ANTOLOGÍA: RONALD REVOLLO

RONALD REVOLLO PACHECO (Barranquilla, 1991) es escritor y poeta aficionado. Participó en el taller Las armas secretas, dirigido por Luis Mallarino en la Biblioteca Piloto del Caribe. Una pequeña parte de su obra ha sido incluida en el poemario Memorias (IX Festival Nuevas Letras, 2024), así como en varias antologías literarias de ITA Editorial, entre ellas Ecos del Inframundo: Historias Compartidas del Pánico (2023), una colección de relatos de terror de autores colombianos, y En mi oscuridad: Entre la nostalgia de lo que fue y no podrá ser (2023), que reúne textos introspectivos.

Cultiva géneros como la fantasía, la ciencia ficción, el terror y la poesía, donde da voz a lo íntimo, lo onírico y lo inquietante. Actualmente estudia Técnico en Instalación y Mantenimiento de Redes de Telecomunicaciones, combinando su formación técnica con una escritura que busca conectar lo cotidiano con lo imaginario.

El gallo chino

Mataron al gallo chino
por pelearlo sin descrestar.
—No hubo plata —dijo el gallero.

Le puso las espuelas romas,
con un cabo de vela chiquito
y el esparadrapo reutilizado
que ya ni quería pegar.

El animal, flaco y zancón,
alimentado con lagartijas y gorgojos,
cayó de un repelazo en la cara.
No quiso, o no pudo, pararse más.
Nadie podía culparlo.

Con él se fue el pescado de Semana Santa
y el agua ‘e maíz de los desayunos.

Al menos, al día siguiente,
habría pollo para almorzar.
De ahí en adelante,
Dios proveería…
o tal vez no.

La reina de navajas

Hay momentos en los que Dios se inspira
y hace poesía.
Instantes en los que la creación posa para ser retratada.
Aquella noche fue una de esas,
y yo fui su testigo.

Un espectáculo en carne y danza,
una diosa de ébano y cabello en espirales
se presentaba ante mí,
exigiendo adoración.

Mis latidos se enredaron con sus caderas.
En ese momento necesité respirar,
salir corriendo,
dejar de mirar,
o hacer algo;
pero sus ojos me lo robaron todo.

Ella se dio cuenta.
Lo tomó como un desafío.
Desenvainó una sonrisa como filo de navaja
y me dio en el pecho,
en las manos,
en la voz.

No hablaré de su aroma
o de la brujería que era su cuerpo:
eso haría más penoso mi fracaso.

Una súplica murió en mis labios,
y fue tarde.

Aquella deidad pasó de mí,
despampanante,
dejándome postrado
y con una herida
que ya no sanaría jamás.

Imago Dei

En el principio, 
se es semilla olvidada,
un temblor en las raíces 
de una tierra
que aún no sabe de cosechas. 

En el principio, 
se es aire que no pesa, 
una idea entre saberes infinitos.
No hay hueso, ni sangre, 
solo la promesa de un cuerpo
esperando ser habitado. 

No hay madre, 
no hay padre, 
solo un gesto del caos 
que intenta aprender la quietud. 

Entonces, 
llega el fuego de manos divinas 
a moldear lo informe, 
a mezclar arena y aliento, 
enseñando al barro lo que es la piel, 
y a la piel,
lo que duele ser hombre. 

Pero ser hombre no es el final, 
es apenas la pausa, 
un intervalo entre el polvo y el viento. 
el intento fugaz 
de atrapar lo eterno 
en un puñado de carne.

Geometría del aire

Desde la azotea, 
el caos parece un trazo limpio: 
los pájaros quiebran líneas 
que nadie dibujó. 

La ciudad finge orden 
con sombras y vértices, 
pero el cielo se pliega 
en figuras que olvidamos medir. 

Tal vez la perfección 
sea solo el movimiento de un compás 
girando en el vacío, 
sin papel, 
sin manos. 

Y yo, 
en su centro, 
soy apenas un punto sin nombre
que lo siente todo.

Lo que no vuelve

Mis manos no esperan, 
aprendieron
el arte de no aferrarse, 
de abrirse como dos heridas 
para que el viento las atraviese
sin dejar rastro. 

No eres un fantasma en mis palmas, 
ni un hilo para zurcir remiendos
No hay cartas,
besos guardados, 
ni rutas que señalen regreso. 

Solo queda este aire pesado, 
el idioma extraño que habla la ausencia. 
Y yo, 
que aún aprendo a escucharlo, 
pregunto al eco de lo que no vuelve 
si tiene forma, 
si alguna vez tuvo un nombre. 

Por ti
estas manos 
todavía persisten, 
como ramas que se niegan
a olvidar el peso de un pájaro.