ANTOLOGÍA: HERNANDO JOSÉ QUINTERO GALVIS

HERNANDO JOSÉ QUINTERO GALVIS (Bucaramanga, Colombia, 2001) Estudiante de Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana en la Universidad Industrial de Santander. En 2019 autopublica su primer poemario Crisis y Metamorfosis.
Camposanto
Zumba la bala al ritmo
de la cumbia, de la tambora,
al son de la trabajadora,
la bala sigue su rumbo.
¿Quién dispara primero?
¿el de verde o el camuflado?
¿A la madre quién la consuela?
¿Quién escucha a las abuelas?
Las comadres en el camino
cruzan señales de afecto.
cuando cruzan plomo, el campesino
corre fuera del conflicto.
mas ¿quién ha visto la bala
teniendo los ojos hinchados?
¿quién sostiene la pala
que entierra decapitados?
y aun así, la comadre teje
las fibras de fique y coca,
la mujer de mano de roca,
al fique, a la coca, teje, teje.
Recogida la cosecha, marcha
el cargamento lejos del estanco.
Ya todos se olvidan del campo,
cuando se va la cosecha.
Surcos
El campo colombiano
se abona con el carmesí
de las fosas comunes.
Por eso sale roja la remolacha,
con tierra la papa
y peludo el maíz.
Bien cuenta el que dice
que cuando el río suena
algo se está llevando.
Cuerpo de agua, es correcto llamarlo,
lleva consigo las penas del campo,
borra el crimen cometido.
Arrancados los frutos del suelo
se distinguen entre los surcos
algunos recuerdos del campesino:
un arado, un sombrero,
un par de botas invertidas
y la satisfacción del deber cumplido.
Nos vamos a la guerra
Hija,
Cariño mío,
nos vamos para la guerra.
Empaca tus maletas, tus brazos y tus piernas,
tu sábana, tus cuadernos y colores.
Amárrate bien los brazos,
no vaya a ser los pierdas
en el campo de batalla.
Y ponte bien las piernas
no vaya a ser te tropieces
con una mina de oro
y no puedas correr a avisarme.
Acuérdate de la sábana,
para taparnos del miedo
a la hora de dormir,
y para que no nos piquen
los zancudos grises
que disparan los soldados.
Guarda en tu cuaderno
un puñado de la tierra,
para que en ella pintes las montañas,
el sol y los ríos de la vereda.
Y los colores…
esos no los toques nunca,
y no vayas a sacarlos,
que son los colores,
y la vida,
lo único que pudimos llevarnos.
Maldiciendo al 24
maldiciendo a la vida he dormido,
como quien espera que la nada pase;
como si la quietud dinamizara
la maquinaria de la tierra.
gritando a la agrietada pared,
he llenado mis pulmones de tierra,
he llenado mi hígado de escarcha
a merced de la misericordia aliada.
parecen imperecederos los odios
a los oídos de los necios. A mi dios
no le rezo más, que aburrido lo tengo,
al frente de un altar solo voy y vengo.
llorando, maldiciendo al tiempo,
con una espina atravesando mi costado,
con el ritmo de la lluvia yo escampo
con mis muertos a cada lado.
Entre la pena que no escampa
yo un tugurio me he cavado,
que se me aleje la vida ¡que soy trampa!
que tengo señas de un corazón inacabado.
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