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ANTOLOGÍA: JUAN ESTEBAN LONDOÑO

JUAN ESTEBAN LONDOÑO (Medellín, 1982). Poeta, narrador y ensayista. Es profesor de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Ha sido docente de filosofía en la Universidad de Antioquia y coordinó durante varios años el Semillero de estética, poética y hermenéutica de la Universidad Católica Luis Amigó.

Doctor en teología de la Universidad de Hamburgo (Alemania), Magister en filosofía de la Universidad de Antioquia (Colombia) y Magister en ciencias bíblicas de la Universidad Bíblica Latinoamericana (Costa Rica).

Ha publicado la novela Evangelio de arena (2018) y los poemarios El país de las palabras rotas (edición bilingüe español-inglés, 2019), Oráculos de Jezabel (2022), con el cual fue ganador del estímulo de creación del Ministerio de Cultura de Colombia, Los nombres de los árboles antiguos (2025) y El murmullo de las hojas (2025).

Entre sus libros de ensayo se encuentran Hugo Mujica: el pensar de un poeta en la poesía de un pensador (Alción, 2018) y La crucifixión en la literatura latinoamericana contemporánea: Hugo Mujica, Raúl Zurita y Pablo Montoya (ediciones en español y alemán, Missionshilfe Verlag, 2020).

Sus cuentos, ensayos y poemas han sido publicados en diferentes revistas y traducidos al alemán, al inglés y al ruso. También ha participado en diversos proyectos musicales como vocalista y compositor.


Cementerio de Montparnasse

a César Vallejo

Una lápida yace silenciosa en Montparnasse.
Es negra y densa, de granito
como tu pelo brillante en las colinas.

Estás acostado con Georgette, y tus tripas
perforadas con el alfiler del hambre.
El Dios enfermo reza y te repite:
Madre dijo que no demoraría,
espérala junto a la madrugada.

En tu boca digo entraña, digo riñones,
digo sin blasfemia corazón.
Has tocado el dolor de las palabras
con el dedo de la abuela muerta.

Llamo con mis nudillos antes de que empiece
el aguacero. Me adelanto a la fecha de tu muerte
y repito como un vendedor de lotería:
Hermano, no te mueras, déjame usar
tu traje para vestir al sol de la miseria.

Has tocado el dolor de las palabras
con el dedo de la abuela muerta.

Del libro El murmullo de las hojas


Hambre en Moscú

a Marina Tsvetayeva

Meces la cuna en la que duerme un esqueleto
y enciendes la chimenea para calentar la tristeza.
El verano de abril no ha sido suficiente.
La guerra suele llevarse las palabras.

El hambre te separa de Serguei, de Alia,
de la recién nacida Irina.
Robas a un niño muerto
para acunar en su carne morada
todas las ausencias.

Te quitas la camisa y palpas
unos senos secos, como una ciruela añejada,
como las tetas de una perra famélica
en las calles nevadas de Moscú.

Aún así, metes en la buhardilla
a tus amantes. Ellos chupan los pezones
mordidos por tu hija muerta.

Tú crees que horadan el placer
de tus cabellos negros y tus ojos almendrados:
es el hambre la que los conduce
hacia la leche del misterio.

Del libro El murmullo de las hojas


Música de cámara

a Theodor W. Adorno

Los músicos de Auschwitz callan de espanto ante los pájaros sin alas. Te atan al alambre de púas. Ves marchar los esqueletos con sus violoncellos hacia el horno crematorio.

En el humo escuchas la melodía de un acordeón nostálgico. Tocas las cuerdas del piano en el alambre y las del violín en los cuellos de los ahorcados. 

El rocío del alba moja el pentagrama. En la fuga se anuncia un baile de zapatos sin dueño.

Construyes, nota por nota, un hogar para los espectros de la música. 

Del libro Los nombres de los árboles antiguos


I

Al llegar al templo de Venus me maquillo los ojos con ceniza y pinto de carmín los pómulos. El espejo de bronce me agasaja.

Camino descalza por la columna de las meretrices. Un peregrino, oloroso a sales del Mar Negro, me acuchilla el vientre y lame la sangre en la palma de su mano.

Mi vida me ha costado la vida.


II

Camino entre las siluetas de viejos emperadores. El recuerdo de una lira tañe en un salón lejano. La música es líquida y salada. Suaviza el asesinato de los dacios. La casa fue incendiada por soldados y dos niñas flotan en barriles de aceitunas. La legión merodea en busca de mujeres para subyugarlas. Me escondo en la gruta de los lobos y escribo en sus paredes con un carbón: «Me duele el tiempo».


III

El niño, animal de cercanías, se sienta en el astillero junto a un perro sucio a la espera de un barco. Escucha los lamentos perdidos que arrastra la bruma del mar. En el agua se percibe el reflejo plateado y frío de la luna.

«Algún día volverá papá», le dice al perro que se rasca las pulgas, indiferente y juguetón.

Lo que nunca fue nuestro duele en la madrugada.


IV

¿Escuchas mi voz cuando me lees? ¿Sientes mi cuerpo envuelto en lienzos?

Oye el crujir de la carne, percibe el olor de la luz que se filtra por las hendijas de mi piel.

Escribo para no morir ahogada en la sangre de los pueblos invadidos.

No hay cielo, me repito, sólo el mar.

La poesía es mi barcaza, la claridad navega en ella.


V

[…] Sobre una piedra que tallé hace unos meses, borro mi nombre y escribo con tizne: «la máscara que quiebras es tu rostro» […]

Del libro Oráculos de Jezabel

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