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EL ROCK TAMBIÉN SE BAILA 2019

Por Andrés Lamus.

Fotografías por Andrés Lamus.

Desde hace más de un año se habla en Bucaramanga de una premisa cada vez más tangible: «el rock también se baila», pero la noche del 29 de marzo ese baile era más un temblor magnético entre polos que se atraen.

Es un proceso litúrgico tomarse par cervezas antes de entrar a Municipal, pues el lugar entraña el culto al alcohol y al hablar con los amigos (ambos imprescindibles en noches de rock). El público en la entrada se presiente joven y la seguridad se alista para escuchar excusas sobre cédulas extraviadas y revisar denuncios más falsos que sus dieciocho años.

«Un temblor magnético entre polos que se atraen.»

Pero me desvío un poco, hablaba de baile y magnetismo, no de polas y bebés. La noche comienza con los primeros acordes de Ah Tu y los animales sueltos, banda relativamente nueva de viejos conocidos: un ataque de garage rock con Bucaramanga, piedra y un toque de fuerza de trabajo bien empleada. Tocan un cover que pocos conocen pero lo que vale es ellos los conozcan y les guste. De la tarima al público se va cargando la noche al tiempo que se llena el lugar. Buen presagio.

Un poco de aire fresco, una pola, un cómo vamos parcero, un quién sigue, un entremos que nos perdemos a estos manes, y la noche como un gato que avanza, silenciosamente, bajo la mirada impávida de la luna

«Un ataque de garage rock con Bucaramanga, piedra y un toque de fuerza de trabajo bien empleada.»

Quemarlo todo por error, debo decir que, personalmente, no me gustó, pero sería de necios no contarles como los casi-niños que llenaban el lugar enloquecieron con esta banda: saltaban, cantaban y activaban las cargas del baile duro, del que mueve cabezas y no caderas, el baile del puño arriba, el de las cuerdas vocales a toda.

Tanta electricidad había que el natural negativo de la nena de mirada triste al lado mío atraía la mano inquieta y positiva de su joven compañero hacia su polo sur sin escrúpulos, y se perdían al rato para dar rienda suelta a su baile privado.

«Saltaban, cantaban y activaban las cargas del baile duro, del que mueve cabezas y no caderas.»

En fin, debemos hablar de Margarita siempre viva. La banda de la noche y la noche de esta banda. Su empatía con el público fue total. Camilo, su vocalista, saltaba sobre un público tan compacto y unificado que lo hacía flotar sobre el calor municipal, y su voz era la voz de todos los que la seguían, mientras la guitarra rosada de Margaro, armónica y distinguida, era la guía de ese camino chispeante y luminoso. El enlace fue único (no exagero), pocas veces he visto una conexión tan original entre una banda y su público, especialmente en Bucaramanga. Al final, quedan flores estáticas en el escenario y el buen sabor de boca cuando pienso en el futuro de ese rock al que tan duro le toca en la ciudad del vallenato y el reggaetón.

Hay futuro, las nuevas generaciones vienen con todo y aunque sus canciones son melancólicas y algo lentas enganchan como un rayo, despiden una luz que esperamos acompañe por buen camino a los que apenas lo comienzan.

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