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ANTOLOGÍA: NATALIA SORIANO MORENO

NATALIA SORIANO MORENO. Nació el 7 de noviembre de 1997 en Bogotá, Colombia (el mismo día que Rafael Pombo). Es escorpio, miope (por herencia materna), hincha de Santa Fe (por herencia paterna) y profesional en Creación Literaria de la Universidad Central. Hace parte del colectivo literario La Cuarta Raya del Tigre, la revista Ocho: treinta y el observatorio del Instituto Caro y Cuervo Poesía en movimiento. En el año 2015 obtuvo el segundo puesto en el concurso de poesía Eduardo Carranza (su hermana se quedó con el primer lugar) y en el 2021 obtuvo el premio distrital de poesía ciudad de Bogotá. Actualmente juega a ser promotora de lectura y escritura con niños y jóvenes. Perrea hasta abajo, escribe sobre huevos, hormigas y espirales, y cree que hacer un poema es como montar bicicleta.


Corintios 15:3-4

Mariana atrapa un cucarrón. Le pone un nombre, le arranca las alas y lo parte por la mitad.

Nadie vendrá por él.
Nadie dirá: “brille para él la luz perpetua”
ni colgará su foto en la sala para recordarlo.

(Nadie la culpará a ella por haberlo matado).

La tía Marta barrerá el cuerpo
sin importar si era Pablo, Simón, Bianca o Ana.
Luego dirá:

¡Esos bichos están enfermos!

En la noche pedirá por la salud de las niñas y los abuelos,
pero no nombrará al cucarrón.

Al día siguiente, Mariana buscará otro cucarrón para saber:
cómo se llama
cuánto ha volado
y qué le hace falta por dentro.

Seguirá investigando si existe un cielo de cucarrones
y si resucitan al tercer día, como dijo la tía Marta que había sucedido con Jesús.

(Hasta ahora
ninguno ha vuelto).


Peces de patio

A la abuela Angeira no le gusta que Tatiana, Melisa, Mariana y Erika se bañen en el patio, pero hoy, les ha dado permiso.

Cuando las niñas se bañan en el patio vuelven a ser peces.

La casa se inunda,
el techo se llena de burbujas
y las escaleras se disuelven.

Ellas se resbalan por las paredes.

En el tiempo de los peces hay que entrar descalzo
y sin nombre.

La abuela Angeira les dice que ya es hora de ir a vestirse.

(¿Cuál es la diferencia entre un pez de mar, uno de río y uno de patio?

Que el de mar y río no le piden permiso a su abuela para ir a nadar).

Las niñas suben al cuarto.

En el patio quedan escamas y aletas regadas en el piso.
Ahora la abuela tendrá que lavar la loza, descolgar la ropa, regar las plantas y barrer todo eso que queda cuando las niñas son peces.
Ya no tendrá tiempo para coser ni rezar el Rosario.

(Melisa no aparece
tal vez se fue por la tubería).


“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

En esta casa el Cristo crucificado está colgado en la pared,
sobre la cama de los padres.
Desde allí se desvela por culpa de sus peleas
y se imagina haciendo el amor cuando los escucha.

Cristo habla la lengua de las arañas y los zancudos.

Protege una casa que no conoce.

No puede multiplicar los peces ni resucitar al tercer día.
No sabe quién es Judas, tampoco lo invitaron a la última cena.
Tiene la habilidad de fingir que está muerto
pero no sabe caminar sobre el agua.

Solo escucha.

Sus heridas aparentan ser reales y
los clavos no aprietan.
Cuando todos duermen, se baja de la cruz y estira el cuerpo.
Hace abdominales y sentadillas.

En las noches la tía Marta le pide que la libre de todo mal y peligro y le dé salud y alimento.
Si ella tiene hambre, le duele la cabeza o está frente a algún mal o peligro,
él no podrá hacer nada,
porque solo escucha.

Dios no habla con este Cristo crucificado porque no es su verdadero hijo.


Para Wislawa Szymborska la muerte es una exageración y siempre llega un poco después, a veces es torpe y no tiene la fuerza de aplastar una mosca en el aire

En noviembre
el abuelo Salvador se levantó temprano
y salió en su bicicleta.

Pasó por la iglesia,
el puesto de jugo de guayaba,
la farmacia
y el colegio de monjas.

Sabía que iba a perder el equilibrio en la tierra.

Caería,
pero ya no necesitaría suelo.

Encontraría otra forma de moverse:
hacía los lados
inclinado
en círculo
curva
o espiral.

(El equilibrio no le pertenece al hombre y un día tiene que devolverlo).

Salvador pedaleó todo el día y encontró una calle desnivelada.
La calle en la que el cielo se hunde,
el sol se mueve como un péndulo,
la luz se tambalea
y las casas flotan.
La calle en la que el mundo y el hombre son del mismo tamaño.

Pedaleó a toda velocidad,
en la mitad del camino,
frenó.
Se separó de su sombra
y descendió de la bicicleta.

Ya no la necesitaba.

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