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ANTOLOGÍA: MAX CRISTANCHO

MAX CRISTANCHO. Escritora pendular y coleccionista excéntrica de libros: una mezcla extraña entre llanera y bogotana. Nacida en Yopal, Casanare (Colombia) el 2 de febrero del 2003. Bruja ecléctica. Paciente Bipolar. Estudiante de Creación literaria, del Feminismo y de las teorías de Neurodivergencia y Género a tiempo completo. Empírica del teatro y de la poesía. Disfruta de leer en voz alta, hacer performance y gestar espacios culturales para la literatura y el arte. Ella dice que 22 años es mucha vida porque llena diarios desde los 11. Ella dice que hay mucho que contar pero que “cualquier cosita que le falte con un tinto y buena música en la sala de su casa nos la cuenta”.


MORDER LA MANZANA

No habían poemas para niñas inquietas
Papá me leía Benedetti
y decía: “los grandes poetas miran el futuro”.
No habían poemas para niñas rebeldes
leía debajo de la cama
y decía: “entrenar los ojos en la oscuridad para ser vidente”.
No había nada con nombre de mujer.
Yo tenía nombre de mujer
entonces nada era mío.
Las letras prestadas
la tinta escasa
las ideas robadas
de “otr{o}s”
los de colas erectas bajo el ombligo.
Cuando papá dejaba la casa
yo escribía poemas en las servilletas.
Cuando iba llegando
me las tragaba.
Las niñas siempre encuentran la manera
de germinar una flor en la grieta del asfalto.
Busqué en internet “nombres de mujer”
“razones de mujer”
letras que tuvieran forma de “vagina”.
Con la primera sangre me di cuenta
mi útero
era el mundo que quería escribir.
vivir escribiendo.  
M          U            J            E             R
Él reptó por mis costillas, decía:
“Escríbeme. Escríbeme ¡Escríbeme!”
Debajo de la cama
ojos empapados
tinta imborrable en mi diario
escribí:
“Muerdo algo más grande que yo”.


TRES MUJERES CALLADAS EN LA MESA DE LA COCINA

“Tengo la página 216 de Emily abierta en el azucarero
pero en secreto vigilo a mi madre.

Miles de preguntas golpean mis ojos desde dentro.
Mi madre está estudiando su lechuga.
Paso a la página 217.
«En mi huida a través de la cocina tropecé con Hareton,
quien ahorcaba una camada de cachorros
del respaldo de una silla en la entrada…».
[…]
Caí de rodillas sobre la alfombra y también sollocé.
Esa Emily sabe
cómo ahorcar cachorros” (Anne Carson, “Ensayo de Cristal”).

Así como mi madre sabe ahogar cachorros, se viene a mí el recuerdo de una confesión. Vago recuerdo de mi madre contándome que de niña, cuando las perras de la finca ya estaban muy paridas, la mandaban a ella o a uno de sus hermanos, o ambos, a ir a la quebrada con los perritos dentro de un costal amarrado para hundirlos en el agua fría y caudalosa de la quebrada,  y escucharlos patalear, aullar, chillar hasta que no quedara uno vivo. Después verían cómo se llevaba la corriente el saco con los cadáveres de las criaturas muertas. En silencio ella miraría a su hermano, se mirarían un segundo, como cómplices del crimen, pero, sin otra opción levantarían el culo de las piedras y caminarían en silencio, solo con el guacharaquero y los grillos de fondo, hasta el hato, donde la abuela les preguntarían:

—¿Y los perros?
— Ya están muertos. Quebrada abajo van.
— Bueno, pasen a comer.

Y solo cuarenta y cinco años más tarde, confesaría, se entregaría a mí como se entrega un homicida para que lo juzguen. “No podíamos mantener más perros. No podíamos decir “No”.  Veía las excusas en los ojos de mi madre, adentrándome a esos ojos negros y redondos hasta la misma imagen que ella veía por esos años; perras flacas, con las costillas saliendo sobre la piel y las tetas rojas y cedidas hasta el piso. Una perra en concreto, echada, llenítica de garrapatas, con sus perritos flaquitos pero vivaces.  Luego volvía al rostro de mi madre, que me confesaba como confiesan los asesinos más despiadados, sin remordimiento, ninguna emoción, más que la de esos ojos que eran los ojos de esa niña, que me capturaban de vuelta, al saco, a la perrita huesuda que miraba sin levantarse como echaban sus perritos, se los despegaban de las tetas hinchada para ir a ahogarlos en el río.

No hubo necesidad de réplica, miré a mi madre en silencio, por un segundo. No dije ni una sola palabra, luego desviamos miradas. No pude juzgarla, no fui su verdugo, entonces me convertí en su cómplice.

Quise levantarme y abrazarla, y caer de rodillas sobre la alfombra, sollozando como Carson pero no hubo nada de eso,
esa Max,
esa Elvira,
esa Emily
saben cómo matar cachorros.

