SEXO CON EXTRAÑOS, O EL ANSIA DE JODER AL MUNDO DE VUELTA

Por John Gómez.
(…) vivía a mil por hora
como si anduviera
dentro de un tanque de guerra
llevándome por delante al mundo.
Marco Cala, Sexo con extraños.
Si usted es del tipo de persona que busca en los libros un escape al tedio cotidiano, esta novela es para usted. Pero le advierto que no encontrará aquí ninguna pretensión de alivio, ninguna respuesta a los males que Pandora dejó escapar, hace algún tiempo, sobre el planeta. Este libro, en medio de su brevedad de 88 páginas (brevedad pura y dura, con todo su escozor), se asume como el escupitajo de vuelta a una sociedad que quiere jodernos porque sí. La historia se encarna en un ambiente citadino, pero no por eso menos amenazante, lleno de vicios y derrota, sexo, drogas, perdición, paramilitares camuflados en lavaderos de activos (que todo el mundo reconoce pero que a nadie le importa) y un virus mortal con visos de teoría de conspiración que deviene en herramienta zombificadora, devoradora de toda voluntad. No es de extrañar, pues hace tiempo venimos advirtiéndoles sobre la literatura de Marco Cala, este “dizque abogado de la UNAB”, autor de títulos como Matar a Bukowski, Maniático engendro o Pesadilla editorial, que escribe lo que vive —o viceversa— en una amalgama de realidad ficcionada que muchos (incluyéndome) no logran discernir. Y no es para menos, pues el universo narrativo de escritor bumangués bebe tranquilamente del cine de Serie B como de la violenta realidad colombiana, llena de miseria, amargura y dolor.
En Sexo con extraños, lo que parece ser una tragedia que se dibuja desde la primera línea poco a poco se convierte en un instrumento de venganza (vicio de autotortura), como si el narrador asumiera el rol de un ángel exterminador que, a lo largo de las páginas, asegura su supervivencia a coste de la desgracia de los otros, justificando sus acciones con cierta victimización que no desconoce la incorrección política (su deliberada misantropía) con la que se enfrenta al mundo, al mejor estilo del carnicero de la ópera prima de Gaspar Noé, pues desde la más profunda soledad (que lo carcome, aunque trate de asumirla con cierto estoicismo) se arroja al abismo de locura que parece querer engullirlo pero del que sale casi ileso, excepto por unas cuentas marcas de su propio agotamiento.
¿Y qué nos queda al final? La idea de que, en esa gradiente de grises que son las acciones humanas, la vida no se detiene, a pesar de lo absurdo, lo estúpido y lo vil. Que nadie paga nunca nada: esa es una lección que deberíamos aprender, de una vez y para siempre (especialmente en lo que tiene que ver con los privilegios). Y que “si uno se junta con el diablo, el diablo no cambia, el diablo lo cambia a uno”. A Marco le da lo mismo. El conflicto no se resuelve, pues el mundo sigue estando ahí, dispuesto a apuñalarnos por la espalda. No queda más opción que seguir viviendo.
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