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POLIKARPA Y SUS VICIOSAS EN PIEDECUESTA: ¿Y SI SER PUTA FUERA BUENO?, ¿Y SI SER BRUJA FUERA BUENO?

Por Diego Camilo Figueroa.

Fotografías por Diego Camilo Figueroa.

El pasado 17 de noviembre nos dimos cita en Kussi Huayra, la casa del desorden y la provocación, de la perdición o la confabulación piedecuestana, para hablar con Andrea Restrepo (guitarra líder), Paola Loaiza (batería, voz líder) y Sandra Rojas (bajo, voz líder), integrantes de Polikarpa y sus Viciosas, en el marco de Enmanadas, Festival de Mujeres contra la Violencia en Santander: un festival de mujeres, hecho por mujeres, para mujeres y para toda la comunidad metropolitana. Tres chicas punk frente al escenario, junto a las moderadoras Adriana Lizcano y Cindy Núñez Vargas, hicieron de la tarde bochornosa de Piedecuesta un conjuro fosforescente; aglomerando crestas, brujas, curiosos y compinches para hablar de música, mujeres, machismos, feminismos, maternidades, vibradores, izquierdas y Uribe, entre otros temas, con un tremendo sentido de humor y de profundidad.

«Polikarpa puede ser, como grupo, una metáfora de ser mujer.»

Y es que cuando se está frente a estas mujeres no hay palabra desperdiciada. Delante de los micrófonos, con sus guitarras, son un hito del punk colombiano; desarmadas de sus instrumentos, en sencillos asientos de un bar, son un coro de mujeres empoderadas con las que cualquier hombre quisiera conversar bajo inagotables noches estrelladas y canelazos. Y es que ellas son precisamente eso: mujeres, punketas, mujeres bien punketas y bien mujeres; y fue así como hicieron de esa tarde piedecuestana un encuentro para la reflexión, casi un aquelarre (aunque dejaron en claro que no son de las de hacer rituales y mándalas).

Polikarpa puede ser, como grupo, una metáfora de ser mujer: una mujer integrada por una bajista, una guitarrista y una baterista, con estilos diferentes, con voces diferentes, con cuerpos diferentes, con sentires diferentes, pero que comparten un cuerpo, un cuerpo que grita, y grita por todas aquellas mujeres silenciadas en las cocinas, silenciadas por el Estado, silenciadas por la guerra, silenciadas por el pudor, silenciadas por conveniencias, silenciadas por su falta de comprensión, silenciadas por ese gran dedo inquisidor que como el gran ojo de Dios (quien se supone es varón) las persigue hasta para mear, silenciadas por sus propios compañeros de lucha. Gritan, y mucho, las polikarpas, porque no hay otra forma de expresarse en un mundo tan bien diseñado para odiar y excluir a las mujeres como el nuestro, porque no hay otra forma de expresarse en una sociedad tan desigual, ignorante y machista como la nuestra.

«Feminismo que cuestiona al capitalismo, base fundamental de todas las opresiones.»

Alguna vez comenté, refiriéndome al grupo La Perla, y su canción La Bruja, que no había mejor combinación que unas feministas cumbieras. Entonces no conocía a las polikarpas (debo confesarlo), y ahora creo que su combinación de feminismo y punk es más que atrayente; al fin y al cabo, creo que cualquier combinación feminista es atrayente en la medida en que sea apasionada y coherente con su discurso. Creo que esa es la discusión con el feminismo, y eso fue lo que vi en La Perla y en las polikarpas: un feminismo hecho acción, hecho canción, hecho testimonio. El feminismo que hace sujetas de derecho sin pisar derechos (sí privilegios); el que junta mujeres, hombres, transexuales, etc., porque pone en práctica que la diferencia es una riqueza y que el otro, por muy diferente que pueda ser, también vale. Feminismo que cuestiona al capitalismo, base fundamental de todas las opresiones, feminismo que también testimonian las mujeres del Festival Enmanadas, sacando adelante proyectos tan difícilmente financiables, y que a pesar de ello convocan a tantas mujeres, como a Andrea Echeverri el próximo 23 de noviembre, para decirle NO a las diferentes formas de violencia contra la mujer.

Y es que estas formas de violencia ha sido tan naturalizadas que solemos creer que son rasgos culturales inherentes a la condición humana, o que parten de nuestra idiosincrasia regional. Es difícil darnos cuenta de ello porque lo hacemos cotidianamente (repitiendo las conductas adquiridas en nuestra niñez), y pocas veces nos cuestionamos al respecto. En un país tan violento como el nuestro, niñas, ancianas y mujeres son las más vulnerables, viviendo situaciones de violencia en el anonimato o en la más profunda ignorancia. Por ello la necesidad de visibilizar estas problemáticas: para irle haciendo frente a tanta inconsciencia que nos deshumaniza.

«La diferencia está en que hacia las mujeres hay una gran lupa, y en todo su ser es cuestionado lo que en nosotros los hombres es permitido y valorado.»

Como hombre, he destinado innumerables noches, libros, tragos, llantos, interrogatorios y parte de mi vida al lado de muchas mujeres, queriendo descifrarlas, queriendo comprenderlas. Buscando dar respuesta a mis propias preguntas, encuentro bofetones y un letrero de “mula”, y entonces viene la tabla de salvación: “a las mujeres no hay que entenderlas, hay que amarlas”. Pero en este mundo de baratijas no es tan fácil distinguir entre espejos y diamantes. Siempre termino negando el salvavidas y regreso a las preguntas (pues bien decía mi maestro, no abandones la pregunta). En una modernidad de aciertos, preguntar es irreverente: no hay otra forma de llegar a verdades sino a través de las preguntas, y de mantenerlas, pues nunca terminamos de contestarlas.

De mis últimos bofetazos me he enterado que las mujeres en su interior son muchas, son manada, son más poderosas de lo que estimaba, y en muchos más campos (incluso en el terreno metafísico). Que sus sentires, como sus manadas, son diversos, y hasta contradictorios; que sus vidas son prismas que nunca dejan de emanar luz, y que son, en muchas cosas, muy similares a los hombres, en otras cosas no. La diferencia está en que hacia las mujeres hay una gran lupa, y en todo su ser es cuestionado lo que en nosotros los hombres es permitido y valorado. Por eso, si un hombre es mujeriego, se suele decir que es tremendo macho, pero si una mujer  lo es, que es un puta. Si un hombre se masturba es natural, pero si una mujer lo hace no se ve bien; si un hombre grita y muestra sus emociones es un apasionado, un artista, pero una mujer es histérica; y así es como se van sumando nuevos adjetivos a una la larga lista de juicios, prejuicios, moralismos, privilegios y demás, que van construyendo un mundo machista en donde el hombre es premiado por sus contradicciones y la mujer es condenada a la hoguera por las suyas.

Así que dejemos los juicios a un lado, bajémonos del pedestal llamado patriarcado y mirémonos como iguales, como hombres y mujeres, no como machos y machos sin pene peleando por el trono de hierro. El día en que eso pase, viviremos en un mundo fantástico en el que hombres y mujeres puedan habitarlo con igualdad de derechos, sin privilegios ni condescendencias; y tal vez ese día, los colores se verán en HD.

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