Saben que si no lo confiesan, nadie las juzgaría haciéndolas pagar por su crimen. Y aún así, aunque se lo confiese a otra niña, a otra mujer dentro de cuarenta y cinco años,
puede que no halle condena,
sólo haya otra cómplice
y otra mujer que sepa
Cómo ahogar cachorros.


DISCURSIVA POÉTICA:
PENSAR EN LA ALMOHADA

Las últimas semanas he estado viendo su nombre como plumas angelicales revoloteando por mi camino. Ustedes se preguntarán de quién o qué se trata. Yo pienso si se trata de un mensaje, de una carta invisible, de un oráculo, de un llamado, lo oigo también, en el sustantivo pensamiento, en el verbo infinitivo pensar, cuando me lo dicen en casa o en la academia piense.

piense Piense PIENSE.

¿Y qué es eso?  pues la duda me llevó a aquí. A tener grandes reflexiones sobre mí almohada, amiga del soñador, cuenco de los demonios azules que en noches como estas atormentan. Mientras un cuarto propio me ha visto pensar y apuñalarme, trasquilarme y emborracharme sin alternativa, mientras todo se gira, y los libros me dan el lomo, las cortinas se hacen las sordas, la alfombra se esconde bajo la cama, ella no, siempre aguarda con latido de ratón mi compañía. Y con ella es que tengo estas ideas, que algunos llamarían inútiles, otros absurdas, pues dirán que es un misterio, un enigma, que es así, parte inherente de la existencia humana, pero mi almohada y yo somos rebeldes, nos gusta revolver la arena para alzar el polvero para que alguien nos diga…

¿Quiénes son los que piensan?

Piensan los filósofos, piensan los poetas, piensan los que piensan, pensadores, pensativos, pensacionalistas, entonces los busco y los leo, y timidamente me robo fragmentos de la materia “pensar” para reconstruirla en la intimidad, la robo como quien roba migas de pan, las colecciono en una labor un tanto obsesiva. Y luego, cuando pienso que he acabado mi labor, me doy cuenta que sigo sin saber pensar.

Y me quedo otro rato despierta, le doy vuelta a la almohada porque este lado ya está caliente y haciendo oídos sordos a  “no hay quien pueda definir el pensamiento de forma concreta pues nadie sabe bien porque piensa” continúo mi empresa, porque son dos cabezas que piensan, llenas de citas patéticas, de bochornosas situaciones compartidas, de lagrimones que destiñen las entrañas y dudan, dudan de esas certezas, prefieren dar vueltas y vueltas en la cama, encarar al insomnio con la katarsis, vestirse de Platón o de Budha, intentar hallar el camino al nirvana, al sueño, al descanso pero nosotras dele que dele, y ustedes escuchan.

¿Acaso el pensar nos piensa? ¿Quién lo pensó primero, lo pensamos nosotros o fuimos nosotros los pensados? ¿o ni se llama “Pensar” y solo le pusimos el nombre para domesticarlo?  Disculpen este afán que tengo de pensar en el pensar pero es que  cuando sumo 13 y 13, que no es lo mismo que 13+13 si lo piensan, y como resultado obtengo 26, que no es lo mismo que =26, me pregunto, ¿esto ya ha sido pensado? ¿cuántas veces? Me emociona imaginar su lenguaje, su palabra, su arte, su don humilde, hábito, en medio de este hueco que es desconocimiento, y que me da la libertad de pintarle manos y dientes a mi antojo. Por todo esto hoy les hablo, esperando como un viejo proverbio chino dijo, que el agua turbia al principio luego se clarifique.

Y si me equivoco,
y si hundo la cabeza sobre las fundas,
y si tiemblo y berreo como una niña cuando su madre le arranca los nudos del cabello
y nada se clarifica, solo se enturbia más,
y quizá solo dos cabezas no alcancen, y mi almohada pase de compañera a peor enemiga,
y me tire con sus armas, sus manos, sus colmillos,
y todo sea burla, yo bufón, en vez de sueño, pesadilla,
y me enloquezca intentando “hablarlo con la almohada”
y me de cuenta que lo mejor es salir de este cuarto, ponerle los cuernos a mi vieja almohada y ser amante en secreto de un pensador.

Pero entonces ¿qué somos, pensadores o seres que piensan?

Me gustaría ser una cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón, pensarme como René Descartes se piensa, porque yo soy, y también yo existo; eso es cierto, pero ¿cuánto tiempo? Todo el tiempo que estoy pensando: pues quizá ocurriese que, si yo cesara de pensar, cesaría al mismo tiempo de existir. Soy, entonces, una cosa que piensa. Y ¿qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también, y que siente.

