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CIRCUITO DE LECTURA Y ESCRITURA: «UNA CICATRIZ LLAMADA BUCARAMANGA» – ARTE EN CIRCULACIÓN, 2025

Redacción Alter Vox Medida.
Imágenes cedidas por Daniel Morales.

Toda cicatriz es una marca de identidad, memoria de la herida que persiste aún sobre la carne, recordándonos que, al final de todo, no hemos muerto todavía. Sin embargo, cuando la ciudad y el recuerdo se aúnan en la herida, surge una especie hibridada del dolor, ante la que solo la presencia de los otros puede ayudarnos a sanar, conjurándolos desde la memoria para permitirnos despedirlos: dejar partir cada presencia, hecha nombre, que se vuelve púa, para que la carne se cierre en derredor.

Es en ese contexto que surge Una cicatriz llamada Bucaramanga: desde el diálogo, desde el encuentro con los otros, afianzándose a lo largo de los meses en que el autor hizo parte de la residencia literaria Cicatrices de ciudad —que nace a la par que este circuito de talleres, en una doble aparición—, pues fue allí, en el trabajo colaborativo con el editor, donde se planteó también la reedición del libro Silbar cabizbajo para no romper en llanto (publicado en 2021 en una tímida edición de 50 ejemplares), como columna vertebral de un proceso que debía darse —que pugnaba por romper el cuerpo para poder repararlo—, incorporando tanto los talleres como la residencia y la reescritura de los poemas en una nebulosa de la que habría de surgir otro universo.

Porque sanar es también limpiar los huesos de los vestigios de una carne enferma y anterior, este proceso de taller y reescritura se nutrió del diálogo con los talleristas Mayra Martínez, Elisa Pinilla DaSilva y Nelson Jaimes, así como de los integrantes de cada una de las sesiones, y de los diálogos entre el editor y el autor, con el propósito de darle forma a unos poemas que trascienden el dolor para volverlo carne, y a una memoria herida que sangra para sanar, como sangran los versos de este libro en manos de los lectores, que pueden leer en él las mismas huellas del pasado que llevamos tras de sí, como un anzuelo abriendo surcos sobre la piel.

Entonces el llanto —como la lluvia que cae sobre la ciudad y le permite renacer— acontece de repente: posibilidad de cura, que lava y se lleva consigo los fantasmas encajados en el recuerdo, en esa ciudad-cuerpo herida de despedidas, en la que la música aparece como alternativa al dolor. Porque silbar es parte del rito que sana, a pesar de que la sombra de las lágrimas insista en evocar lo sido, una y otra vez.

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