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ANTOLOGÍA: JUAN SEBASTIÁN FAJARDO DEVIA

JUAN SEBASTIÁN FAJARDO DEVIA es escritor, sociólogo y docente universitario. Ha publicado ensayos sobre literatura, historia social latinoamericana y filosofía política en el periódico El Espectador y en revistas especializadas como Poligramas (Univalle) y Desbordes (UNAD). Su poemario, Las Noches Traslucientes (Ed. UPTC), navega una estética surrealizante que orbita los confines del misterio nocturno. Se dedica al estudio de la memoria simbólica amerindia con especial interés en la historia de la conquista de América, en el siglo XVI. A continuación, presentamos un poema inédito y dos más que fueron extraídos de Las Noches Traslucientes.


INSTRUCCIONES

Sonreír con los huesos rebanados y
asaltar el mercado de los credos
                      para traficar palabras brillantes.
Embarrar de pintura los espejos del reproche
y jurar que se conoce algo a la perfección.
Vivir en una estatua, cocinar el rencor
                      y espiar a los vecinos con un estetoscopio.
Plantar una venganza.
No atender el llamado cuando la visita
                                        es uno mismo.
Cantar a las sirenas
                      para venderles un cayo rocoso.
Perfumarse con la saliva de una diosa indiferente
                      y ofrecer las vísceras por un rincón
                                        en el linaje de los mandatarios.
Repletar la mochila con frases compradas,
emboscar a los amigos y razonar
                                        con las orejas cosidas.

Rumiar el pasto del futuro más extravagante,
mofarse de los hombres buenos,
ungirse con la propia orina
y dormitar en la resaca de los sueños robados.

Estas son las instrucciones para no ser feliz.


ECOS

¡Ay, desterrado! Aquí terminan todas tus sorpresas, tus ruidosos asombros de idiota
Álvaro Mutis.

Cantos estancados en el óxido tardío.
En el fondo, un barco de caoba
para navegar el terrestre cielo de la nada.
El cuarteto de cirios que tiemblan en la llama
y alguna flor en la boca de un vivo.
En la sombra rectangular de esta semilla de madera
hay una hazaña sin testigos,
                      un crimen sin juicio,
                                        una risa que duerme.
Secretos tuyos en el difícil aroma.
Misterios vencedores de los impertinentes,
tan hambrientos de tu enigma,
y tus puertas clausuradas para siempre.
La frente laxa de cancelar cualquier explicación
                      solo queda desleírse en tu noche de silencio.

La mujer amada desenvuelve el rostro bajo el velo:
luna con un jirón celeste que cuelga.
Noche desgarrada
entre el rumor de palabras húmedas de café,
que comentan con preocupación
el desperezamiento sísmico de la madrugada.
                                        ¡Un presagio!
―dice una sombra de la que pende una corbata―
Somos pulgas sobre la tierra y el planeta se sacude
                      porque quiere verse limpio de humanidad.
―Sentencia un flamenco con monóculo y barba de tres días―.

Es el estómago de la tierra que sigue hambriento
y necesita un cadáver para merendar: ¡ni pensar en crematorios!
―concluye una boca nerviosa con collar de dientes amarillos―.
Un niño libera la luz aguda de su risa
porque recién comprendió que nada es tan grave.
Como el dinero que cuentan los cajeros en el banco,
                                        la vida no acaba de ser nuestra.
En el fondo se trata
                      de aprender a morir a tiempo.

Tomado de Las Noches Traslucientes (2024)


METAMORFOSIS DE LA CIUDAD

La ciudad abolida de mi infancia espera en un suspiro terrible que me rompe el cuerpo. No reconozco a nadie y nadie me recuerda. Está bien ser forastero, inventar un nombre para cada ocasión, desbaratarse en los desiertos blancos del olvido y perderse de sí; fingir sorpresa en las calles que no ha devorado la fiesta idiota del progreso, en frente de las casas más viejas, profundas como la melancolía de una música fantasmal que borbotea en la llanura de una cama en abandono.

La piel se asoma en la cabeza de los niños de mi ciudad, acribillada por el más terco de los dioses: el tiempo. Aun así, es bueno ser un forastero calvo que se ríe de su cojera, pero no es bueno ser una ciudad borrada por el ángel ciego de la amnesia cuando un cortejo de espectros hunde los dientes en la arena buscando una canción perdida.

El olvido masculla su lenguaje, la lluvia aguijonea el aire y yo rajo el árbol del recuerdo para beber su licor mentiroso. En los escombros de la niebla más perfecta revienta el beso de una mujer y sus pechos se destapan para derramar ondulaciones de fragancia. La embriaguez memoriosa no tarda en disiparse y los más preciados sueños vuelven a ser harapos. La ciudad se encoge en su espiga brumosa y la piel renace en la cabeza de los niños, ancianos nuevamente, mecidos por el humo de la amnesia.

Tomado de Las Noches Traslucientes (2024)

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