ANTOLOGÍA: PALA

CARLOS ALBERTO PALACIO LOPERA. Luego de adelantar estudios de música en el Instituto Superior de Artes de La Habana (Cuba), ha desarrollado una prolífica carrera como cantautor durante los últimos veinticinco años. Con nueve álbumes y un DVD sinfónico editados, es considerado por la crítica especializada como uno de los mejores letristas de su país. Es, además, filólogo hispanista de la Universidad de Antioquia y médico de la Universidad Pontificia Bolivariana, de Medellín.
Ha sido ganador, entre otros, del Premio Nacional de Música del Ministerio de Cultura de Colombia, de los Premios Internacionales de Poesía Miguel Hernández y Antonio Machado, ambos en España, y del Premio de Poesía Alcaldía de Medellín. Ha editado los poemarios Pasacintas (2014), Así se besa un cactus (2017), Abajo había nubes (2020), Pasado impredecible (2021) y En el abrazo de la sílaba (2021).
Excitación o calma
En el centro de mis preocupaciones matutinas se encuentra el aguacate,
lujurioso planeta de fe verde que ilumina la mesa
y adorna el más humilde de los granos.
Mi angustia no es la fruta
(la fruta es carnaval irrepetible)
sino el reloj que marca su llegada.
Se impone ser más claro.
El aguacate llega hasta mi barrio
empujado por hombres, sobre ruedas,
como a la realeza corresponde.
Los hombres le preceden
y pregonan la gloria de Su Alteza.
“¡Aguacate! ¡Aguacate!”
Y de su boca emerge la voz de los mexicas
para tentar la boca de nosotros,
los que en un quinto piso y entre aplausos
abrimos paso a un hambre que no duele.
Mi angustia no es la fruta voluptuosa
sino la variabilidad de la avalancha,
su indecisión de nube.
Más o menos es esto:
si acelero mi llegada a la puerta,
digamos a las nueve
(ayer cantaron a las diez en punto),
pueden pasar dos horas entre autos y perros bienamados
antes de que el anuncio de la fiesta ilumine a mi esquina.
Por otro lado,
siempre que decido esperar
a que la música en la voz de los buenos
me recuerde que existen la belleza y el trópico,
sucede que no hay tiempo de bajar cinco pisos
entre chisme y vecinas olvidadas del mundo
y se van de mi barrio la luz y el aguacate
del modo en que llegaron: sin que yo les importe.
Excitación o calma. Dilación o corrida.
En cada caso y siempre
el barrio me recuerda cómo funciona el mundo:
lo que importa aparece a su tiempo y su antojo
y toda discusión sobre el después o el antes
es un escalofriante desperdicio de tiempo.
Poema del libro Abajo había nubes,
Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández 2020.
Matriushka
Hay un momento sólido, cristal irrepetible,
en el que el tiempo es nuestro y nada más que nuestro.
Sea cual sea tu pueblo,
tu recuerdo en el ojo, tu paisaje,
ha existido un instante,
casi siempre en la infancia,
en el que no hay más tiempo, más rocas o más mundo
que tu tiempo y tu mundo con su olor y sus rocas.
Tallador de madera,
mi abuelo, que era un hombre cristiano, pero bueno,
construyó mi escritorio.
El escritorio rústico al centro de mi pieza
fue el centro de mi casa.
La casa que era el centro del barrio ingobernable.
Barrio que fuera el centro de un pueblo limpiecito,
hipócrita y cristiano,
podrido de homenajes y anémico de sexo.
Un pueblo también centro
de mi único universo concebible
entre azules siluetas de montañas estáticas,
hermosas y asfixiantes.
Un día, cualquier día,
—los días de la infancia son todos tan iguales
en su delicadeza de golpe y de milagro—
con los ojos heridos de madera y en la cocina espesa,
vestida de un olor a maíz nuevo,
mi madre dijo, lento, pero con voz de adulto,
“han herido a tu padre”.
Y el tiempo, que era mío, dejó de ser mi tiempo.
Se diluyó la soga que iba de mundo a pueblo,
de pueblo a barrio y, claro, de barrio a dormitorio,
por la que me lanzaba, libre, como bombero.
Esa noche de vuelta a mi universo,
que ya era un mapamundi no mío sino ajeno,
tapizado de abismos y ruidos extranjeros,
en el viejo escritorio que modeló mi abuelo,
sobre la pasta dura de un bloc cuadriculado
escribí debo irme, me iré, ya me estoy yendo.
Poema del libro Abajo había nubes,
Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández 2020.
Cartagena de Indias, diciembre 14 de 1991.
Suena A mi Dios todo le debo, de Joe Arroyo.
El camino claro
Y si existieras, dios de los escombros,
y me viera ante ti, humo y relámpago,
de rodilla en el suelo,
doblegado por ese amor de látigos,
no te agradecería la existencia
(la existencia es azar,
tormento enmohecido de los genes)
ni te agradecería la mañana
que es un milagro sí,
pero del ventanal, de los abetos,
y no de tu minúscula empatía.
No te agradecería la piel, que es de mis huesos,
ni el placer que no admito que lo manche la hiedra,
ni el sabor de la caña, que agradezco a mi abuelo
ni el ron que me hizo hombre
ni la mujer que ahora cabalga en mi recuerdo
(ron y mujer son obra del sueño de un poeta).
Si en un delirio irónico bailaras y existieras,
yo te agradecería a gritos por la cumbia.
La cumbia, remo eterno,
patrona de la sangre de los negros,
convulsión de madera que suspende
la luz del Magdalena en cinco velas
y que rompe por gracia de Yemayá sangrante.
Yo te agradecería por la cumbia,
ausente dios de mármol.
La cumbia que acunaron los esclavos
a falta, cómo no, de tu sonrisa.
Poema del libro En el abrazo de la sílaba,
Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza 2021.
Por lo demás
Si me entero del mundo es porque el miedo me moja las rodillas.
Por lo demás, soy uno que no sabe
más que aquello que escupen los periódicos
o lo que la mujer de las revistas
me dice mientras cambio una moneda.
Si reconozco un puente es porque un día
soñé con despeñarme bajo un río
como sueñan y temen los que apuestan sus labios,
los que extrañan un hombro, los que leen un pubis.
Por lo demás, soy uno que desconoce el cauce,
que desaprueba el agua, que huye si es verano.
Si canto esta mañana es porque me has limpiado la palabra,
porque escribiste vuelvo, porque me declaraste la esperanza.
Por lo demás, soy ese que se incorpora al borde de la acera
a ver pasar el hombre de las frutas
justo a las tres y treinta de la tarde,
cuando agoniza el barrio.
Poema del libro Pasado impredecible,
Premio de Poesía Alcaldía de Medellín 2021.
Llegará una mañana
Llegará una mañana sin sospechas,
sin vidrios en la cama, sin vacunas,
en que declararemos nuestras dunas
escandalosamente insatisfechas.
Se inmolarán las últimas cosechas
y abril hará la paz con los paganos.
Llegará esa mañana y nuestras manos
sabrán que no hay dolor porque no hay flechas.
Y cuando se arrepienta tu suicida
y mi suicida desatienda el techo
seremos otra vez los que a la herida
responden con un látigo desecho,
los que eligen salvarse de la vida
enterrándose espadas en el pecho.
Poema del libro Así se besa un cactus.
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