LOS HONGOS, O EL HASTÍO DE LA JUVENTUD

Por Charlie Mantilla Navarro.

Imagen tomada de www.sensacine.com

La historia de Ras y Calvin se desarrolla en Cali, esa ciudad que ha impregnado la cinematografía colombiana de una gran diversidad de relatos. Desde el puesto de espectador, la cámara nos conduce por los caminos de estos protagonistas adolescentes, en medio de su gran explosión de fuerza. Esta cinta es el recordatorio de esa juventud salvaje, que a pesar de la opresión, está presente en lo urbano para hacerse escuchar y no está dispuesta a negociar el alcance de su libertad de expresión.

Ras es un muchacho afro descendiente, hijo de una mulata cuyas tradiciones ancestrales se mantienen intactas en el seno de su hogar, que está carcomido por la pobreza. El trabajo de Ras contrasta el tedio de sus labores como obrero de construcción frente a su hábito de pintar la ciudad con grafitis e inmensos murales que empiezan a crecer como si una infección hubiese salido entre los dedos del pie.

El otro grafitero de la historia, un estudiante de Bellas Artes llamado Calvin, atraviesa un viacrucis al tener que enfrentar la enfermedad de su abuela, al borde de la postración. Calvin no cuenta con presupuesto; tiene que acudir en ocasiones a su padre cuya relación parece un teatro con máscaras, en la que hay momentos torpes en los que intentan romper el hielo, pero el hastío les recuerda la distancia sentimental que los separa. Los mundos de este joven se llenan de sentido a través de su arte, uno que despierta críticas de diversa índole y logran incomodar a los políticamente incorrectos, a los más conservadores del periplo. La analogía del hongo sirve para ilustrar la manera cómo estos jóvenes van metiéndose con sus aerosoles de colores, sus ideas y su creatividad a la parte subcutánea de la ciudad e invade toda la capa dérmica de la ciudad, como si de una seta se tratara, que se alimenta gracias a la poca luz, a la humedad y empieza a tener un hambre voraz por expandirse.

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