VELANDIA, LA TIGRA Y EL GALLO FINO EN MUNICIPAL
Por John Gómez.
Fotografías de Laura Cárdenas y Ana Antolínez.
La verbena se anticipaba desde la carrera 33. Cuerpos, de todos los tamaños, sexos y contexturas inundaban la calle 48 a medida que me acercaba al lugar. Minifaldas, cabelleras y sonrisas eran acariciadas por el viento, que llevaba consigo la polifonía propia de la zona: una cuadra que se hizo play por gestión de algún purista del lenguaje, pero que aquí y allá sigue acumulando botellas, colillas y restos de comida. La gente paseaba alegre, saludando a los conocidos, mirando de reojo a los transeúntes; y los restaurantes y bares circundantes presentaban al público su mejor cara. En la entrada de Municipal – Música Viva la fila de conocidos se alargaba casi hasta la carrera 34.
Entramos al lugar, con la curiosidad hecha nudo en el vientre. Aquí y allá, una cerveza de bienvenida, voces que saludaban de repente y la casa llena, auguraban una buena noche. Ya no eran conocidos, sino amigos, los que aparecían de las sombras con un abrazo, preguntando cómo va todo, ansiosos por el inicio de la fiesta, resplandecientes bajo las luces de neón. En el centro de la casa, el cielo despejado y fresco contrastaba con el calor perenne de una ciudad cada vez con menos árboles. La decoración era soberbia: de torniquetes en las paredes a una escalera en caracol, que llevaba a un segundo piso en el que se repartían varias mesas, llenas de gente. Abajo, el espacio central se dividía en dos por efecto de un mesón lleno de lámparas, y luego la tarima, ya dispuesta para el festejo.
«El aire viciado de humo y sudor ardía en la garganta… La noche tomaba forma y este era solo el comienzo.»
Los encargados de dar inicio a la verbena fueron Samuel Suárez y Doménico DiMarco, integrantes del Colectivo Gallo Fino, que cerca de las 10:20 de la noche llenaron el espacio de ritmos electrónicos en los que el folclor fue el protagonista. Para Samuel, Gallo Fino «es un choque entre el pasado y lo contemporáneo, una reinterpretación de los clásicos que permite un abanico muy interesante de exploración y experimentación”. Mezcla perfecta de raíz y música, de luz y color, el colectivo se anidó en la tarima y puso a mover a los asistentes al evento.
En el salón central, las botellas entrechocadas, las sonrisas, los abrazos y las palabras pronunciadas al oído eran los protagonistas: el edificio vivo bullía de gente, despeluque que se hacía colectivo ante el mar de brazos y silbidos, moviéndose en vaivén al son de la champeta y la cumbia. En los balcones, una morena con un afro bellísimo y un vestido de flores no daba tregua a sus caderas, cuyo quiebre arrastraba las miradas y ponía a bailar a quienes se acercaban a ellas. El aire viciado de humo y sudor ardía en la garganta… La noche tomaba forma y este era solo el comienzo.
«Velandia y la Tigra es una banda que convoca, y que cada vez que se presenta pone a los bumangueses a saltar, sudar y gritar con el corazón en la garganta.»
Cerca de la medianoche fue el turno para Velandia y la Tigra, quienes llegaron con «El Profesor Miguernica» y sus gemidos y graznidos eróticos, convocando hacia la tarima a toda la audiencia. El público se agolpó cerca del escenario para disfrutar de ese contacto íntimo con la música de Edson, acompañado por la trompeta de Pardo, el bajo de Bayona y la batería de Rincón, otros grandes de la escena musical. Entre la audiencia se sentían los gritos alegres como un mantra, entusiasmo de los cuerpos cuando danzan al unísono en ese ritual de la verbena, en ese roce entre amigos en el que el espíritu se hermana.
Luego fue el turno para que «Ánima« pusiera a todos a mover el esqueleto. «Muéreseme la gata, la mata se me seca, se me oscura la casa, la rasqa se me aguda». Las letras, harto conocidas desde el lanzamiento de Once Rasqas, eran coreadas por todos, y sus ecos respondían desde cada esquina y cada sombra. Los otros (los afortunados), frente al escenario, saltaban en cuerpo y espíritu a la par que Edson y El León Pardo hacían vibrar la tarima con el coro. Con «La Cuña«, la euforia del público encontró su aliado en el solo de batería de Henry Rincón, gritando a toda voz «yo soy palo de la misma cuña«. Velandia y la Tigra es una banda que convoca, y que cada vez que se presenta pone a los bumangueses a saltar, sudar y gritar con el corazón en la garganta, pues su música se ha clavado en la memoria de una generación y cada que vez suena, transporta.
«Su historia fue repartida en cada una de las bocas, que en comunión, tragaron su desesperación sin reparo y la convirtieron en energía desbocada.»
