LA MUERTE DEL COMENDADOR (LIBRO I), O LAS FORMAS PALPABLES DEL TIEMPO

Por John Gómez.
¿Qué pueden tener en común el Don Giovanni de Mozart, el Anschluss austriaco-alemán de 1938 y un pintor japonés que se especializa en el periodo Azuka? Este misterio, mucho más profundo de lo que se pudiese imaginar a primera vista, es parte del arco narrativo del Libro I de La muerte del comendador, obra que Haruki Murakami publica en el año de 2017 y que viene a ver la luz en Colombia, siete años más tarde, de la mano de la Editorial Planeta, con traducción de Fernando Cordobés González y Yoko Ogihara. La historia, que retoma elementos característicos propios de la narrativa de Murakami (un matrimonio en crisis como punto de partida, la música occidental como parte de la atmósfera, los retos que enfrenta un joven universitario de clase media, entre otros) nos coloca en la piel de un pintor de treinta y seis años que se ha refugiado en medio de las montañas para escapar de una vida que se desintegra de repente. Allí, a las afueras de la ciudad de Odawara, inicia su lento renacimiento: trabajando como profesor de pintura, dejando de lado su experiencia como retratista, y con el peso de la memoria de Tomohiko Amada, el anciano maestro que, ya senil, ha dejado deshabitada la casa en la que el narrador habrá de ocupar sus días para escapar de una vida que parece haber quedado congelada en el tiempo.
No obstante, una presencia amenaza con invadir ese pequeño santuario y arrojar al narrador a una espiral de consecuencias aunadas, como piezas de un juego de go que un hombre de cabellera blanca va colocando a voluntad, pues Menshiki irrumpe en escena para desencadenar una serie de elementos que alteran, por completo, la pretendida renuncia del narrador a su vida pasada, y que están ligados al descubrimiento de un cuadro de Amada titulado La muerte del comendador, obra que da título al libro y que alienta la existencia de una idea que parece estar del otro lado del tablero.

Así, presentido el misterio, Murakami va cocinándolo lento, condimentándolo de flashbacks y atmósferas que terminan de conducir al lector por un laberinto de sucesos, aparentemente insignificantes, pero que dotan la trama de una expectativa siniestra, que crece, lentamente, y se desenrolla con calma, pues el tiempo asume formas palpables que atraviesan las vidas del anciano Amada, Menshiki, el narrador y Marie, quien entra en la historia al final pero cuya existencia se ha dejado sentir (necesariamente) desde el comienzo.
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muy bueno, felicidades
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muchas gracias
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