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EL ÁLBUM PÚRPURA: EL CONTEO AÚN NO LLEGA A SU FINAL

Por Henry Alexander Gómez.

El poeta es un hijo de la incertidumbre, pero también es fruto de su deseo. La sed de una búsqueda que posibilite una voz, una mirada, una palabra que lleve el peso de algo verdadero. Y esas palabras, esas monedas “arrancadas a la eternidad”, no vienen solas, están aferradas al espíritu en conversación con el mundo inmediato, o lejano, de quien las escribe. Hoy está ya publicado el libro El álbum púrpura de Alejandro Cortés González, quinto libro de poemas del autor bogotano, luego de otros hallazgos como Pero la sangre sigue fría (2012), Sustancias que nos sobreviven (2015), Instantáneas dominicales y Almanaque Bristol 1987, publicados ambos en 2019.

Decimos que estas palabras no vienen solas, porque el poeta no ve únicamente desde la literalidad de un idioma, sino que la mirada es más universal, más amplia, pertenece a una dimensión de diferentes correspondencias y, en este caso, el deseo lo ha llevado a permanecer también desde la música. Ya lo hemos dicho, en El álbum púrpura de Alejandro Cortés la poesía encuentra su naturaleza doble, un cosmos que aprende a acompañarse o entiende esa llama siamesa que combustiona en el sentir y lo otro. La música de las palabras y las palabras de la música. Descubrimientos estéticos que el autor ya había facturado en otros poemas o en libros como Notas de inframundo y que responden, igualmente, a su trabajo sostenido como músico. Ya es bien conocido el trasegar que tuvo el autor en la agrupación bogotana de metal melódico Eternal Lament, en el trabajo realizado por Los Malditos ConVersos y, más recientemente, la experiencia de Grave Compañía.

Así que El álbum púrpura se teje en esta conversación, la música que da cuenta de una experiencia vivida, pero más que vivida es una experiencia que nace también desde el oído, una vivencia escuchada. Este libro es un homenaje principalmente a los ochentas, al hard rock y el glamur de toda una época. Están acá los clásicos, agrupaciones como Van Halen, Mötley Crüe, Def Leppard, Quiet Riot, Ratt, Dokken, Bon Jovi, entre otros; bandas que marcan una estética inolvidable que nos llena de nostalgia cuando inclinamos la cabeza para escuchar esas viejas guitarras y aquellas voces rasgadas y dulces. Cuánto amamos estar en un bar, una buena cerveza, y escuchar la cuenta regresiva que anuncia los teclados de Mic Michaeli, la mítica guitarra de John Norum, y la inconfundible voz Joey Tempest, esos suecos que decidieron abrir de nuevo la música con Europe. Esto es también una especie de estado, de modos vivendi, el placer de estar allí una vez más, caminar sobre una época que resiste tangencialmente el paso del tiempo. El principio de una noche que aún no acaba y en la que vivimos la gran mayoría de rockeros.

Pero este libro es también lo otro, la música, un disco en literal. Cuando volví a leer El álbum púrpura, ya con la diagramación y el concepto, entendí también una tercera cara de la moneda, otra perspectiva de la obra. Eso se lo dije al propio Alejandro en un mensaje. Es decir, el concepto de disco, la estructura como cancionero, les da otro plus a los poemas, hay una simbiosis entre la poesía, el margen de lo que es el disco y lo que se encierra allí, una lectura nueva entre la relación de poesía y música, que deviene, igual, en toda una atmósfera particular de lo vivido y lo estético. Podemos decir, con toda la consecuencia de tener en las manos este disco-libro, este bello álbum, que este artefacto sí es un libro objeto en el sentido amplio del concepto. Acá hay una estética que es más que premeditada, tan natural como quien abre el disco que tanto se esmeró por conseguir. No es la diagramación por la diagramación, o la parodia de los acetatos por los acetatos, es un aparato vivo en donde la palabra adquiere una dimensión verdadera al conversar en medio de la plástica, el arte, la experiencia y la poesía.

Por último, y para darle paso a los poemas, o más bien a las canciones, me encanta esa metáfora con la que cierra el libro, y con la que acertadamente Alejandro Cortés define esta enfermedad nostálgica del rock and roll que sufre el globo terráqueo. Esa analogía que compara las décadas en su devenir con el fin de semana. El rock and roll de los setentas es el viernes del siglo XX. Acá iniciamos el concierto, nos drogamos con las notas de Black Sabbath, Deep Purple y los demás, en una alocada fiesta que se prolonga hasta el sábado donde el poeta sitúa los ochentas y donde habita El álbum púrpura. Pero viene el domingo, la buena música ha pasado o está algo cansada y el grunge de los noventa nos dice que la tarde tiene un color distinto. Vemos cómo, para algunas agrupaciones comerciales, la música es solamente para los llamados “rencauches del rock” y búsquedas poco imaginativas. Y, a la orilla de todo esto, llega el lunes y la resaca con toda su dureza. Allí está el centro de la poesía, el pabilo que aún sostiene la llama, porque siempre queremos volver a ese viernes y a ese sábado que tanto le dio a ese siglo XX de grandes transformaciones. Queremos soñar de nuevo con la música. Estos poemas de color púrpura están acá para alimentarnos de una vez más.

En todo caso, después de este largo fin de semana, podemos cerrar los ojos para escuchar y, al unísono, convivir con aquella frase que Ralph Waldo Emerson le escribía en una carta a Thomas Carlyle en pleno siglo XIX: “Ningún poeta llega al mundo antes de su tiempo”. Que suenen con guitarras eléctricas estos poemas de Alejandro Cortés.

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