LOS RIELES, O LA LUCHA POR LA EXISTENCIA

Por John Gómez.

“No estoy muerta”, exclama Aurora Venturini en Los rieles, novela publicada por Editorial Planeta en 2023, que bien podría entenderse como un manifiesto vitalista de su autora mientras se enfrenta a una agresiva recuperación física y emocional, luego de una serie de calamidades concatenadas.

Como si la vida misma fuera una sola calamidad, agazapada en la memoria, Venturini revisita pasajes de su propia existencia para recordarnos, a sus noventa años, que está viva y que, lejos de pretender una despedida tranquila del mundo, se debate furiosa en la cama de un hospital para decirle al diablo que no está muerta, mientras nos aconseja, a sus lectores, no trazar más rieles, no cultivar vanas esperanzas, huir de la flecha dorada del primer amor.

El campo de batalla es la vida misma: dramática, agresiva, patética a veces, resquebrajada por el peso de los acontecimientos, mientras nos aferramos a las palabras, de las que podemos servirnos para delimitar un mundo que nos aterra, espacio abierto que amenaza con devorarnos al menor descuido. Las palabras, no obstante, nos dan la distancia adecuada para procurar la disección precisa, para extirpar las cosas del imperio de las emociones, de modo que su recuerdo alquitranado no nos deje residuos en las manos y en el corazón.

El engaño está servido, pero es un engaño que estamos dispuestos a creer, que convendría creer. La distancia nunca es la suficiente, la disección es imposible y nos rompe por dentro, nos obliga a bailar con el diablo, a recordar con fidelidad cada herida que llevamos en el pecho, allí donde florecen las estrellas y arden el amor, el exilio, la crianza. No hay punto de apoyo: caemos en la negrura dando patadas y esperamos atinarle a algo que nos permita, al menos, seguir cayendo, llamar “viaje” a esa disposición rabiosa de no saber en qué momento vamos a hacernos añicos contra el fondo.

Venturini ha muerto (nueve años atrás), pero, con toda seguridad, no ha cejado en su batalla contra el diablo, exclamando, persistentemente, que su espíritu pervive, y que habrá de perdurar siempre que “una mano piadosa aparte las piedras del derrumbe y en un hueco ponga una flor o una palabra… algo…” Es ahí donde Los rieles se transforma en la metáfora de una lucha incansable (contra todo y contra todos), una forma de aferrarse a la existencia que se inmortaliza, justamente, en la palabra.

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