DENTRO DEL X CONCURSO NACIONAL DE CUENTO RCN-MEN
Por Emanuel José Acuña.
Fotografías de Luis Eduardo Herrán – CNC.
Miedo, pues claro que miedo. Para el que nuca ha volado, eso de dejar la tierra atrás resulta emocionante. A las nueve de la mañana del 26 volábamos, yo y otros tres ganadores del X Concurso Nacional del Cuento RCN-MEN, rumbo a la ciudad de Cartagena, donde horas después, en medio de un calor descomunal y con una cerveza en la mano, caería en cuenta de por qué todo esto, por qué escribir, por qué el arte.
Durante la hora y cinco minutos que demoró el vuelo, el Magdalena, allá abajo, bailó con la geografía colombiana. Yo no dije nada a los demás ganadores, ni a sus acompañantes, ni a mí mismo. Intenté leer y tampoco pude. Entonces, para disimular el miedo o para que se consumiera hasta que se me acabara, no hubo más que mirar abajo, querer sacar la cabeza por la ventana y verlo de frente. Cuando el avión aterrizó ya se me había pasado. Pero cuidado con las nubes, son como huecos en el pavimento.
«Emocionados y motivados me comentaron que seguirían leyendo y escribiendo.»
Los acompañantes de los ganadores, y los ganadores, estaban contentos. El mar por la ventana, Cartagena. Mientras esperábamos un bus que nos llevaría al hotel hablé con los pequeños escritores. Alejandro Vesga de Barichara, Santander —con apenas ocho años—, me contó sobre el murciélago que irrumpía de noche en su casa y los meollos del asunto, la fuente de inspiración para su cuento “Yuyi y la flor de mil colores”. Valentina Ariza de Floridablanca, Santander, también conversó conmigo. Su cuento “www.Andrea.com”, una reflexión sobre las redes sociales, resulta bastante lúcido para alguien de tan solo diez años. Y por último, Juan David Vargas de mi tierra, de Bucaramanga, escribió el cuento titulado “El misterio del tigre”. Todos muy niños, apenas empezando pero ya con la cosquilla de la literatura. Emocionados y motivados me comentaron que seguirían leyendo y escribiendo. Genial. De entrada ese ímpetu pueril me animaba en demasía.
El hotel las Américas es una mole completa. Bello por fuera y por dentro. Piscinas en varios niveles: en el primer piso, el cuarto, el décimo, hasta en el sótano; y por si no fuera suficiente, el mar a cien metros a disposición. Apenas si tuvimos tiempo de llegar e instalarnos para volver a salir.
«Mientras almorzamos nos pusimos a arreglar el país en un Presto de Cartagena.»
Fuimos rumbo a Bocagrande en busca de almuerzo. Allí conocí a Andrea Gámez, Esteban Cadena —ambos ganadores de la categoría 5—, a Silvana Miranda y a Laura Giraldo —dos ganadoras de la categoría 4—. Mientras almorzamos nos pusimos a arreglar el país en un Presto de Cartagena.
Ya en la tarde, de regreso en el hotel Las Américas, estuvimos en un taller literario con Octavio Escobar, escritor manizaleño que ha laborado con el CNC desde sus inicios. Nos dividieron por categorías y leímos los cuentos de cada uno de los cinco ganadores, hicimos los respectivos elogios y nos señalamos las falencias de los cuentos. Mucho respeto y seriedad eso sí, como debe ser un taller. Escobar mostró a quienes no estaban habituados al rigor de una “talleriada” —como decimos en Bucaramanga—, la importancia de desarmar un cuento en su totalidad y volver a poner las piezas juntas. Nunca se sabe si alguna ya no encaje más y haya que eliminarla.
«Nos deleitaron con Rihanna, Taylor Swift, y algunos otros artistas pop. Un amigo bromeó, ‘Hard Pop Café’.»
En la noche vino el tiempo de la música. La cena en el Hard Rock Café, dentro de la Ciudad Amurallada, estuvo espectacular: la mejor hamburguesa que he probado. Pero contrario a lo que esperé, que hubiese Rock setentero, ochentero, noventero, contemporáneo; nos deleitaron con Rihanna, Taylor Swift, y algunos otros artistas pop. Solo esporádicamente hubo Nirvana y Linkin Park. Un amigo bromeó, “Hard Pop Café”.