Sin embargo, alguien me dice, o me digo yo misma, o me dice Gabriela Mistral o Michael Jackson, no seas una cosa que piensa, no digas lo que piensas, pero piensa lo que dices, no hay que pensar, hay que sentir, Nietzsche diría: los pensamientos son las sombras de nuestros sentimientos ¿Quién piensa bien o mal? Tantos lo cogen con pinzas, soy de las que quieren un ratico más a solas con ella. Pero mañana tengo clases, mejor dejarlo hasta aquí, no vaya a ser que en la madrugada me despierte vacíada de pensamientos, y al pensar esto, Thoreau me lance un maleficio, y lo que piense de mí misma, determine, o más bien indique, mi destino. Me lo pienso dos veces, Da Vinci opina que el que poco piensa mucho yerra, y pienso en eso mucho más de lo que pienso, es mi lío. Pienso largo y tendido porque quien vive sin pensar, no es digno de vivir
¡No pienso más en este asunto! Pero ustedes deberían.
Con el afán, esto resultó siendo una invitación. Repiensen lo que piensan del pensamiento, piensen más de lo que hablan, y si muy estúpido suena, apuesto a que no lo han hecho.
Buenas noches, buenos días, gracias por darme su tiempo (que no es otra cosa que… una idea del pensamiento). 


ENFERMEDAD BOGOTANA

“—Señora Muerte, señora Muerte.
 —Espera que sea la hora y vendré sin que tú me llames.
 —Señora Muerte.
 —Vete al diablo. Vendré cuando tú no lo desees.”
Giacomo Leopardi.

He hablado de la migraña
de la gastroenteritis aguda
y de los dientes que se me caen en sueños.
No será suficiente con que hable del cáncer o la diabetes
el papiloma o el sida.
No hará llorar la enfermedad sin rostro
la muerte es bella cuando se ha disfrazado de hospital.
La muerte es bella si al cuerpo se le revienta la carne y florece de él lirios y cipreses.
Seguirá existiendo la malaria y el leucocito
pero nadie dirá: qué linda es la caída del cuerpo
a los subsuelos de las fiebres y las fallas respiratorias.
Con horror hemos girado
los trozos podridos de Lázaro
para darle la espalda a la incertidumbre.
A cada una de nosotras
nos han citado a conocer a un ángel
y hemos llegado tarde.
Es la arena que cae del Kronos nuestro mayor deseo.
La muerte será bella
pues habrá siempre un horrible y agonizante
descenso de la vida.
Cuando elijas la muerte entenderás la poesía
la palparás
porque tras de ella está el umbral
de todas las cosas hermosas
eróticas.
¿Conoceremos los planes divinos detrás de la tos y las palpitaciones psicosomáticas?
¡La muerte es hermosa! lo han gritado.
Pero cuánta mentira cabe en ese adjetivo prosaico:
una palabra llena de baba y espuma endométrica
.
La muerte: con sus grandes corrientes escarlatas
y sus ampollas pulmonares
y sus derrames cerebrales.

La muerte: y los niños huérfanos de padres palestinos
y las aves que ya no chillan porque pequeñas manos israelitas
las apedrearon hasta morir.
Hermosa palabra llena de entraña.
Morir: adiposa-hueca- llena de pus
malabarismos rusos y ruletas camboyanas.
La muerte tan noble- maldita y con sonrisa
es hermosa con todas las alimañas
escorpiones- milpiés- gusanos y tarántulas
que salen desde su Génesis a través de ella.

Pero no habrá un momento para detenernos ante la enfermedad:
el veneno se irá esparciendo
como una silla en el espejo de la vida
crujiendo de óxido.
Voltearán los ojos y yo seguiré mirando.
Morirán en sueños enfermarán en vida
intentarán salvarse intentarán todos los medios
que la ciencia tenga al alcance de sus manos
para no morir
para retrasar su cita
o llegar prematuramente al llamado.

Ya he hablado suficiente de peste
de parto de llaga
y habremos sobrevivido a cada palabra lapidaria
y sobreviviremos aunque de camino a casa
me despedace el cuerpo un siniestro vial
o te asalten con puñal a lo Pedro Navajas
o lo torturen en Rusia por ponerse los tacones de la abuela
sin tener entre las piernas una raja del centro del ombligo hasta la cervical.
Como sea si yo no estoy o tú no estás
si algún suicida enamorado se tira ahora mismo sobre este techo
y todos le escribimos un poema
y el poema enmohece
y se vuelve polvo:
Si todas somos polvo y en polvo nos convertiremos.
Por favor, que alguien escriba que la muerte
son dos cuerdas balanceándose entre estas diez dimensiones
que los virus de la lengua siempre advendrán a la humanidad.
Por los siglos de los siglos
haciendo un carnaval Infinito.
Y la enfermedad será siempre
sus otras hermanas pluri universales
que no dejarán de saltar el lazo
mientras cantan rondas del Apocalipsis.
que alguien escriba y lea hasta quedarse sin aliento
pastosa la saliva
sobre esta enfermedad ontológica
de la que solo puedo escribir
en este poema de nota final.

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