoriedad se suspende (lo operatorio deja de tener el mismo valor que tenía antes). La ficción, entonces, hace parte de la realidad. Esto sucede porque el arte dota de existencia estructural a entidades que carecen de operatividad. Ya decía Descartes que, aunque se trate de imaginar cualquier cosa, supuestamente inimaginable, y por más que se trate de no hacerla parecer a nada conocido, en su descripción se termina apelando a un color, una forma, un material, etc., perteneciente a lo conocido. En últimas, se debe recurrir a la materialidad de la realidad para construir una realidad ficcional.
Eso quiere decir, que el arte no se sale de la realidad; entonces no se trata de la posibilidad de un mundo alterno. En este punto vale reiterar lo concebido por Jesús Maestro, cuando dice que: la ficción no nos sitúa fuera de la realidad; por el contrario, nos integramos en una dimensión no operatoria de la realidad. Esto, a su vez, implica que la ficción contribuye a la construcción de la realidad. No es de extrañar que Paul Ricoeur dijese: ¿de qué otra cosa hablaríamos, literatura incluida, si no es del mundo?
La respuesta de Maestro, al final, es muy sencilla: la ficción tiene una existencia ontológica. Esto puede explicarse, a modo de ejemplo, con la naturaleza de los recuerdos. No del acontecimiento en el que se fundamenta el recuerdo, sino del recuerdo en sí. No solo porque al recordar algunos hechos se tergiversan y porque, además, el mismo hecho puede ser evocado en la memoria de diferentes personas con sensaciones distintas, sino porque el recordar trae al presente (o le da una existencia en el presente) a un hecho de manera ficcional; como cuando se recuerda a una persona que ya falleció. Allí se materializa una realidad que, de por sí, ya no existe y sin embargo está existiendo en el recuerdo. Bajo este postulado, esa sería la orientación ontológica de la ficción. Parecería más evidente ejemplificar la existencia ontológica de la ficción con los sueños, no obstante, habría que admitir que la mayoría de veces, el soñador no sabe que asiste a un momento onírico. Por otro lado, en la forma narrativa de los sueños no hay una causalidad o cohesión que determine una relación de los hechos, pues a veces se salta de situaciones, escenario, personas, etc. a otras; esto se escapa a la lógica convencional. Ahora bien, por más que un relato de ficción intente desarrollar otros tipos de lógicas, debe tener una cohesión narrativa (al menos para que sea entendible).
Para no explayar y desvariar sobre la temática, se puede concluir que el género ficción (como concepto) es en sí mismo una metáfora del mundo; remite a este de manera no operatoria (a veces dando la impresión de faltar a la lógica). No obstante, converge en una nueva estructuración y replanteamiento de antiguas y nuevas problemáticas que están latentes en la construcción de lo humano. Ejemplo de ello, es la serie Black Mirror, en el que se evidencia, no una tergiversación sino un oscuro reflejo de la realidad, dejando entre dicho las posibles problemáticas que generarían las tecnologías (y que, en últimas, ya se están evidenciando). En términos generales, la ficción es una excusa metafórica para hablar de la realidad de manera no-operatoria. Por ello, se podría insistir en que la ficción contribuye a la constitución de la realidad.
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