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ANTOLOGíA: CRISTIAN TORO

CRISTIAN TORO. Riosucio Caldas, Colombia (1988). Paisa hasta la médula. Aristotélico, lector empedernido y prospecto de novelista y autor. Ingeniero Electrónico de la Universidad Nacional de Colombia Sede Manizales y Especialista en Gerencia de Proyectos de la Escuela de Ingeniería de Antioquia (EIA). Profesor de matemáticas, física y estadística. Apasionado del arte, la ciencia, la historia, la filosofía y la buena música (principalmente, salsa, rock y tango electrónico).

Chairman of the Editorial Board (CEB) de El Bastión, miembro fundador de la Corporación PrimaEvo y del movimiento Antioquia Libre & Soberana, y columnista permanente de Al Poniente y el portal mexicano Conexiones. Colaborador de organizaciones como The Atlas Society y Language of Liberty Institute.


A veces, el amor no cabe

A veces, el amor no cabe en el cuerpo:
se derrama
tiembla en las manos
gotea de los ojos
se convierte en fiebre.

A veces, el amor es un río queriendo ser mar…
sin saber si el mar lo espera.

Yo te amo, Juan David
como se ama al sol desde la sombra
como se ama al silencio cuando ya no soportas el ruido
como se ama lo que todavía no puede ser,
aunque habite en todos mis futuros.

No estás listo, lo sé
y yo no soy quién para forzar los relojes.
Tu dolor tiene su propio idioma
su propio invierno.
Pero aun así te espero
como se espera sin exigir
como florece un árbol sabiendo que quizá el caminante nunca regrese.

Yo no quiero retenerte.
No quiero que me debas una lágrima
tampoco una decisión.
No.
Solo quiero que seas feliz.
Y si ese futuro no me incluye
que al menos la luz que yace en tu hermoso ser haya sentido la mía,
siquiera unos instantes.

Amo la idea de construir un porvenir junto a ti:
de reírnos de nuestra vejez
de sostenernos los temblores
de ver pasar los años sin miedo, pues nos tendríamos el uno al otro.

Pero también amo la idea
de que tú, sin mí, seas feliz.
Eso también es amor:
amor que me quiebra, pero me salva.

Y si cuando sanes, si cuando mires atrás
descubres que fui hogar
que fui calma, que fui verdad
ojalá todavía estés a tiempo…
ojalá todavía yo esté aquí.

Y si no
sabrás que alguien te amó
como no ha amado dos veces en la vida.
Y que ese amor fue tuyo
sin condiciones, sin medida, sin final.


Te esperé

Te esperé como la sequía a la lluvia,
con la fe intacta y los labios sedientos.
Te soñé lento, sin exigencias
y con la esperanza de quien ama sin urgencias.
Por un tiempo, eso me bastó;
mas mi corazón se cansó de latir solo.

Hoy no dejo de amarte:
dejo de hacerlo en pausa.
Recojo mis manos, mis planes, mi espera,
y me los devuelvo.
Porque merezco un amor que no dude:
un amor bonito, un amor real.

Que la vida te sea dulce.
Yo por mi parte, sigo.
Tú elegiste, yo también.


Te digo gracias, y también adiós

Te digo adiós –aunque aún te amo–
porque no sé dimensionar el grado de lo que fuimos
pero sé que pensando en tu sonrisa, aprendí a creer de nuevo.

Gracias por sostener mis demonios y mis grietas con paciencia
por ser mi amigo sin condiciones
y por ser mi hogar en medio de tanto ruido.
Te dejo libre, con toda gratitud y toda calma
como quien suelta esa ave que tanto quiso mirándola hacia lo alto.

Tal vez no he de olvidarte –no hace falta mentirle a lo que siento–
pues hay amores que no mueren, mas si se transforman.
El nuestro, hecho de confidencias y de esperanza recuperada
continuará siendo un hilo luminoso entre dos nobles varones.

No sé si te amé demasiado o te amé muy poco.
Ya no importa.
Sé que este amor me enseñó a amar mejor.
Por eso, antes de cerrar la puerta, le doy una bendición.

Te digo adiós para siempre
aunque siempre piense en ti.
Y Amigo, amigo incondicional vas a ser siempre
hasta que ambos trascendamos.


Luna en llamas

Con la ternura que me causas,
inquieta,
como luna en llamas…

Con esa misma ternura
que nace en la piel
que nombra tu voz
que se apodera de mi mirada
que derriba mis miedos
que me otorga tu presencia
que me avizora un futuro
que me lleva a ti…

Con esa misma ternura,
espléndida,
irrevocable,
comprendo todas las veces
y entiendo plenamente
el valor de vivir.


A mi padre (desde la luz que ya no me discute) — 23 de octubre de 2025

Padre:
Tú quisiste dirigir mis silencios
erigirte en ley sobre mis alas,
y establecer que el amor se impone con palabras
y no se aprende con el paso del tiempo.

Me mirabas como quien busca su propio reflejo
pero hallaba un lago de fuego.
Yo fui la herejía de tu linaje
y tú, la ortodoxia de mi infancia.

Te quise y te temí
como se teme y se quiere a un dios que no te escucha
a un juez que castiga lo que no comprende.
Te quise como ese hombre que nunca fue niño
y jamás logró sanar.

Con los años comprendí tus sombras
tus voces internas
tu legado implacable.
No te justifico, aunque si te entiendo
no te imito, aunque siempre te honro.
Porque en tu desvarío me diste el don más alto: el de no pretender parecerme a ti;
el de buscar ser y actuar en mi propio nombre, sin obedecer;
el de ser libre, y con ello, valiente.

Hoy cumplirías setenta y un años.
Ya no me duele tanto tu partida
pero a veces, cuando el viento calla
me hace falta la idea de ti:
la de aquel hombre que me enseñó, sin saberlo
todo lo que un ser humano de bien
jamás debería ser.

Por eso, y por más, viejo mío, te agradezco.
Porque al negarme, me hiciste auténtico
y al perderte, aprendí a quedarme conmigo.

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