PINBALL 1973, O EL VALOR DE LA RENUNCIA

Por John Gómez.
Pinball 1973, de Haruki Murakami, retoma los personajes de Escucha la canción del viento (1979) para dotarlos de un peso y un sentido del que carecían previamente, pero que ahora los sumerge en una atmósfera cargada de melancolía que pareciera ahogarlos de forma sutil. La historia intercala las vidas del Rata y su deseo de abandonar (abandonarse en) Yamanote, y el narrador anónimo de su ópera prima, quien ahora dedica sus días a traducir obras por encargo y convivir con un par de gemelas/fetiche. La obra, dotada de una profundad, ausente hasta entonces, nos muestra a un Murakami de atmósferas, que se centra en las descripciones poéticas y en la expansión de mundos interiores que colisionan y se revelan un poco más (dentro de lo que cabe), dejándonos conocer un poco (tan solo un poco) sobre el Rata y sus amigos.
Traducida por Lourdes Porta, y editada por Maxi/Tusquets en 2014, esta novela llega al mercado hispanohablante para contarnos una historia en la que, aparentemente no sucede nada, pero nada vuelve a ser igual, pues los sueños de los jóvenes personajes que creíamos conocer se derrumban ante el peso de un horizonte cada vez más amplio, un mundo más y más complejo. Y quizás esa es la magia de esta obra, que parece perdurar en el tiempo como una reliquia o, si acaso, como una máquina de pinball que juega con nosotros y nos lanza a volar, entre la aventura y la cotidianidad, entre enterrar un cuadro de distribución en el pantano o manejar hasta la costa, día a día, para presenciar la muerte del sol en el ocaso.

Con este desdoble constante de la narración, Murakami pretende convencernos de que «una vez ha pasado, todo acaba pareciendo un sueño»: las gemelas idénticas durmiendo a ambos lados del narrador, la aventura amorosa del Rata y la mujer que vive aún en la costa, su deseo de abandonar Yamanote y su imposibilidad de decírselo a Jay, quien sigue abriendo su bar contra todo pronóstico, o la aventura de la última «Space Ship», que nos arroja lejos de casa.
Un déjà vu infinito que no deja de replicarse, fractalizándose en el tiempo y el espacio, y quizás, al final, todos estamos tan solos como el Rata y no hemos reunido aún el valor suficiente para la renuncia. Pues partir no es otra cosa que partirse, resquebrajarse de uno mismo, dejar atrás lo que sobra.
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