Posteriormente vino «La Mafia del Aguacate«. La banda celebraba 11 años de la publicación de su primer trabajo discográfico, y la contundencia de esta canción no logra pasar desapercibida; frente a los muchos conflictos que vive la ciudad (y el país), tal como lo señala el coro, en efecto «uno nace endeuda’o, pa’ ladrón o pa’ solda’o, en errancia va, sometido«. No obstante, el mensaje de La Tigra es esperanzador, y por eso «La Mafia del Aguacate» termina con el grito atragantado del DJ Trucha: «¡Apúrense hormigas que la selva es ancha!«. A esta le siguió «Tons Qué«, subiendo aún más la nota del concierto y enloqueciendo a la audiencia, pues el sonido del bajo que se clavaba en la pelvis, las letras más que sugerentes de Edson, y el solo de trompeta del León Pardo, elevaron la temperatura del lugar y lograron más de un estremecer. Mientras tanto, Velandia al micrófono cantaba: «usté con semejante máquina y no la pone a moler ¿Tons qué mamita? ¿Me va a romper o no me va a romper?«
«La tierra para los que la cultivan. El diablo está en todas partes«, fue la consigna de la siguiente canción. La verbena seguía, desenfrenada, y los rostros en medio del público eran imágenes borrosas que sonreían, bailaban, saltaban, coreando todas y cada una de las canciones, en ese éxtasis tan propio de la música. Después, «Cielito murió en Egippto» y su historia fue repartida en cada una de las bocas, que en comunión, tragaron su desesperación sin reparo y la convirtieron en energía desbocada. «¿Por qué se muere en mi casa, no ve que estamos solitos?», repetía Edson con voz lastimera a la par que las cuerdas de la guitarra disonaban y herían ese espacio en el alma en el que se esconden las muertes cotidianas y estúpidas.
«Los cuerpos cansados se movían por el lugar, apoderándose de las sillas, permitiendo que fluyeran el alcohol, los cigarrillos y alguno que otro abrazo.»
La madrugada parecía lejana aún cuando los acordes del legendario «Sietemanes» pusieron a todos a bailar nuevamente. Los platillos de Rincón, al igual que la trompeta de Pardo, acompañaron el coro final de «buen matachín no se ‘escacha«, dando paso a «Chuvak«, del «SuperZencillo«, dedicada a David Murcia Guzmán. Los cuerpos cansados se movían por el lugar, apoderándose de las sillas, permitiendo que fluyeran el alcohol, los cigarrillos y alguno que otro abrazo. La banda no daba tregua, y mientras Velandia exclamaba «La plata es una ilusión, cualquiera se equivoca, porque al que no tiene televisor no se le daña el televisor«, se formó el primer pogo de la noche.
La nota romántica vino con «Naranjas«. El público se movía en vaivén, disfrutando de los ritmos suaves, dulces como la complicidad de Henry en la batería, que acariciaba apenas los platillos, el bombo y el redoblante, justo antes del homenaje a nuestro animal nacional. «El Chulo«, venido de «El Karateka«, clamaba «Yo no ando mirando caras porque yo no juzgo al muerto (…) Un lider indígena o comunal, yo me los pico sin pretexto, y a la Reina de la Piña, me le como el mortecino y ahí les dejo el esqueleto«, corte abrupto pero propio, sincero y salvaje, al igual que el carroñero. La última de esta tanda fue «La Morgue«, la más irreverente y provocadora de las canciones del «Reqien Rasqa Pa Cielito«, y las sonrisas no se hicieron esperar ante el «y agáchese y me lo mama… Perdón, me lo chupa… No tampoco, me lo espeluca… No tampoco, me lo acaricia«, de Velandia.
«La audiencia enloqueció una vez más, despidiendo a los integrantes de la banda piedecuestana entre saltos, silbidos y aplausos, quienes aprovecharon para anunciar un nuevo disco.»
El evento cerró con el pogo salvaje de «Fantasmagórica«, que luego del inmortal «¡Ay morenita pálida, Ay flacucha! (…) Fantasmagórica, ¡Oh lánguida!» hizo levantar de nuevo a los asistentes, invocados por una fuerza sobrenatural que los llevó otra vez al centro de la pista, en un frenesí de empujones y patadas que, como en todo pogo, terminaron en expresiones de júbilo y hombros que sostienen a los cuerpos maltrechos luego del rito. Fue entonces «La Guarapera«, la más pedida por el público, la que se encargó de dar cierre a la verbena municipal. Un concierto de más de dos horas llegaba a su fin hasta el momento en que Edson exclamó: «Mamita, yo con usté no vuelvo, ¡ni porque fuera tan burro!«, y la audiencia enloqueció una vez más, despidiendo a los integrantes de la banda piedecuestana entre saltos, silbidos y aplausos, quienes aprovecharon para anunciar un nuevo disco con dos canciones: «El Tigre» y «La Nevera«.
Y mientras Velandia cantaba el estribillo de esta última, el público coreaba, pogueaba y gritaba: «Ya no tenemos nada, ya no tenemos nada, ya no tenemos nada, en la nevera no tenemos nada, ¡pero tenemos nevera!«. Nuevamente los aplausos, los silbidos y las expresiones de gozo, en una noche de apertura que desbordó toda expectativa, pues Municipal – Música Viva llegó para quedarse y ofrecer, como lo dijera el mismo Edson, 100 años más de buena música para los bumangueses.
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