En seguida, fuimos llevados al Centro de Convenciones al concierto inaugural del decimosegundo Hay Festival, a cargo del mismísimo Yuri Buenaventura: el maestro de la salsa jazz, el bonaverense que dejó Colombia y se fue a vivir a Francia, que tuvo que dormir en el subterráneo, cantar por monedas; pero que en medio de todo eso se forjó un estilo propio, una conciencia social y una voz inigualable. Ese día, por primera vez en un buen tiempo, tocaba en el país. Buenaventura interpretó sus grandes temas, “Banano de Urabá”, “Cuánto te debo”, “Guajiro del monte”, etc. Hubo muchos boleros. Él insistía en ver bailar a los Cartageneros pero ellos se resistían. Los turistas, ingleses diría yo, no tuvieron problema con hacer sus pasos de salsa europea en frente de la tarima. Esta vez, junto con la avanzada metálica de vientos, el serpentear del bajo y el alegre repiqueteo de las congas y los timbales, los acompañaba una marimba, instrumento autóctono interpretado como el más versátil de los instrumentos jazz. A cargo de ella, y del músico que le hizo sonar, estuvo el toque folclórico del concierto.
«Junto con estas líneas Yuri le recordó a los a asistentes la importancia de la paz.»
“Cuando reine la paz en Colombia entera (después de Urabá)
Mis hijos, tus hijos jugarán en las praderas (después de Urabá)
Quítale, quítale la sangre a la bandera (después de Urabá)
Es mentira que con las armas haces cosas buenas (después de Urabá)”
Junto con estas líneas Yuri le recordó a los a asistentes la importancia de la paz, la importancia del arte, el Hay Festival y la plataforma de discusión que este permite. Y aunque hubo reprobación cuando el cantautor se expresó respecto a la paz, también hubo aplausos y voces de asentimiento. Esa es Colombia, caras largas y voces clamorosas.
«Algunos, como regañados, apenas si pudimos responder nuestra pregunta.»
El viernes fue maratónico. La premiación del concurso, un pasabocas en el Centro de Artesanías, el conversatorio sobre el arte de escribir cuentos, almorzar en el restaurante Zaitun. Todo eso en medio día.
A las seis de la mañana ya estábamos despiertos y a las siete partíamos hacia el Teatro Adolfo Mejía, que es una joya completa, un pedazo de belleza arquitectónica. Allí se nos dio el guión de lo que sería la trasmisión en vivo por el canal RCN. Nervios. Todos estábamos temerosos antes las preguntas que realizaría Nicolás Samper, o la viceministra de educación superior Luz Karime Abadía, o el presidente de RCN-Radio Fernando Molina Soto. Lo demás ya se vió en directo. Rápido como lo exige el en “vivo”. Algunos, como regañados, apenas si pudimos responder nuestra pregunta. Otros se tomaron la escena y dedicaron su logro a sus familias y amigos.
«‘Bastante que le hacen falta buenos periodistas al país’, bromeamos de nuevo.»
Al salir de la premiación hicimos un pequeño recorrido a pie hasta Centro de Artesanías. Allí Fernando Molina Soto ofreció felicitaciones a los ganaderos e hizo entrega de los textos “Diccionario de Estilo RCN Radio” y “Redactor RCN Radio”. Nos incentivó para que, además de en literatura, también incursionáramos en el periodismo. “Bastante que le hacen falta buenos periodistas al país”, bromeamos de nuevo. Aunque la verdad es que si los hay y por montones, pero no se puede decir con libertad.
