DIENTES DE LEÓN, O LA PERMANENCIA DE LA MEMORIA

Por John Gómez.
La noche se despliega como un manto sobre el pueblo de Ikuta, mientras el eco de las campanadas de las nueve reverbera en el espacio. En la posada del pueblo, Kuno y la madre de Ineko dialogan sobre el pasado, sobre el estado mental de la pobre Ineko, la muerte de su padre, Kisaki, antiguo comandante del ejército de tierra japonés, antes de la rendición, y los dientes de león a orillas del río Ikuta, que cierran sus pétalos a la oscuridad, esperando la mañana. Ellos también esperan la mañana para ir a visitar a la joven, pues la han dejado encerrada en el manicomio junto al templo Jōkōji, a pesar de los ruegos incesantes de Kuno, el novio de Ineko, que preferiría casarse con ella para así sanarla.
Dientes de León es una novela póstuma del nobel japonés Yasunari Kawabata, traducida por primera vez al español por Tana Oshima, para Editorial Planeta, en 2023. Aquí, al igual que en La casa de las bellas durmientes, una de las novelas más conocidas del autor, la atmósfera, aunque menos opresiva, es una puesta en escena para los diálogos de los personajes. Diálogos que, a pesar de desarrollarse con naturalidad (a veces un exceso de formalidad, a veces una cierta tensión), delatan que el verdadero tiempo de la historia transcurre al interior. Es el tiempo de los recuerdos, pues Kuno y la madre de Ineko se resisten olvidar. Es el mismo tiempo de Eguchi, y quizá el del propio Kawabata, que regresa de la muerte para contarnos una última historia, siendo esta, además una historia sin fin, pues la vaguedad del cierre de la novela cumple con el propósito de su autor, y con la idea que se expresa a lo largo de su narrativa: somos historias en construcción, y nos escribimos a la par que sus personajes.

Y no, no sabemos qué pasa al final, pues la mañana nunca llega. La obra, como si de un montaje teatral se tratara, deja caer el telón, negro como la noche sobre el pueblo de Ikuta, y vamos dejando de ver, poco a poco (afectados nosotros también por la condición que sufre la joven Ineko) a Kuno y a la madre de la joven, ocultos para siempre en la impermanencia, la atemporalidad. No obstante, “la época de la nieve, de la luna, de los cerezos en flor: entonces, más que nunca, pensamos en quienes amamos”, dice Kawabata al recibir el nobel en 1968, y podrían ser las mismas palabras de Kuno, quien, a pesar de todo, se resiste a olvidar a la mujer que ama, mientras la brisa marina recorre el pueblo y la joven Ineko pasa su primera noche en el manicomio, una noche sin final.
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