Continuando con el apretado itinerario, salimos hacia la Institución Universitaria de Bellas Artes de Bolívar (UNIBAC), donde tendría lugar el conversatorio “El arte de escribir cuentos”. En él participaron Laura Restrepo, Juan Alvares, Gonzalo Mallarino, Harkaitz Cano, Roger mello y Jorge Espinosa, el moderador. En resumen, se debatió sobre qué es el cuento, el inicio y los finales. La discusión se dividió en dos bandos en los que se podría decir que Gonzalo Mallarino se opuso a Juan Álvarez. Mientras el primero se empeñaba un poco en mitificar la literatura o en llevarla a la chabacanería de un bailoteo —cosas parecidas—, el segundo proponía asumirla más desde la academia, tener en cuenta sus formas, sus características y el deslinde frente a otros géneros. A la final cada uno de los asistentes del público escogió su bando y sacó sus propias conclusiones.
«No importa la edad de los ganadores, si seguirán escribiendo o no, si alguno logre algún día publicar con la editorial X o Y. Esto es lo que cuenta: hacer cosas, escribir, pintar, crear.»
Para la hora del almuerzo fuimos al restaurante Zaitun, a pocas cuadras de la UNIBAC. Delicioso almuerzo que disfrutamos, hablando de todo y nada, los cinco ganadores de la categoría 5 en compañía de Octavio Escobar. Realmente hay que ver la presentación de los platos para entender el esfuerzo culinario de los que allí laboran.
Ya entrada la tarde, y luego de descansar el almuerzo, tuvimos un respiro. Tiempo para pensar y caminar por Cartagena. Frenar un poco y darse cuenta de donde estábamos. Oficialmente éramos ganadores del X Concurso de Cuento RCN-MEN y había que celebrarlo. Fuimos por unas cervezas a un bar salsero cerca de Getsemaní. Entonces, junto con mis compañeros y con algo de alcohol en la sangre, caímos en cuenta, al ver una botella de cerveza darle en la cabeza a un hombre que hablaba improperios en la calle, del porqué de todo esto. Se los dije, “uno no puede quedarse quieto”. Y sí, estuvimos de acuerdo. No importa la edad de los ganadores, si seguirán escribiendo o no, si alguno logre algún día publicar con la editorial X o Y. Esto es lo que cuenta: hacer cosas, escribir, pintar, crear. Lo que importaba es hacer el aporte, como el cantante que habla sobre la esperanza y los de abajo que hacen el desaire pero se quedan para escuchar su música, o un avión que atraviesa las nubes —esas cosas vuelan de verdad—, una canción de Slayer en el Hard rock café, o la botella que salta desde una repisa y calla a un insensato.
«Los más extrovertidos bailaron el mapalé, los porros y las cumbias; otros solo hacían palmas.»
Poco queda ya por contar. Más alegres regresamos a la amurallada y caminamos. Tratando de conocer algo entramos a librerías, miramos vitrinas, tomamos otra cerveza mientas recorríamos las calles llenas de balcones que caracterizan esa parte de la ciudad. A las tres y media regresamos al hotel. Un poco de mar, un poco de arena y viento. Turistas chilenos, mochileros; turistas europeos, hospedados en el hotel. Rostros que no se irán.
Solo restaba el cierre del evento, la despedida a los ganadores. El hotel Caribe nos recibió a las siete de la noche. Un cuarteto de cuerdas armonizaba el lugar. Luego, los siguió una pieza de teatro, una compañía de danza, un grupo de tamboras y los respectivos bailarines de folklore. El cierre oficial estuvo a cargo de un grupo vallenato que interpretó algunas de las canciones más conocidas del género y estuvo. Todos felices y contentos. Los más extrovertidos bailaron el mapalé, los porros y las cumbias; otros solo hacían palmas, pero eso sí, todas las presentaciones estuvieron impecables. Cenamos y nos entregaron los libros de la IX edición del concurso.
«¿Qué más queda por decir? Quizá, que vale la pena sentarse a escribir un cuento…»
El sábado 26 regresábamos a nuestras ciudades de origen. Algunos de los ganadores partieron a primera hora de la mañana y otros al mediodía, como fue mi caso y el de los santandereanos. ¿Qué más queda por decir? Quizá, que vale la pena sentarse a escribir un cuento, corregirlo, reescribirlo, borrar la mitad y pensar de nuevo lo que se quiere decir, y por fin, luego repetir esos pasos en varias ocasiones, enviarlo al concurso, lanzarlo al ruedo.
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